Los primeros pasos

M.H. (SPC)
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Quienes tratan de comenzar en la actividad agraria se encuentran con numerosos obstáculos que salvar, desde la consecución de la propia tierra en la que cultivar hasta el interminable papeleo necesario para acceder a las ayudas

Los primeros pasos - Foto: Alberto Rodrigo

Son tiempos complicados para el campo. El incremento de los costes de producción, la competencia desleal de productos procedentes de países de fuera de Unión Europea, los precios en origen… La lista de problemas es larga y las posibles soluciones se antojan complicadas. Todos esos obstáculos que tienen que salvar los profesionales de la agricultura y la ganadería derivan en un hecho que, a su vez, constituye otro de los principales lastres para la actividad agropecuaria: la falta de un relevo generacional.

¿Por qué hay tan pocos jóvenes que quieran vivir del campo? ¿Es tan costoso dedicarse a ello? ¿Qué requisitos hay que cumplir? Cultum ha querido acercarse a esta realidad. En este reportaje se abordan las dificultades que encuentran las nuevas incorporaciones para arrancar una explotación agrícola, dejando la ganadería para dentro de siete días.

Para conocer de primera mano lo que supone introducirse en la agricultura, Cultum ha conversado con técnicos que llevan años trabajando para ayudar a los jóvenes a empezar en diferentes puntos de España. Jesús Arias pertenece a ASAJA León; Francisco Elvira trabaja en COAG Jaén; y David Bartolomé desempeña su labor en UAGR-COAG de La Rioja. Tres provincias muy diferentes en lo que a la agricultura se refiere, pero bastante similares si hablamos de los problemas que encuentran quienes quieren arrancar.

Los primeros pasosLos primeros pasos - Foto: Alberto RodrigoLo que dejan claro los tres al comienzo de la conversación es que, sin una base territorial previa, es directamente imposible montar una explotación agraria. Es decir, si no se dispone de las tierras necesarias para cultivar no hay posibilidades. Esto suele ser sinónimo de una herencia o cesión, pero no todo el mundo puede acceder a la tierra a través de su familia. La inversión necesaria en terrenos, maquinaria y naves puede variar de un tipo de cultivo a otro, pero, por poner un ejemplo, para dedicarse al cereal de secano esto supondría más de un millón de euros. O lo que es lo mismo, una cantidad suficiente como plantearse vivir de ella sin necesidad de arriesgarla.

Francisco Elvira dice que esto sería «una locura a nivel empresarial», ya que esa enorme inversión se vería recompensada por una rentabilidad normalmente baja, muy baja; nula en algunos casos. Todo ese dinero que se ha metido en la explotación quedaría ahí estancado, sin apenas producir. «Ninguna empresa tendría un millón de euros parado», explica Elvira. Si alguien cuenta con esa cantidad de dinero, la agricultura no es la mejor inversión, añade. La maquinaria que se compre, además, pierde valor al día siguiente de haber pagado por ella.

«Todas las empresas tienen riesgos, pero en la agricultura además dependemos del clima», lo que complica aún más las cosas para empezar. Si en los primeros años de la explotación el cielo no acompaña, es muy posible que el emprendedor se vea obligado a plegar velas y dejarlo, salvo que cuente con un buen colchón económico que le permita aguantar. «Quien quiera dedicarse a esto», dice, «ha de hacerlo por vocación, por cariño a la tierra, no por dinero». Esperar beneficios más o menos seguros y más o menos rápidos puede llevar a una decepción.

En cualquier caso, si aun así alguien decide comenzar de cero y dispone del dinero necesario, surge otro problema: el acceso a la tierra. Esto depende bastante de comarcas y de cultivos, pero en general no es sencillo encontrar las hectáreas suficientes en un radio razonable para poder ganarse la vida. En ocasiones es casi imposible, como ocurre con el viñedo en La Rioja, explica David Bartolomé, aunque esto no es un caso aislado. En general, los terrenos para cultivos teóricamente más rentables son muy complicados de conseguir. Y lógicamente los que no son rentables no interesan para iniciar una explotación.

Jesús Arias explica que, en ese sentido, el regadío está en auge. Lógicamente, el suelo irrigado es mucho más productivo y hacen falta menos hectáreas para que una familia pueda vivir de ello, pero también es mucho más caro y hay mucha menos oferta. Y, si la infraestructura de riego no está ya implantada o requiere modernización porque está obsoleta, la inversión necesaria es alta y no se recupera a corto plazo. Además, lógicamente, todo ello necesita de un mantenimiento que tampoco es gratis.

Si comprar no es la mejor opción, siempre existe la posibilidad de arrendar. En cultivos de secano como el cereal, la necesidad de un profesional para mantener una familia, dependiendo de la productividad de la tierra, puede rondar las cien hectáreas. Y encontramos un problema similar que si se quiere adquirir: será complicado encontrar tanto terreno para alquilar; y más a una distancia razonable. No es factible cultivar diez hectáreas en el lugar donde se reside, otras veinte a diez kilómetros de distancia y treinta más a veinte kilómetros en sentido opuesto.

