Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


La muerta… de personas y enclaves

05/04/2022

Este fin de semana he estado de entierro, despidiendo de este mundo a un familiar directo. Una vez más; ya demasiadas. Con carácter previo al momento crucial reviví, nuevamente, esa sensación que se experimenta cuando sabes que algo terrible y definitivo va a llegar, lo quieras o no, lo desees o lo temas. Nadie escapa de ello y el que lo intenta, encima aun lo pasa peor que los demás. En esos momentos quieres huir, pero, a poco que una tímida luz ilumine tu juicio, sabes que te será imposible. Además, simplemente es cuestión de tiempo que te llegue de nuevo un momento o situación parecida, eso sí, estando tú, quién sabe, de protagonista principal o bien desempeñando un papel secundario. Por otra parte, en alguna de las diversas representaciones de esa obra de no ficción en la que todos participamos alguna vez lo harán también, y eso conviene tenerlo claro y en un momento u otro, todos nuestros conocidos, también esos a los que consideramos de los nuestros, o esos otros a los que envidiamos, tememos, nos quieren o hemos prometido una y mil veces no alejarnos jamás de ellos. Pero, cuando por fin ese acontecimiento se programa a sí mismo para representarse ante ti, cuando hace definitivo acto de presencia, sin estar invitado ni ser deseado, no siendo ya posible la marcha atrás, se convierte en especial y terriblemente angustioso. Y, aun habiendo deseado en algunos y desgarradores momentos que tuviese lugar cuanto antes, dada la precaria salud del triste y principal protagonista de los hechos, deseas con todas tus fuerzas que ello no hubiese acontecido nunca. Y es en esos momentos cuando de manera especial eres consciente de que nuestros pasos no son sino un triste deambular por la vida. Entonces, las palabras no brotan con facilidad. Todo aquello que podrías decir ya lo han dicho otros muchos y tú mismo no estás sino repitiéndote, ahondando en manidas sentencias cuando los protocolarios abrazos, los inevitables besos, los respetuosos cruces de saludos no vienen sino a reforzar afectos, mitigar o disimular fisuras, así como ante todo a aunar dolores. El sepelio de estos días atrás me ha trasladado, además, a mi niñez y juventud, física y emocionalmente. Encontrarme a conocidos, un día ya lejano amigos, con los que compartí juegos, bromas, incluso aulas… poniéndonos al día de lo vivido en estos años, hace pensar que uno tiene ya tras de sí mucho más vivido de lo que, previsiblemente, le queda por colear. Y de la intensidad de uno y otro periodos mejor no pensar, aunque nunca se sabe. Pero, además, mi desplazamiento para despedir a mi querida tía Angelita, me ha llevado de nuevo hasta la pequeña y preciosa localidad conquense de Molinos de Papel, cerca de Palomera, donde el tiempo no parece pasar o si lo hace es, a diferencia de como interactúa en esas medianas y grandes ciudades de nuestro entorno, hacia atrás, hacia la despoblación, el abandono, la soledad, la precariedad, la ruina, la más completa y ruin colección de dejaciones experimentadas por el ser humano. Menos mal que cuenta con un entorno precioso al que sin duda se agarrarán los mediocres responsables públicos que nos dirigen, que si no. España despoblada, miserable, triste y olvidada. Dolor, nostalgia, soledad, amargura.

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