Carrascosa de la Sierra: donde Miguel de Cervantes descansó para visitar a su nieta

Miguel Romero
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Bajo Nuestra Señora del Carmen, su iglesia ofrece devoción y recogimiento, mientras las aguas del Guadiela, no muy lejos, se escuchan

Desde Cuenca puedes ahondar por caminos inesperados. Tal vez, cuando sales de esta ciudad de las Hoces y caminas por carreteras en ascenso, las mismas que inician camino hacia la Alta Sierra, no te imaginas que puedes empezar a flirtear con corrientes de agua salvaje, parameras llenas de pinares o rocas milenarias que hablan de magia. Pero así es. Dejas Chillaron y te adentras por La Frontera; o dejas mariana y te adentras también en tierras del Campichuelo para salir hacia ese mismo lugar; o si quieres, busca la ruta por Cañete, Valdemeca y Huélamo. Todo te lleva al mismo sitio, a nuestra rica y bella Sierra de Cuenca, la de los hacheros y gancheros, la de las bonacheras cantando, la de la resina y las pegueras, la del devenir en batallas y reencuentros, la misma que ahora, te envalentona para que arriesgues y disfrutes de todo su entorno. Allí, hay muchos lugares, pueblos pequeños, aldeas abandonadas y gente, poca, pero generosa y honrada.
 
Uno de sus lugares, camino de la Alta Sierra de nombre Carrascosa también me seduce. Es pequeño, tranquilo, apenas alguna persona por la calle en invierno te puedes encontrar, pero en cada casa y calle, rezuma la solera de sus gentes, acostumbradas al sufrimiento del campo y a vivir tradiciones de antaño. Me acuerdo mucho de su Pósito porque en su fachada aparece esa lápida ensoñadora donde nos dice que allí pasó, quizás anduvo y un poco habitó, Miguel de Cervantes, el gran escritor del Quijote, cuando vino a La Herrería de Santa Cristina a ver a su nieta Ana. Aquí, su yerno, Luis de Segura, comerciante madrileño arrendó la misma y mantuvo con Juan de Urbina su sociedad, intentando cuidar a su mujer Isabel y a su pequeña Ana, no nacida de su matrimonio. Esta situación mantuvo siempre alerta al Cervantino y hasta aquí vino, alguna que otra vez, a revisar su herencia humana. Seguro que así fue, no hay duda. Cierto es, que hay caminos y muchos, pedregosos, que confinan el término de arriba abajo y cierto es, que aquí el romano hizo Vía para su paso hacia las minas de hierro de la Cueva para abastecer sus ferrerías importantes. Antes, los hombres del Neolítico hicieron graffitis en piedra y dejaron su huella que ahora nosotros agradecemos. Aquí hay casi de todo, excepto ayuda para progresar pues buen falta le hace. Las aguas del Gaudiela le cruzan y le hacen formación ejemplar en esa Hoz que comunica con Cañizares, o en esa Herrería donde sigue viviendo alguna familia casi aislada. También nos recuerda su angostura ese Molino de la Hoz Somera.
 
Su iglesia es el emblema en arquitectura. Está dedicada a Nuestra Señora del Carmen, pero antes fue a la Natividad, allá en el siglo XVI cuando se hiciera. Tiene puerta con porche cuadrado con columnas de ladrillo de frente. Esos arcos de medio punto con dovelas y en interior sus arcos fajones. La torre, cuadrada con esquinales de sillería y tres cuerpos es significativa, retallada en forma de espadaña para el hueco de campanas en la que finaliza la torre y que la distingue y acompañándola en devoción mariana hubo en su momento cuatro ermitas, ahora arruinadas, una prestamera que está aneja al convento de Santa Ana Recoletas de San Agustín de Salamanca, curioso verdad, y unas rentas que tuvieron a bien disfrutar sus vecinos, allá por aquellos años del XVII y XVIII, en base a la rica lana que sus ganados ofrecían para el tratamiento textil.
 
Por eso, por la sima de Matasnos y la cueva del Becerro te deslindas en parajes increíbles, con los robles y quejigos centenarios de la Dehesa Boyal, a la presa Toriles camino de Alcantud, habiendo dejado la presa del Infiernillo, Carrascosa te descubre naturaleza bella. A un lado y a otro, caminos que te conducen a lugares privilegiados en montes, rocas, hoces, valles, prados, quejigares y pinos negrales.
Me gusta mucho este lugar, el mismo que encerró misterio de celtiberia, luego romanos intrépidos por eso del hierro, algún que otro buen pastoreo de trashumantes, tradiciones en cancionero perdido y, desde luego, un paisaje que te enaltece y te dignifica. Visiten, visiten esta Carrascosa, pues merece la pena.