La pluma y la espada - Garcilaso de la Vega

Garcilaso de la Vega, poeta, amante y guerrero


El rapsoda se dedicó en cuerpo y alma al arte de las letras, mientras mantenía vivo su bravo espíritu en la afrenta, esa que le llevó a la muerte

Antonio Pérez Henares - 03/10/2022

Para definir al reconocido como Príncipe de los Poetas españoles y el alma misma del tiempo que le toco vivir, que aprovechó apasionadamente y cuyos valores encarna más que nadie, nada mejor que utilizar sus propias palabras en verso, claro, de esa dualidad en sus oficios, el de las armas y el de literato y que él nos dejo como resumen: «tomando ora la espada, ora la pluma». El título, ya ven que hemos tomado prestado como el mejor para esta serie que con él comienza y que encabeza «La pluma y la espada». 

Se tiene cada vez por más cierto que el Renacimiento tuvo como primeras puertas abiertas en España las de las casas de los Mendoza, entonces los más poderosos señores del Reino, con permiso de los reyes Católicos y del Emperador Carlos. Y está muy probado que fue el gran amigo de Petrarca, Andrea Navaggiero, quien alentó a Boscan y a Garcilaso, Garci Lasso de la Vega, a escribir sus primeros sonetos a «la itálica manera».

 Este había llegado un día al palacio del Infantado en Guadalajara y se quedó admirado al encontrar allí aquella construcción y ambiente que tantos ecos de su propia patria tenía en sus fachadas, fábricas, coloquios y anhelos. 

Garcilaso de la Vega, poeta, amante y guerreroGarcilaso de la Vega, poeta, amante y guerreroVenía como embajador de la Serenísima República de Venecia con la misión de negociar la liberación, nada menos, que del rey francés Francisco I, prisionero de Carlos V tras haber sido derrotado en Pavia y conducido a España. Habían tenido las mesnadas mendocinas y alcarreñas mucho que ver en aquello, y uno de los lugares a los que fue conducido y alojado y, aunque preso agasajado como rey que era, fue la casa principal de la familia. Tras un desfile triunfal de entrada en la ciudad, no fueron menores las fiestas en el Palacio, donde hasta le dio tiempo al francés para tener algún amor. Siguiendo sus paso llegó hasta allí Navagiero, pero el real cautivo ya no estaba y supo que la corte del rey Carlos estaba entonces en Granada y hasta allí dirigió sus pasos.

 Ya sabía al partir que aquella familia tenía como gran antepasado al marqués de Santillana, y que amén de políticos, guerreros y diplomáticos tenían su devoción también puesta en las letras y en las artes. Unos renacentistas, vamos, que además frecuentaban y gozaban de gran poder en la Italia hispánica, Nápoles y Sicilia, y mucho prestigio en Roma. Y supo también que uno de sus vástagos, nieto de una hermana del Marqués y sobrino del propio duque era un joven llamado Garci Lasso de la Vega, que estaría allí por la Alhambra.

 Tuvo éxito Andrea en su misión diplomática. Sus gestiones facilitarían al cabo la liberación del monarca, pero quizás fue más importante su viaje en lo que a frutos literarios se refiere. 

Llegado a Granada, conectó en efecto con los dos inseparables amigos, lo habían sido desde muy jóvenes y lo seguirían siendo de por vida, Boscán y Garcilaso, ambos gentilhombres en la corte y ya celebrados poetas. El influjo de Petrarca y de los sones y efluvios del nuevo viento artístico encontraron en ellos la tierra más fértil. El propio Boscán nos lo cuenta. 

El punto de inflexión en su lírica y el de las letras españolas tienen fecha y lugar, un día de 1526, en los jardines del Generalife: «Estando un día en Granada con el Navagero, tratando con él en cosas de ingenio y de letras, me dijo por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia: y no solamente me lo dijo así livianamente, mas aún me rogó que lo hiciere... Así comencé a tentar este género de verso, en el cual hallé alguna dificultad por ser muy artificioso y tener muchas particularidades diferentes del nuestro. Pero fui poco a poco metiéndome con calor en ello. Mas esto no bastara a hacerme pasar muy adelante, si Garcilaso, con su juicio —el cual, no solamente, en mi opinión, mas en la de todo el mundo ha sido tenido por cosa cierta— no me confirmara en esta mi demanda. Y así, alabándome muchas veces este propósito y acabándome de aprobar con su ejemplo, porque quiso él también llevar este camino, al cabo me hizo ocupar gran parte de mis ratos en esto más fundadamente».

