«La cultura del veto penetra en todos los escenarios»

V.M.
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El doctor en Teología Moral por la Universidad San Dámaso de Madrid, Roberto Esteban Duque, publica 'Genitales culturales'

El teólogo y sacerdote conquense Roberto Esteban Duque muestra un ejemplar de su obra. - Foto: R.E.D.

¿Hasta qué punto podría definirse como un ensayo sobre la naturaleza del ser humano?

En realidad, no ha sido mi propósito algo tan complejo como abordar el concepto de naturaleza humana, si bien sería interesante y urgente hacerlo no sólo porque llevamos más de cuatro siglos intentando modificarla sino también porque nos permitiría aplicar con criterio las crecientes posibilidades de intervención técnica sobre el propio ser humano. Pensemos, por ejemplo, en el inquietante escenario que proponen en la actualidad los transhumanistas Nick Bostrom, Hank Pellissier o David Pearce. En cualquier caso, el objetivo de Genitales culturales es algo que está muy relacionado: mostrar la crisis real y profunda del ser humano, que es una crisis antropológica, saber qué es la persona, redescubrir al hombre. Y para lograr este proyecto necesitamos sanar las heridas provocadas por el pensamiento ideológico y por la más devastadora ideología como es la llamada ideología de género. 

¿Debería a su juicio reformularse?

Esa es una propuesta utópica. No cabe diálogo para la ideología de género, para quien la sexualidad humana no existe como dimensión del ser personal, sino como opción de conducta del individuo. Ratzinger la definió como «la última rebelión de la criatura contra su condición de criatura». Su pretensión es modificar la naturaleza humana: el hombre debe ser reformulado. Eliminada la naturaleza, el hombre sólo tiene que seguir el impulso de sus deseos, experimentar todo tipo de relaciones sexuales, algo a lo que invitaba mediante la educación el neomarxista Marcuse y que significa acabar con el amor, la fidelidad, la lealtad y el respeto, haciendo a la naturaleza moldeable por el poder político y la legislación positiva. Ya Hobbes, sin llegar a destruir la naturaleza humana, sugería la posibilidad de reconstruirla, y alterarla era el sueño de Rousseau. El éxito de esta ideología reside en la construcción a la carta de la identidad humana, asegurando que el género es una construcción social independiente de la biología humana. 

¿Otra de sus intenciones sería reivindicar el estamento familiar?

Sí, claro, no olvidemos que el gran objetivo de la ideología de género, además de atacar el concepto de naturaleza humana, es el fin de la familia, considerándola el espacio donde se transmiten los estereotipos de conducta que marcan al niño, asignándole lo que es femenino y masculino, y también por entender que se trata de una esfera jerárquica y autoritaria. La familia es la realidad más vulnerable que existe ante los constantes cambios que sacuden nuestra sociedad. Como todo el mundo sabe la familia es destruida desde la misma legislación, que es finalmente quien decide qué es el matrimonio y la familia, redefiniendo el matrimonio, fundado ahora en el solo afecto y la satisfacción personal, en el deseo como categoría fundamental. Se redefine, asimismo, la paternidad y la maternidad, minando la misma autoridad paterna con el fin de practicar un dirigismo moral sobre los niños, convirtiéndose el Estado moderno en un Estado de coacción, porque como diría la nueva embajadora de España ante el Vaticano, Isabel Celaá, «no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres». Por tanto, se hace necesario reivindicar la familia, cuando es la principal damnificada de la arremetida ideológica.

 ¿Considera que las políticas identitarias son una imposición?

La política identitaria (la identidad sexual, la identidad racial, la identidad étnica…) se extiende en una institución cultural tras otra. Las universidades de Occidente son escenarios para la promulgación del pánico de identidad; los departamentos de recursos humanos de las grandes empresas operan como vigilantes, patrullando las cuentas de las redes sociales de sus empleados, atentos a las transgresiones contra los códigos identitarios; museos, pasarelas de moda, baños públicos, bibliotecas…, es difícil pensar en un escenario donde no haya penetrado la cancel culture, la cultura del veto, una estrategia de censura que efectivamente impone sus deseos desde agendas políticas y quienes no pertenecen a esas facciones supuestamente agraviadas son enemigos que deben ser eliminados a través de la vergüenza, la intimidación y el peso de la ley. 

 ¿A qué se refiere cuando asegura que el hombre recusa los signos de Dios?

Si no se puede invocar ningún dato natural, dado que todo recae sobre la cultura, es decir, sobre la libertad y el deseo de cada uno, en este contexto de secularización se rechaza la intención misma de Dios que fue crear al hombre como varón y mujer. La decisión de vivir sin un horizonte trascendente elimina la respuesta que la religión ha ofrecido a la pregunta sobre la identidad: soy un hijo de Dios.