José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


Cuando Cánovas dio nombre a una céntrica plaza

17/03/2022

Todavía es cosa habitual oír en nuestras calles que alguien mencione la Plaza de Cánovas como si ese nombre continuara existiendo y, en verdad, es muy curioso que pueda sobrevivir con tal naturalidad, cuando hace muchos años (1957) que el título fue sustituido por el de Calvo Sotelo (que nadie menciona) y posteriormente por el ahora vigente, Plaza de la Constitución (1991) que, por algún motivo extraño y soterrado, parece que a la ciudadanía cuesta pronunciar. En cambio, insisto, se cita con total naturalidad a quien fue uno de los máximos responsables de la Restauración monárquica en España que puso fin a la I República e instauró en nuestro país la curiosa artimaña política de la alternancia de partidos, el suyo (conservador) y el de Sagasta (liberal), para repartirse amistosamente la gobernación del Estado.
Probablemente, quienes mencionan con tanta familiaridad a Cánovas y su plaza lo hacen de manera rutinaria, sin pensar demasiado en el significado de semejante título, esto es, por qué a los munícipes de esta ciudad se les ocurrió, en determinado momento, bautizar con el nombre de quien era presidente del gobierno a una de las plazas más céntricas. Añadiré que, además, en las calles de Cuenca no abundan políticos de alcance nacional de ningún signo; sólo recuerdo, además del que estoy tratando, a Antonio Maura (un nombramiento, en 1950, verdaderamente incomprensible) pero ningún otro, lo cual, desde luego, es un acto de justicia, porque aquí tenemos muy pocas cosas que agradecer a los miembros de los sucesivos gobiernos nacionales.
No pensaba eso el Ayuntamiento que el 30 de enero de 1896 acordó dar el nombre de plaza de Cánovas del Castillo al espacio existente entre las calles de Madereros y Calderón de la Barca y sustituir el nombre de la calle de Pilares con el de Severo Catalina, así como «colocar una lápida sobre la puerta de la casa número 9 de dicha calle, donde tuvo lugar el nacimiento del referido Excmo. Señor». Esta última alusión tenía, en realidad, un destinatario indirecto, Mariano Catalina, sobrino de don Severo y quien desde su cargo en el gobierno había sido el artífice de lo que se estaba celebrando. Porque fueron días de fiesta aquellos en Cuenca, para celebrar que se había logrado la que, en principio, parecía una enorme victoria patrimonial: conseguir que el ya dilatado pleito por el monte Ensanche de las Majadas saliera de la vía judicial para pasar a la administrativa, lo cual abre el horizonte a una curiosa disyuntiva: el Ayuntamiento no tenía ninguna confianza en lo que pudieran decidir los jueces y prefería que el dilema se resolviera a través de mecanismos administrativos. El asunto es larguísimo y complicado, de modo que aquí solo cabe dejarlo insinuado, para volver al tema central, el de la Plaza de Cánovas.
Es el caso que a finales del mes de enero llegó la noticia que se estaba esperando de manera que el alegre repique de Mangana, anunciaba la convocatoria extraordinaria del Concejo, con nutrida concurrencia de público, asistencia de todos los anteriores alcaldes de Cuenca y con un largo rosario de intervenciones de unos y otros felicitándose de lo que consideraban un triunfo colectivo. Se tomaron los acuerdos que ya he dicho y además, como es cosa obligada, correr cuatro vacas enmaromadas en la Plaza Mayor, en las tardes de los días 1 y 2 de febrero. Además, propuso el alcalde y aceptó la corporación, socorrer a todos los pobres de la ciudad con una libra de pan y otra de carne de la que se obtuviera de las vaquillas. Y por último condonar todas las multas impuestas por el Ayuntamiento y pendientes de pago en ese momento.
De manera que así nació a la vida la Plaza de Cánovas, en honor de quien en esos momentos era presidente del Consejo de Ministros y se daba nombre a un espacio que, en realidad, nunca había tenido título concreto, aunque generalmente aparece mencionado como Plaza de la Carretería. Con independencia de las sucesivas denominaciones que ha tenido a lo largo de los siglos, son infinitos los avatares urbanísticos que ha venido sufriendo este pequeño espacio lo que suele dar pie a la repetida difusión de atractivas imágenes antiguas. Entre las más populares se encuentra la del mercado callejero de frutas y verduras que allí se colocaba, con gran escándalo de los primeros apóstoles de la higiene, o la del urinario público, o la del quiosco, o la del itinerante Pastor de las Huesas del Vasallo, sin olvidar la primera fuente luminosa que hubo en Cuenca. De los tiempos antiguos no sobrevive ni un solo edificio. Aquí estuvieron la Posada del Rincón y la Posada de Santa Luisa, por ejemplo. Además del convento de trinitarios, por supuesto. Todo lo se lo llevó el tiempo y la piqueta.
Por cierto, lo sucedido aquél día en el Ayuntamiento fue como lo del cuento de la lechera. Al final, el monte Ensanche de las Majadas no es de Cuenca, sino de Las Majadas, pero nadie le ha quitado su título a Cánovas del Castillo que sigue imponiendo su nombre al auténtico, al de verdad: Plaza de la Constitución.