 Garci Lasso de la Vega, para la posteridad Garcilaso, vino a nacer en Toledo, allá por el año 1500, no hay certeza exacta al respecto, y a morir muy joven, antes de alcanzar los 40, en Niza a causa de heridas de guerra. Era el tercer hijo de su padre, con su mismo nombre, señor de Arcos y comendador mayor de la Orden de Santiago en León y nieto de Elvira Lasso de Mendoza, hermana del marques de Santillana. Huérfano desde niño, fue educado con mucho esmero, como correspondía a su poderosa familia, en la Corte, donde aprendió griego, latín, italiano y francés, amén de esgrima y a tocar el laúd, el arpa y la cítara. 

Allí conoció al caballero que tanto influiría en su vida. En el año 1522 ya servía al rey Carlos como contino, tras haber ido en el séquito del Duque de Alba, emparentados con los Mendoza, a recibirlo a su llegada a España por Tazones (Santander) y al año siguiente ya había alcanzado la dignidad de Caballero de Santiago y la Gentilhombre de la Casa de Borgoña, donde se inscribían los más cercanos al ya emperador Carlos. 

Su relación con los Alba también sería una constante, pues acompañó al luego Gran Duque Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel en la acción de Fuenterrabia contra los franceses. Esa amistad le vendría muy bien más tarde en sus encontronazos con el propio monarca, que los tuvo y algunos fuertes. Aunque siempre fue uno de sus más leales súbditos, pues no dudó en apoyarle desde el inicio en la guerra de las Comunidades de Castilla, resultando herido en la batalla de Olías del Rey y participando en el cerco de Toledo, donde había nacido, que defendía una de sus primas, María Pacheco, una Mendoza, viuda ya de Juan Padilla, y que concluyó con la capitulación de la ciudad y puso definitivo fin al levantamiento.

Su siguiente acción militar lo llevó junto a Boscán, con Pedro de Toledo, otro Alba, luego virrey de Nápoles, a Rodas a intentar, sin éxito, que no cayera en manos de los turcos.

 Por entonces, aunque ya se le reconocían algunos romances y ya había comenzado con la poesía, no gozaba todavía del prestigio que después alcanzaría. El famoso y alabado era Boscan y, de hecho, sus primeras publicaciones fueron un añadido de algunos de sus poemas a una obra de este. Pero Garcilaso, ya antes y en su primera estancia en Nápoles (1522-23) había sido tentado por aquellas nuevas formas a las que ya después, tras el encuentro en Granada, consagraría todo su genio. Sus primeros versos habían sido compuestos siguiendo las pautas tradicionales, métrica cancioneril, pero deshechó la formula muy pronto y se entregó en alma y cuerpo, y nunca mejor dicho, al espíritu renacentista. 

 Antes se había casado, un matrimonio pactado entre aristócratas, con Elena de Zúñiga, dama de la hermana de Carlos V, doña Leonor y fijado residencia en Toledo, cuando no estaba en campaña o atendiendo a sus obligaciones cortesanas. Amores aparte y un hijo previo, que reconoció más tarde y al que costeo educación, Lorenzo Suárez de Figueroa, tuvo con la Zúñiga cinco hijos, aunque por Toledo no paraba mucho, y hasta fue además regidor de la misma algún tiempo, pues había de viajar de continuo con el emperador. Doña Elena seguiría habitando en la casa familiar de Toledo durante toda su vida y hasta que falleció, 26 años después de la muerte del poeta.

influencia

La peripecia amorosa de Garcilaso ha ido tan ligada a su producción poética que no pocos han visto en sus versos una especie de autobiografía, y algo o bastante hay de ello, como también la influencia de sus viajes propiciados por su participación en misiones guerreras y diplomáticas y estancias en enclaves privilegiados, aunque también y en algún caso en calidad de preso, no precisamente mal tratado.

