José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


Música y palabras en el patrimonio edificado

14/07/2022

Si las piedras hablaran, ¿qué nos dirían, desde una sabiduría acumulada durante siglos? Las piedras son, aparentemente, materias insensibles, inertes, carentes de sentimientos, sin vida propia y, por tanto, incapaces de tomar decisiones por sí mismas, maleables por las manos humanas que las pueden fragmentar, pulir, cortar, pegar, cercenar, amontonar o cualquiera de los otros muchos verbos aplicables al tipo de faenas variadas que se pueden desarrollar con ellas. Hablo, en este caso, naturalmente, de piedras nobles, pulidas, hábilmente estructuradas, no solo de los sencillos y humildes cantos rodados que sirven para menesteres prosaicos. Estas piedras, que he visto, pisado y admirado en docenas de ocasiones están llamadas a cobrar ahora una nueva vida, que no les surge de su interior inanimado, sino de las aportaciones que les llegan del exterior, en forma de seres humanos que acuden, al parecer masivamente, atraídos por incitaciones envueltas en música y que, de esta forma, establecen un dilatado arco temporal que enlaza con los orígenes, cuando mentes sensibles y manos habilidosas dieron forma utilitaria a estos edificios cuya supervivencia a lo largo de veinte siglos nos produce una impresión maravillada.
No hace mucho, transitando por esta carretera, una de las personas que compartía el habitáculo del coche, al oír mi comentario sobre las bellezas de Segóbriga señaló, quizá inocentemente, que no había estado nunca allí, que desconocía la verdadera naturaleza del sitio que en esos momentos estábamos contemplando desde la lejanía. Me pregunto cómo es posible que haya alguien, habitante de la provincia de Cuenca, que no haya estado jamás en Segóbriga y me respondo a mí mismo en sentido afirmativo, por más que me resulte sorprendente y quizá, añado prolongando el pensamiento, habrá también otros muchos que desconozcan igualmente otras de las maravillas repartidas por esta ancha provincia porque, me digo, quizá en muchos espíritus hay un principio reduccionista que anima a ir repetidamente a los mismos lugares y no querer descubrir otros nuevos, quien sabe por qué clase de prejuicios.
La propuesta que la Diputación Provincial ha empezado a desarrollar con la llegada del verano, vinculando patrimonio y espectáculo, en una interesante iniciativa llamada a fomentar el turismo interior, puede servir eficazmente para diluir o amainar ese desconocimiento tan extendido y, por el contrario, contribuir al conocimiento colectivo. Segóbriga es uno de los mejores ejemplos que se pueden esgrimir en este panorama. Hay en ese lugar una historia breve pera apasionante, porque el tiempo de esplendor de aquella ciudad hispano-romana no fue muy dilatado. Era una pequeña y anónima aldea cuando una buena localización en la red de calzadas junto con el desarrollo de la explotación de las minas de lapis especularis situadas en su entorno, la hizo prosperar y crecer, de manera que durante el imperio de Augusto se desarrolló todo el espectacular urbanismo que hoy podemos contemplar, aunque la moderna visión sea la de unas bellísimas ruinas que, sin embargo, no tienen por qué estar muertas, no tienen por qué servir únicamente para ser vistas o fotografiadas.
El teatro, el anfiteatro, las termas, el foro, los enterramientos, todo anima a dejar que la imaginación campe libremente por estos senderos hábilmente trazados en el espacio físico que ocupó aquella ciudad cuyo recuerdo invitar a soñar y recrear momentos que uno quisiera creer fueron placenteros, sin guerras ni miserias que vinieran a enturbiar el ánimo. Debieron ser un par de siglos brillantes y felices, a los que siguieron la destrucción, el abandono y, lo que es peor, la pérdida de la memoria colectiva, hasta olvidarse el rastro y casi desaparecer, ilocalizada, como si nunca hubiera existido. El relato de los pasos dados por los investigadores, ya en época moderna, a partir del siglo XVIII, con el impulso decidido de los caballeros santiaguistas apostados en Uclés para intuir primero que esas ruinas eran la antigua Segóbriga y elaborar después el pausado recorrido de su recuperación es una de las más apasionantes historias que se nos ofrece a quienes ahora contemplamos el resultado de aquellos trabajos. Faltaba este programa cultural que aprovecha tanto la estructura física segobricense como las de otros puntos de la geografía provincial, marcados por el interés de sus monumentos y de esa forma iglesias, conventos, ermitas, palacios o plazas salen de su inmovilidad física, arquitectónica, para recibir el impacto visual y sonoro que les proporcione una vida nueva, una utilidad asequible a las necesidades contemporáneas. Nos encontramos ante una circunstancia diferente que solo tiene un peligro: que sea flor de un día y, tras este primer impacto, se diluya, como tantas otras cosas, en nada. Aprovechar el patrimonio edificado para llevar a nuestros pueblos y villas un soplo de palabras, de versos, de música y que podamos disfrutar de ello, es un proyecto que merece continuidad e incluso ampliación para transformar la provincia toda en un magnífico escenario patrimonial.