De 24 quilates

Leo Cortijo
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Desde hace casi un cuarto de siglo, Macarena y Rosario bordan con hilo de oro y dan forma a auténticas obras de arte, en una labor tan compleja y laboriosa como singular y bello es su resultado

De 24 quilates - Foto: Reyes Martí­nez

Macarena y Rosario llevan bordando casi un cuarto de siglo, que se dice pronto. Y no cualquier cosa ni de cualquier manera. Bordan con hilo de oro y dan forma a auténticas obras de arte. De hecho, desde hace cuatro años están reconocidas como maestras artesanas e incluso se les ha propuesto para el Premio Nacional de Artesanía. En 1997 emprendieron el camino de forma conjunta bajo la vitola de la empresa Artesanía del bordado en oro San Julián, y desde entonces no les ha faltado trabajo. Son un auténtico referente para el mundo cofrade y semanasantero, santo y seña de Cuenca.

Es muy raro encontrar entre las 33 hermandades que conforman la Pasión conquense alguna que no luzca una de sus piezas. Estandartes, mantos, sayas, guiones, gualdrapas... Todo o casi todo lo que reluce sobre terciopelos, sedas y damascos lleva su firma. Para ellas, como es lógico, es «todo un orgullo». Ahora bien, su producción no solo se circunscribe a las hermandades de Cuenca, pues cada es más grande la nómina de cofradías de la provincia que confían en su forma de trabajar. De hecho, ahora ultiman el nuevo estandarte de El Vítor de Horcajo de Santiago, un encargo que siguió adelante a pesar de que la fiesta no se pueda celebrar por culpa del coronavirus.

Trabajar el hilo de oro –que no dorado– es una labor compleja, laboriosa y artesanal de principio a fin, ya que la única herramienta con la que cuentan son sus propias manos. La técnica «no tiene nada que ver» con el bordado de seda. Básicamente, porque ésta se enhebra en la aguja y el hilo de oro no, ya que se rompería. Es una labor que exige, por tanto, un mimo o una delicadeza especial. No en vano, «es un material bastante caro, que no se vende por metros, sino al peso». También es capital la calidad del hilo que se utilice, aunque está más o menos estandarizado en los 24 quilates.

Macarena y Rosario se encargan de todo el proceso, por eso llevan por bandera que todos y cada uno de sus trabajos son piezas «únicas y exclusivas». Ellas mismas confeccionan el diseño, partiendo eso sí de unas indicaciones previas imprescindibles, como qué dimensiones tiene que tener la obra, qué colores deben utilizar o qué elementos claves no pueden faltar. Una vez que el diseño está aprobado, recortan en cartulinas las piezas que forman la composición, para después aplicarlas a un fieltro con relleno para que la puntada quede marcada.

El proceso, que se explica con facilidad, lleva mucho tiempo de tarea. En algunos bordados, de hecho, han tenido que emplear varios meses de trabajo. Además, nada tiene que ver lo que ellas realizan con sus manos con lo que ya se hace por ordenador y a través de una máquina, en una producción en serie. 

Macarena y Rosario apuestan por la calidad por encima de todo. En precio es «imposible competir» en ese sentido porque el material que utilizan es más caro y exige muchas más horas de trabajo. «A lo lejos ves un estandarte bordado con un ordenador, con hilo de plástico y con cuatro adornos llamativos, y otro bordado en oro de forma artesanal, y el público en general puede no notar la diferencia, pero la persona que entiende, sí», explica Macarena. Ya saben: no es oro todo lo que reluce. Por eso les gusta que sus clientes visiten el taller para que vean cómo trabajan y «la dedicación y el tiempo que empleamos en todo».

Ellas aportan algo que ninguna máquina, por muy inteligente que jamás llegue a ser, puede aportar. Macarena y Rosario proporcionan corazón y alma a todos sus trabajos: «Desde el más pequeño hasta el más grande... todos tienen una parte de nosotras».