Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Deseos humanos

04/12/2020

En la actualidad, hay una parte de la población que piensa que solo ellos viven intensamente. Basta con ver alguna película de Fritz Lang para recordar que las pasiones y los sentimientos nublan el juicio con frecuencia. El ser humano siempre ha tenido la capacidad para equivocarse con ganas; tal vez la única diferencia es que antes no se perdía el tiempo justificando los actos. Nadie dudaba de que se actuaba mal y se asumía que era nuestra debilidad de carácter la causa del comportamiento. Esa coherencia mental ahorró muchos gastos psicológicos pero no redujo ni un ápice los errores.

Como nos gusta pensar que somos más avanzados colectivamente, en Occidente hace tiempo que ignoramos las obligaciones militares y carecemos de una estrategia defensiva coherente. Esta limitación tiene muchos padres. Desde luego el pacifismo militante explica parte del desaguisado, el cual se asimila peligrosamente a los amish o cuáqueros en un rechazo frontal a la violencia. El argumento central es que las agresiones son fruto de una actitud hostil del agredido, ya que si no existiera el agresor se transformaría en una dócil ovejita. Hace ya muchos siglos que los romanos asumieron que la disuasión era más barata que la guerra. Esta enseñanza ha quedado en el olvido.

Tampoco ayudan los defensores del mercantilismo, no lo confundamos con el libre comercio, que con tal de defender sus negocios están dispuestos a aceptar cualquier agresión sino pone en riesgo sus beneficios. Esta idea la encontramos en Alemania con Rusia y hasta cierto punto en Estados Unidos con China, aunque me temo que los países vecinos del gigante asiático ya han sucumbido a esa dinámica.

Y por último, nos encontramos con los fríos defensores de la disciplina fiscal que ven en los gastos militares un claro ejemplo de despilfarro público, cuando el riesgo de un conflicto militar es bajo por los argumentos anteriores. Cierto es que alguno se queda dudando con la disyuntiva entre cañones y mantequilla, pero se le pasa rápido.

Nadie en su sano juicio desea una guerra y menos aún las consecuencias que provoca, las cuales se suelen siempre subestimar; el beneficio económico es nulo y la gloria efímera. Sin embargo, es una enorme irresponsabilidad ignorar los efectos prácticos de la disuasión. Evita los errores de cálculo de los vecinos, aumenta las opciones de los gobernantes y garantiza la soberanía de los países. Pero para invertir en defensa se necesita planificación, estrategia y principios.

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