 En amores fue desde luego muy precoz, y también exitoso. Los primeros conocidos son una aldeana extremeña, Elvira, una dama napolitana en su primera estancia allí con apenas 20 años, cuyo nombre no sabemos, y ya con fuerte eco en su obra el de una prima suya, Magdalena de Guzmán, hija ilegítima de doña María de Ribera y monja, por más señas que parece ser el personaje de Camila, así como Guiomar Carrillo, convertida en Galatea. 

Particular impacto tuvo también en él Beatriz de Sá, esposa de su hermano Pedro Lasso, causa de no pocos disgustos suyos, pues se unió con fervor a la causa comunera mientras él los combatía. Su cuñada lo dejó subyugada y parece que con razón, pues de ella se dijo que era «a mais fermosa molher que se achou em Portugal».

Las portuguesas, llegadas a España como damas de la hermosa reina Isabel de Portugal, no menos bellas que su señora y de costumbres más abiertas que las castellanas, revolucionaron la corte y tuvieron un tremendo impacto en la alta sociedad de la época. Los caballeros hispanos quedaron subyugados y Garcilaso fue de los primeros en sucumbir, y con reiteración, a sus encantos, aunque alguna de ellas le desdeñara y le hiciera sufrir lo suyo. De ello sacó provecho la literatura, pues por ahí llegaron los versos más hermosos del autor, considerados hoy cumbre de nuestra lírica. 

Fue el caso de Isabel Freire, supuestamente la Elisa de sus versos, que no le hizo mucho caso y se casó con otro, Antonio de Fonseca. Murió muy joven a consecuencia de un parto y llenó de dolor no solo a su marido, sino también a su platónico amante. Pero hay quien dice, y es quien está considerada como mejor conocedora actual de Garcilaso, María del Carmen Vaquero, que en realidad Elisa pudo ser la segunda mujer de su hermano Pedro, la ya mentada y bellísima Beatriz de Sá, descendiente de un hidalgo francés, un Bettencourt y una princesa guanche. 

 Pero rizando el rizo, la propia Vaquero ha descubierto también que quizás Elisa no sea ninguna de ellas, o bien mezcla de tres, pues en un documento por ella encontrado aparece quien emerge como el primer gran amor de Garcilaso. Fue una dama toledana, comunera, doña Guiomar de Carrillo, la madre de quien luego reconocería como su hijo y de cuya relación dejó ella misma y por escrito, constancia, ya muerto él, de esta hermosa y clara forma: «Yo tuve amistad del muy magnífico caballero Garcilaso de la Vega... Entre mí y el dicho Garcilaso hubo amistad y cópula carnal mucho tiempo, de la cual cópula yo me empreñé del dicho señor Garcilaso, y parí a don Lorenzo Suárez de Figueroa, hijo del dicho señor Garcilaso y mío, siendo asimismo el dicho señor Garcilaso hombre mancebo y suelto, sin ser desposado ni casado al dicho tiempo y sazón».

La primera glosa que de su figura y carácter conocemos se la debemos al sevillano Herrera, publicada en el mismo siglo en que murió y en el señala un concepto hasta entonces no destacado y es que, junto y hasta por encima del linaje estaba el merecimiento propio, la verdadera nobleza, aunque fue el suyo el más ilustre, y señalar que su gloria se fundaba en su «virtud propia, porque los bienes agenos desseados de todos i tenidos en singular precio no merecen igual valor con los que nacen y viven en el ombre mesmo». Lo describe también físicamente y muy bien viene, pues no hay retrato de los que circulan, que pueda afirmarse sea verdadero. «En el ábito del cuerpo tuvo justa proporción, porque fue más grande que mediano, respondiendo los lineamentos i compostura a la grandeza». O sea, que era guapo. Era además galante, culto y gentil con sus maneras y palabras y destacaban en él su actitud para la música y su osadía para la guerra lo que, unido a su máxima destreza con los versos, le valía el aprecio de «damas i galanes».

Carlos V

Y cercano al hombre más poderoso de su tiempo, el emperador Carlos V, que también contaba, aunque tuvieran sus disgustos. Después de darle algunos de sus poemas a Boscan para su revisión y aconsejarle que tradujera y glosara El Cortesano de Castiglione, partió de nuevo hacia Italia, en primer lugar a Roma, para luego combatir en la campaña contra los florentinos y asistir después al magno acontecimiento de la investidura de Carlos como Emperador del Sacro Imperio Germánico en 1530, celebrada en Bolonia y acompañarle después a Mantua. Las relaciones entre ambos eran excelentes y le autorizo a volver a España y le otorgó una renta de 80.000 maravedíes anuales de por vida en recompensa por sus servicios «sin necesidad de servir ni residir en nuestra corte». 