Para tratar de paliar esta escasez de suelo, algunas comunidades autónomas han puesto en marcha los denominados bancos de tierras. Son fondos en los que, teóricamente, las nuevas incorporaciones a la agricultura pueden encontrar superficie cultivable a precios razonables, aunque la realidad no es tan bonita como eso. En Castilla y León, por ejemplo, las organizaciones agrarias se quejan de sirve para poco, de que los terrenos con los que cuenta el banco son poco o nada aptos para el cultivo. Los agricultores piden que, más que un banco de tierras, lo que haya sea un intermediario oficial entre los que quieren comprar y los que quieren vender.

Castilla-La Mancha anunció la creación de esta figura hace algo menos de un año como resultado de la extinción de las Cámaras Agrarias en la comunidad. La idea, según el Gobierno regional, es que sirva «para que los jóvenes y quienes no tienen acceso a la tierra puedan incorporarse en mejores condiciones a la agricultura».

También el año pasado se impulsaba en la Rioja un proyecto de similares característica gracias al Ejecutivo regional llamado 'Acceso a la tierra. Red de tierras'. Esta iniciativa va más en línea con lo que piden los agricultores, pues el objetivo es inventariar fincas de titularidad pública o privada que no estén utilizándose y analizar sus posibilidades desde el punto de vista agronómico, de viabilidad económica y de infraestructuras. De todos modos, a pesar de estos intentos el acceso a la tierra sigue constituyendo un enorme problema para los jóvenes que pretenden incorporarse.

Problema que además se ve agravado en algunas zonas por la irrupción de la energía fotovoltaica. Según explica Jesús Arias, estas instalaciones de placas van ocupando cada vez más suelo agrario, en ocasiones de gran calidad, y «están haciendo daño»" (León es una de las provincias que más está sufriendo este fenómeno). Buscan zonas con líneas de evacuación cercanas, que suelen coincidir con las áreas más pobladas; y una de las razones de que esas áreas estén más pobladas que otras suele ser la productividad de la tierra. Además, estas empresas energéticas están sin duda en mejores condiciones que un nuevo agricultor para asumir grandes costes en la compra o el arrendamiento de los terrenos.

Otro problema relacionado con la tierra es la adquisición de terrenos por parte de grandes empresas o fondos de inversión. Según cuenta Fernando Elvira, es un fenómeno que se está dando y no mejora las posibilidades de acceso para los jóvenes. Además, también en este caso estas compañías están más capacitadas para pagar más por las parcelas más productivas.

Los fondos de la ue.

A través de fondos de la Unión Europea, la comunidades autónomas tienen establecidas subvenciones dedicadas específicamente a los jóvenes que comienzan en la actividad agraria. Las cuantías varían de una región a otra. Así, en La Rioja tienen una ayuda única de 40.000 euros; en Castilla-La Mancha se conceden 27.000 fijos, que pueden ir aumentando hasta los 50.000 si el agricultor cumple diferentes requisitos; en Castilla y León ocurre algo similar, pero la horquilla va de los 25.000 a los 70.000 euros. En los tres territorios se abona primero un 60% y el resto cuando se cumplen ciertas condiciones. Jesús Arias, de ASAJA León, apostilla que «las ayudas ayudan, pero no regalan nada. Si alguien se plantea empezar en esto solo por la ayuda está equivocado».

En cualquier caso, estos incentivos económicos no se conceden así como así. Para optar a ellos hay que asumir una serie de obligaciones que son similares, aunque no idénticas, en todas las comunidades autónomas. Las tres que podríamos considerar más importantes son la de no ser mayor de 40 años, entrar en la actividad agraria por primera vez (aunque en algún caso basta con no haber estado relacionado con ella en los últimos cinco años) y presentar un plan empresarial viable. En este último se tiene que detallar la modalidad de explotación, los objetivos, los gastos e inversiones a realizar, el asesoramiento del que dispondrá y organización de la explotación, entre otros muchos puntos. La elaboración de este documento no es cosa sencilla.

Además se adquieren una serie de compromisos, como estar dado de alta en el régimen agrario de la Seguridad Social, dedicar un mínimo de horas a la empresa que se crea y mantener la actividad como mínimo durante un tiempo determinado, que puede oscilar entre los 18 meses y los cinco años, dependiendo del territorio. Es decir, si la iniciativa se va al traste al poco de empezar, cosa bastante común, no se percibiría ayuda alguna.

Por último, hay que acreditar una preparación previa. Esta puede ser una titulación universitaria o un certificado de profesionalidad que estén relacionados con la actividad, o bien algún otro tipo de formación impartido por la comunidad autónoma en cuestión o centros homologados. Si esto no fuera posible, sería necesario demostrar la dedicación a la actividad agraria en un periodo inmediatamente anterior cuya duración también puede oscilar de una región a otra.

Todos estos requisitos, por supuesto, llevan aparejados una infernal cantidad de papeleo. Jesús Arias habla de «burocracia infinita» y admite que, salvo en contados casos, tratar de hacerlo por cuenta propia sin la ayuda de alguna organización agraria es un suicidio. De hecho, una gran cantidad de intentos se quedan en este paso.

La inversión, el acceso a la tierra, el clima, el papeleo… Está claro que los jóvenes no lo tienen fácil para empezar. A pesar de que la Unión Europea invierte muchos millones de euros para incentivar las nuevas incorporaciones, el relevo generacional sigue siendo un problema grave.

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