El Evangelio de la radio

Leo Cortijo
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Fernando Evangelio, que atesora una historia de superación que puede servir de ejemplo en torno al acoso escolar, vive enamorado de la «naturalidad» que ofrece el micrófono del mejor programa de la radio deportiva.

El Evangelio de la radio - Foto: Juan Lázaro

«¡Hola, hola! Comienzaaa... Tiempo de Juego». Así arranca motores el programa líder de la radio deportiva. Y lo hace con la voz de una institución, una leyenda, el gran Pepe Domingo Castaño. Con la batuta de director en la mano hay otro coloso, Paco González, que se las ve y se las desea para controlar a un grupo de periodistas locos por el deporte y por su profesión. Transmiten algo especial, un «buen rollo» que contagia al que está al otro lado de las ondas. Entre ese equipo que es como una «gran familia» hay un conquense de pura cepa. Un buen tío al que el propio Castaño presenta como «el Evangelio de la radio». Así, sí. Haciendo patria de un apellido ilustre en Cuenca, el que da nombre a una institución en la ciudad en forma de librería. La de su padre Fernando y también la del «añorado tío Juan». A este lugar de encuentro repleto de libros se acercan para darle la enhorabuena por el chaval al que escuchan en la Cope... Y eso que el deseo era que estudiara algo «con salida». Ya ves, al final el hijo ha acabado jugando «la Champions de la radio deportiva».

Fernando creció en pleno centro de Cuenca. Primero en Princesa Zaida y luego junto al parque de San Julián, donde todavía viven sus padres y donde se escapa «todo lo que puede» porque el encanto de la ciudad encantada tiene encantado su corazón. Su infancia y, especialmente su adolescencia, no fueron del todo fáciles. En su camino se cruzó un demonio en forma de bullying. El acoso escolar, ese problema social «grave» que hoy todos conocemos, pero que hace 20 años eran «cosas de críos». Fernando no se esconde. Habla de ello sin tapujos y hace bien, porque pasar por algo así y salir victorioso después de tantos días de sufrimiento y noches de desvelo es una epopeya. Y más para servir de ejemplo. Hay que mostrar a los que ahora estén pasando por lo que él pasó que se puede salir «si cuenta y se pide ayuda. Fernando lo hizo y hoy observa con orgullo las huellas que ha dejado en el camino. Hablan por sí solas. Y cuentan una historia de superación maravillosa.

Éstas son las raíces conquenses de un joven que se marchó a Madrid a estudiar Informática. Fue en balde. En el Colegio Mayor Chaminade descubrió una pasión, la radio. Esa compañera que durante los años oscuros sirvió como «válvula de escape». En la emisora de esta residencia universitaria fraguó sus primeros pinitos, descubrió la «verdadera vocación», dio un giro de timón y empezó Periodismo. Sin haber cumplido la veintena entró en la Cadena Ser como colaborador, primero en un Carrusel Deportivo a nivel local y luego al más alto nivel. En esos primeros años recuerda todo lo que aprendió de los compañeros de la delegación en Cuenca. Ellos fueron sus «primeros maestros».

En 2010, en el Mundial de las vuvuzelas y el gol de Iniesta, se produjo el gran traspaso. Prácticamente un equipo de deportes al completo cambió el amarillo de la Ser por el azul de la Cope. Todos siguiendo la estela de Paco González, al que Fernando admira con «respeto reverencial». Fue su «ídolo» y hoy es algo así como un «hermano de mi padre». Él mismo le llamó y le pidió que se uniese al grupo. Le dijo que se lo tenía que pensar, haciéndose el duro –siguiendo los consejos de la que ahora es su mujer–, pero por dentro se moría de ganas por hacerlo. «No tardé ni 20 minutos en devolverle la llamada», reconoce entre risas. En ese equipo y rodeado de «mastodontes» como Pepe, Paco o Manolo Lama, ha crecido a nivel profesional y personal, y se ha consagrado como uno de los expertos más brillantes en fútbol internacional. Hasta 30 partidos ha llegado a ver de forma simultánea en un mismo fin de semana. Eso no hay matrimonio que lo aguante, a no ser que tu mujer sea tan futbolera como tú. Y es el caso...

Ésta es la historia de alguien que vive inmerso en un «cuento de hadas» al divertirse haciendo radio con los que en su día fueron sus «referentes». Un cuento en el que tampoco faltaron los malvados a los que hubo que derrotar. Pero ese cuento hoy escribe el final más feliz de todos a ritmo de goles en narraciones frenéticas y, sobre todo, risas. Muchas risas.