Pero el Emperador sí le encargó algunas «cosillas» aconsejado por la Emperatriz Isabel. Por ejemplo, viajar a la corte francesa y ver cuál era el trato que el liberado y nada agradecido Francisco I daba a su hermana, Leonor de Austria, cuyo matrimonio le vino impuesto por el tratado llamado, La Paz de las Damas, tras su derrota en Pavia. Y de paso espiar un poco. Cumplió a la perfección ambas cosas.

 Fue justo después cuando llegó el tropiezo con el rey Carlos. Garcilaso, contraviniendo sus ordenes, asistió y actuó como testigo de la boda de su sobrino, el hijo de su hermano Pedro, que había sido destacado comunero, y de su adorada Beatriz de Sá. El Emperador mandó apresarlo y que fuera confinado en una isla del Danubio, cercana a Ratisbona. Allí estuvo mas de un año, pero más que preso, era el huésped más agasajado por el conde que lo tenía bajo custodia. 

La intervención de su amigo y valedor, el duque de Alba, hizo que Carlos, sin que hubiera que insistirle mucho, le levantará el castigo, los turcos comenzaban a amenazar Viena y era mejor contar con él para lo que estaba por venir y pasó a formar parte de las tropas del duque. 

Garcilaso se instalo entonces en Napoles, donde vivió una nueva época esplendorosa de la que se convirtió en protagonista en todos los aspectos: intelectual, estableció una gran amistad con los trovadores y escritores italianos, amatoria y militar. Valga como detalle la anécdota relatada sobre ello por Luis Zapata de Chaves.

«Era toda la gala y toda la damería de Italia, entre los cuales estaba Garcilaso, y ya a puesta de sol, que es la hora en que se ceban los halcones y azores de mejor gana, y entre dos luces en la que se visitan con más comodidad las damas, los criados celosos acudieron con velas muy temprano, de que todas y todos muy mucho se enfadaron y la señora misma, y dijo: «¡Oh, ciega y sorda gente!». Acudió luego Garcilaso con el fin del mismo verso de Petrarca: «...qui si fà notte inanzi sera», que el toledano cuadró sobre la marcha siendo por todos celebrado.

 Estaba el poeta en la plenitud de su vida en todos los sentidos. Participó en los combates que tuvieron lugar en Túnez y, tras haber conseguido tomar el fuerte de la Goleta, resultó herido por una lanza, tanto en la boca como en un brazo.

 Recuperado fue al año siguiente, 1543, cuando al estallar la tercera de las guerras contra Francisco I de Francia fue a la campaña de la Provenza como maestre de campo. 

Allí le esperaba la muerte, que en cierta manera él busco de manera temeraria. En septiembre se lanzo el primero al asalto de una pequeña fortaleza en Le Muy, cerca de Fréjus, con tan solo la protección de una rodela. Una gran piedra le alcanzó en la cabeza cuando escalaba la torre y lo derribó, cayendo muy malherido en el foso. Fernando de Herrera narra así su muerte: «Entonces, Garci Lasso, mirándolo el Emperador, subió el primero de todos por una d'ellas sin que lo pudiesen retener los ruegos de sus amigos. Mas antes de llegar arriba, le tiraron una gran piedra, i dándole en la cabeça, vino por la escala abaxo con una mortal herida».

Trasladado a Niza, murió a los pocos días, sin que ni los médicos del emperador ni el desvelo de otro de sus grandes conventos de San Pedro Mártiramigos, Francisco de Borja, luego jesuita y santo, pudieran hacer nada por su vida. Carlos V, furioso y apenado por la muerte de quien, a pesar de alguna desavenencia tanto quería, hizo ahorcar, tras tomar la fortificación, a todos sus defensores. 

Sus restos, tras un entierro pasajero en Niza, fueron llevados por su viuda a Toledo dos años después, donde tras algunos cambios acabaron donde se encuentran actualmente en la capilla familiar.

 (Continuará)