Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Maestra

07/07/2020

Ayer volví a verla. Nuevamente tuve la oportunidad de compartir con ella refresco, conversación, esperanzas, recuerdos y lamentos. Ella me mostró, una vez más, la pasada tarde y en primera persona, las razones por las que hay seres humanos que son, en cualquier momento de sus vidas, referencia y modelo a seguir. Cada cierto tiempo tengo necesidad de charlar con ella, de seguir nutriéndome de lo mucho que todavía me queda por aprender de ella. Es egoísmo, lo sé, pero nada puedo hacer para eludirlo. La conocí hace casi cuatro décadas. Las aulas del conservatorio madrileño fueron el escenario en el que, de su mano, empecé a descubrir los secretos para encontrar en la docencia una pasión que vivir, un reto diario que superar, una ilusión que hacer realidad. De ella aprendí que el profesor competente es el que aúna cultura, inteligencia, didáctica, sonrisas, amor… pero también honestidad y sinceridad. A su lado constaté que los grandes no lo son simplemente por haber hecho algo relevante en alguna ocasión, sino porque sus acciones diarias así lo acreditan reiteradamente. En aquel momento ella estaba por encima mí al ser mi profesora. Hoy, muchos años después de aquel contacto académico, lo sigue estando porque difícilmente podría yo encontrar otra referencia en la que se den cita talento, lucidez, honestidad, competencia, sensibilidad, saber estar y ejemplaridad. El paso de los años hace que, todavía más si cabe, valore a los profesores de los que un día disfruté, no por los conocimientos que me legaron, sino por la actitud con la que contribuyeron a mi educación y por los valores innegociables que me transmitieron. Su simple recuerdo son lecciones magistrales que recibo cuando hace siglos que peino canas. Y ella, sin duda, goza de un lugar especial entre mis referencias. Para muchos es López de Arenosa, para unos pocos Encarnita y para mí, además, mi maestra.