Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Tomárselo en serio

15/02/2022

A pesar de lo vivido años anteriores, en los que mis expectativas quedaron defraudadas, este año me di una nueva oportunidad y asistí desde el sofá de casa a la Gala de los Goya. Los previos, incluido el paseíllo por la alfombra roja y las conversaciones mantenidas por los convocados con algunos periodistas, fueron generándome la convicción de que la cosa apuntaba maneras. Otro de los ¿periodistas? conversaba de manera cutre, ridícula, mientras que una cuarta, vistosamente ataviada, a veces parecía estar recitando la tabla de multiplicar del 4 pero encriptada. No se puede pedir todo. Además y para la ocasión, a pesar de contaminar como 590 coches diésel juntos y de costar más de 5600,00 euros el viajecito, el Falcon aterrizó en Manises antes de que su más famoso tripulante de todos los tiempos hiciese acto de presencia ante las cámaras apoyando el evento, aunque reconociendo que 2 de las 4 películas llamadas a protagonizar la noche no las había visto. Comenzó la gala. Varias actrices famosas salieron al escenario de manera fugaz, intrascendente, en absoluto a la altura de los méritos por ellas acumulados, para simplemente mostrar sus vestidos y decir cuatro palabras impersonales anunciando a los candidatos a un Goya. A continuación vino una primera imagen fugaz de la noche: uno de los nominados se puso morado tocándole el culo ordinariamente a su acompañante. ¡Un premiado en una gala dedicada a una manifestación artística! Luego salieron los galardonados cogiendo ellos mismos su estatuilla, persiguiendo la inmensa mayoría su minuto, o dos, o… de gloria soltando bastantes ladrillazos que a nadie interesaban, excepción hecha de sus amigos, colegas, padres, cuñados, hijos y quizá suegras, a los que obviamente agradecían el premio y con quienes decían compartirlo. Y, salvo puntuales excepciones, este fue el esquema base de la inmensa mayoría de las entregas. Algunos, llevados por aquello de que se celebraba en Valencia, optaron por hacer que el 99 % de los congregados —procede no olvidar que el público prioritario no estaba allí sentado, ni era exclusivamente de esa tierra sino que procedía de todo el país y que lo disfrutaba, la inmensa mayoría, por televisión— no se enterase de lo que decían al ponerse a hablar en valenciano. Pero el concepto que algunos tienen de lo que es moderno y democrático es que no pasa nada por faltar al respeto a un público al que estás condenando a que no te entienda. Diálogos burdos de presentadores, bromas simplonas, ropajes singulares que el público visionó escasos segundos, un público que ante la entrega del Goya Internacional se puso en pie solo cuando Almodóvar lo reclamó... Menos mal que hubo momentos gloriosos y que esta vez no se utilizaron para hacer política facilona. Sabina, aunque no a la altura de lo que él mismo sabe hacer, conmovió, pero no tanto como Luz Casal que puso una preciosa banda sonora al recuerdo de los recientemente fallecidos. El que no defraudó fue Sacristán. De hecho fue el único que, tras hacer un recorrido por momentos de su vida solo entendibles para una minoría de documentados sobre él, agradeció el papel que en todo este mundillo juega el público. Qué sería del cine sin espectadores. Un señor. Y Blanca Portillo, dedicando su premio a Jauregui, un socialista asesinado por ETA teniendo su viuda, a menos de un metro de distancia, al secretario general de este partido, el mismo que ahora se apoya en los herederos ideológicos de aquellos que se lo cargaron. Como recuerdo me queda una frase que una de las premiadas dijo públicamente al monclovita en relación al cine y a una película tras sugerirle que la viese: tómatelo en serio.