La división de opiniones marca el fin de la mascarilla

Leo Cortijo
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Los conquenses se fraccionan al analizar la conveniencia de la medida, mientras que en el ámbito laboral surgen muchas dudas, especialmente en profesiones en las que se trabaja de cara al público o en espacios compartidos.

Una trabajadora del Hotel Torremangana, uno de los más importantes de la capital, trabaja en la limpieza de una habitación con la mascarilla puesta. - Foto: Reyes Martínez

Hace justo ahora dos años, el mundo vivía una de las peores amenazas en materia de salud pública de la historia reciente. Muchas generaciones solo habían conocido los efectos perniciosos de un virus totalmente desconocido y tan letal como este coronavirus por los libros de Historia. Haciendo tristemente célebre el tópico, la realidad superaba la ficción. Un terremoto de catedralicias proporciones y en todos los órdenes de la vida sacudía el planeta de principio a fin. Una civilización en jaque que tuvo que asimilar a marchas forzadas conceptos como confinamiento o distancia de seguridad y, además, convivir con un elemento que hasta ese momento solo parecía reservado al ámbito de los profesionales sanitarios y en determinados contextos: la mascarilla. Esta imprescindible barrera contra el bicho, un salvavidas en los peores momentos, se convirtió en una amiga inseparable para todos nosotros. No nos la quitábamos ni a sol ni a sombra. No podíamos. De hecho, y aunque las restricciones para frenar la propagación del virus fueron decayendo conforme mejoró la situación, especialmente tras la irrupción de la vacuna, la mascarilla ahí siguió como último dique de contención.

Ahora, cuando la pandemia ha entrado en una fase de endemia, según los expertos, el Consejo de Ministros da un nuevo paso en la búsqueda de la ansiada normalidad y aprueba que su uso deje de ser obligatorio en espacios interiores. La medida es efectiva desde este miércoles, una vez que ya ha sido publicada en el Boletín Oficial del Estado (BOE). A falta de analizar concienzudamente la letra pequeña del texto que emana de la Administración, el documento solo estipula su uso obligatorio para trabajadores y visitantes de centros asistenciales y personas ingresadas cuando se encuentren en espacios compartidos fuera de su habitación o en centros sociosanitarios, así como cuando se utilice el transporte público. Esto incluye farmacias, hospitales, centros de salud y residencias de mayores, sin ir más lejos.

Ahora bien, surgen muchas dudas en el ámbito laboral, especialmente en determinadas profesiones en las que se trabaja o bien de cara al público o bien en espacios compartidos y con un número considerable de empleados. En este sentido, serán los departamentos de riesgos laborales de las propias empresas los que decidan en qué espacios se deben usar de forma obligatoria. No hay que olvidar que los expertos aconsejaron su uso siempre que el trabajo deba realizarse a una distancia interpersonal de menos de un metro y medio y no pueda garantizarse la ventilación adecuada.

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Desde Comisiones Obreras entienden que es «acertado» que sea el servicio de prevención el que determine si en un centro de trabajo se recomienda usar la mascarilla o no, y es que, apunta la secretaria provincial del sindicato, María José Mesas, «hay que pensar en la diversidad de casos porque es muy amplia… Tenemos muchas realidades distintas». Fruto de ese abanico tan heterogéneo, CCOO defiende que las empresas tienen que tener a disposición de sus trabajadores mascarillas o geles hidroalcohólicos, por ejemplo, para que aquellos que quieran seguir usándolos no tengan ningún problema. «No solo hay que tener una visión exclusiva del centro de trabajo, sino de las personas a título individual que están en contacto con otras que son vulnerables porque eso les exige una mayor precaución», subraya Mesas. Así todo, el sindicato hace un «llamamiento» a las patronales para que faciliten a sus empleados medios de prevención porque «ser precavido nunca está de más».

Trabajo a trabajo. No es lo mismo trabajar en la construcción en una obra en un espacio abierto, que hacerlo en una pequeña oficina sin apenas ventilación. Las realidades que dibuja el mercado de trabajo son muchas y muy variadas y de ahí que la poca concreción del decreto que regula la nueva norma deje un amplio margen a la interpretación. Uno de los sectores más castigados por las restricciones durante estos dos años ha sido la hostelería, que por fin ve la luz al final del túnel. Ahora surge un nuevo paradigma y es la posibilidad de que sus trabajadores sirvan una comida, una caña o un café sin la obligación de usar mascarilla. El secretario de la Agrupación de Hostelería, Diego López, cree que, en primera instancia, cada empresa del sector «tomará sus propias decisiones» y, en segunda, serán los propios trabajadores los que individualmente tengan la última palabra «y si quieren seguir atendiendo a la gente con mascarilla, seguirán haciéndolo porque tienen el derecho».

López considera que se tendrá la «libertad suficiente» para determinar una cosa o la contraria, y que la decisión dependerá del tipo de establecimiento. En la segunda mitad de la primavera, durante todo el verano y en parte del otoño muchos hosteleros apuestan todo a la terraza de sus negocios, y eso ayuda a que se trabaje sin mascarilla. «No es lo mismo si es verano o si es invierno y no es lo mismo si el local es espacioso o no lo es tanto», apunta un López que recuerda que «en función de eso cada uno elegirá lo que crea conveniente».

El sentido común es el que en la mayoría de ocasiones debe imperar, una vez que la norma no entra en especificaciones muy concretas. En ello pone el foco López y en ello lo pone también la secretaria de la Asociación de Comercio, Raquel Álvarez. Como su homólogo hostelero, insiste en que hay que ser «prudentes» y tener en cuenta lo que publica la normativa en sus más precisos aspectos. Partiendo de ahí, «de forma genérica, aunque se establezca el fin en interiores eso no quita para que cada comercio, con respecto a sus propios trabajadores y con el ánimo de la colaboración, pueda decidir qué es lo puede hacer». A juicio de Álvarez, «lo importante es que el empresario, junto a sus trabajadores y en base al diálogo, puedan tener la libertad de decidir qué pasa con la mascarilla con el fin de que tanto unos como otros estén cómodos, tranquilos y en condiciones seguras». Algo de lo que la responsable de este colectivo no duda, ya que «el comercio ya dio el do de pecho en los peores momentos y lo seguirá haciendo ahora cuando ya no es obligatorio para seguir demostrando que somos lugares seguros».