Gregoria de la Cuba y Clemente

Luz González
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Gregoria de la Cuba y Clemente

La población conquense está habituada a ver esta escultura femenina en el Parque de San Julián. Desde la niñez hemos jugado a subirnos y bajarnos del pedestal, nos hemos sentado en su regazo y hemos tocado la cara y las manos de bronce de esta figura, pero no sabíamos nada, o muy poco, sobre la señora inmortalizada por Marco Pérez en esta estatua en 1930. La inscripción que hay en ella dice: «A doña Gregoria de la Cuba y Clemente, conquense nobilísima, cristiana bienhechora de los pobres, protectora de las letras y del trabajo. Año MCMXXX».

Doña Gregoria de la Cuba y Clemente, la mujer representada, fue una mujer ilustre que heredó una gran fortuna y quiso con ella remediar injusticias de su tiempo creando proyectos para dar trabajo a los conquenses, especialmente a los de su pueblo, Molinos de papel, dejando sus tierras a los campesinos por muy baja renta, creando escuelas y becas para que estudiaran los niños de ese pueblo, pensionando a los más capaces para estudiar fuera y ejerciendo el mecenazgo sobre los que tenían habilidades artísticas. Toda esta información se desprende de su testamento y de los Estatutos de la Fundación que mandó crear para continuar esta labor filantrópica, comparable en cierta forma a la que realizó un contemporáneo suyo, el insigne krausista don Lucas Aguirre.

La paradoja es que, siendo mujer, no se detuviera en ayudar de manera especial a las de su sexo, sino que, por el contrario, su Fundación refleje la intención de perpetuar la discriminación por género, existente en su siglo, asignado a las mujeres jóvenes de Molinos una dote para casarse mientras que a los varones les daba becas para realizar estudios superiores. Discriminación sexista que no me encaja en la intencionalidad de una mujer tan adelantada a su tiempo y tan libre como deja ver en otros aspectos. Hasta creo que no era esa su intención, sino responsabilidad, o culpa, de sus albaceas, que interpretaron así su testamento y pusieron esa cláusula en los Estatutos de su Fundación, redactados y publicados diez años después de morir doña Gregoria.  

Ella murió en noviembre de 1896, mientras que la fecha de publicación de los Estatutos es de 1904. En la primera página de dichos Estatutos, pone fecha de «creación». Es decir, que no cabe pensar que se hubieran creado antes y publicado después. La discriminación de la que hablamos reside sobre todo en lo que está escrito en el CapítuIo I, artículo 5º : «Costear el aprendizaje de oficios, y, en su caso, una carrera literaria o artística, a jóvenes varones, hijos de vecinos del Molino del Papel y de los términos municipales de Palomera y Cuenca, y a jóvenes, hijas de los mismos puntos, al contraer matrimonio o profesar en Orden religiosa».

Sabemos por la correspondencia de doña Gregoria con su hermano Evaristo, el único que sobrevivió a la madre, con el que Gregoria estaba muy unida, que ella no se quiso casar, a pesar de tener muchos pretendientes, que prefirió vivir en Cuenca, con su hermano, también soltero, en la casa familiar de la calle Alfonso VIII, donde hoy la recuerdan con una placa que pone «Casa de los Clemente de Arostegui».

La fortuna de doña Gregoria se debía a las sucesivas muertes de familiares de los que iba quedando como única heredera. Tuvo varios hermanos, algunos de ellos no alcanzaron la edad adulta, y los que lo hicieron no tuvieron hijos. Los padres venían de familias acaudaladas, don Félix de la Cuba, heredero de tierras y de la industria papelera en el pueblo de Molinos de Papel y doña María Josefa Clemente, heredera, por parte materna, de las famosas hermanas Salonarde, dueñas de grandes ganaderías de la provincia, y de parte paterna de los Arostegui.

De la pareja nacieron tres hijos, Benito, Hilario y Evaristo y dos hijas, Juana y Gregoria, nacida en Cuenca el 25 de mayo de 1824, en la calle Correduría, número 96, hoy llamada Alfonso VIII. De los hermanos solo sabemos sus nombres, inscritos en el mausoleo donde están enterrados. Solo se tienen noticias de Evaristo, siete años mayor que Gregoria, que ejerció de abogado en Cuenca, con el que convivió, junto a su madre, durante toda su vida. Cuando murió doña María Josefa, a los 77 años, los dos hermanos siguieron viviendo juntos en su residencia conquense. La muerte de Evaristo, el único familiar que le quedaba a Gregoria, fue tan dolorosa que se decidió a abandonar la ciudad y se marchó a Madrid, donde falleció a los 72 años. Su cadáver fue trasladado al mausoleo familiar de Molinos de Papel, que ella había mandado construir para enterramiento suyo y de toda la familia.