José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


El arte de correr toros en el coso del Huécar

22/09/2022

Quienes escribimos, sea en papeles periódicos o en libros (también quienes hablan por la radio o la televisión) estamos sujetos a cometer errores, como ley inevitable que surge cuando menos se espera, por más voluntad que se ponga en acertar. No hablo aquí de las fake news, esa costumbre infame que ha traído los convulsos tiempos en que vivimos, y que consiste, como sabemos, en informar mintiendo conscientemente, con el perverso ánimo de confundir a los seres humanos y alterar las conciencias mediante la manipulación de la verdad. Aquí hablo de errores involuntarios de quienes, en el ardor improvisado de la escritura, por equivocación propia o por no acertar a encontrar la información adecuada, sencillamente yerran, con la consecuencia de que ese error, asumido por otros, se puede difundir y multiplicar.

El canónigo Trifón Muñoz y Soliva, benemérito y bien intencionado sujeto, aplicó un entusiasmo desmedido a intentar hacer una historia de Cuenca que, desde entonces (1867) se viene utilizando a destajo por quienes recurren a ella como si fuera el evangelio, ahorrándose el trabajo de buscar mejores datos en otras fuentes, que las hay y ya bastante numerosas, asentadas en trabajos muy sólidos, con lo que los errores que cometió el canónigo, que son bastantes (también hay aciertos) se transmiten alegremente a inocentes lectores que dan por bueno lo que leen, sin entrar en mayores preocupaciones. Uno de esos errores más comunes es el que afirma que en la visita del rey Felipe IV a Cuenca en 1642 se corrieron toros en la ribera del río Júcar, concretamente -dice el canónigo- junto a la Fuente del Abanico, ceremonia que describe con pelos, señales y una portentosa imaginación, teniendo en cuenta que la corrida no fue en ese lugar, sino en la ribera del río Huécar.

Cuenta Heliodoro Cordente, que sí es un riguroso y bien documentado historiador en el tema taurino, que la más antigua noticia que hay en Cuenca sobre corridas de toros se remonta al año 1437, cuando el Concejo municipal adquirió un huerto para ampliar el espacio destinado a las corridas que ya por entonces se estaban celebrando en esa zona que desde entonces, y de manera continuada, se estuvo utilizando hasta llegar al menos a 1685, en que se trasladaron al Campo de San Francisco. Entre el anecdotario de ese periodo, señala Cordente que en 1517 se escapó un toro que fue perseguido y acribillado a lanzazos por unos caballeros alanceadores, a la altura de la calle de los Tintes.

En ese panorama hay que encajar la famosa visita de Felipe IV y su corte (incluyendo en ella al pintor Velázquez y el conde-duque de Olivares) a Cuenca, donde permaneció casi un mes, alojándose en el Palacio Episcopal y tomando parte en un nutrido repertorio de festejos y ceremonias. La corrida en cuestión tuvo lugar el 12 de junio y, por lo que cuentan las crónicas, el rey quedó encantado: "Y mostró mucha alegría y haberle contentado mucho y dijo que para ser del todo buena que solo bastaba la hubiese visto la Reina y el príncipe. Tuvo S.M. dos pintores retratando la fiesta y sitio y hubo mucha gente y no sucedió desgracia ninguna". La forma en que se desarrolló el espectáculo fue recogida por el secretario del cabildo catedralicio, Luis Maestro Caxas, quien especifica que el monarca se trasladó en coche al estudio de Santa Catalina, desde el que pudo ver cómodamente la corrida mientras que la gente, o sea, el pueblo llano, ocupaba la ladera del Cerro del Socorro.

No tenemos fotografías ni cuadros de aquellos sucesos taurinos, pero sí tres largos poemas, separados entre sí por una treintena de años (1625, 1658 y 1685) que nos hacen llegar, a través de sus versos, en unos casos líricos, en otros épicos, casi siempre dramáticos sin que falten los descriptivos, el espíritu y la forma en que se vivían en Cuenca las corridas de toros en el coso del Huécar. Seguramente, nadie podrá decir que estos rimeros de versos forman parte de lo mejor de la literatura española pero es obvio que tienen el valor insuperable de transmitirnos, con el poso de los siglos, la emoción y las vivencias de un tiempo ido y de unas costumbres difícilmente imaginables. Dos de ellos han sido recogidos modernamente (2012) en una cuidada edición, con preciosos dibujos de Vitejo de la Vega.

Es el primero la Relacion Verdadera, en la qval se da cuenta de la manera que en el rio de Huecar, de la ciudad de la Estrella, por otro nombre llamada Cuenca se corren los toros fuertes de la sierra, y las desgracias que en ellos muchas vezes sucede, compuesta por Juan Bautista Justiniano, que se declara natural de Cuenca, donde ejercía como presbítero. La obra, impresa en nuestra ciudad, en el que fue muy prestigioso taller de Domingo de la Iglesia, está escrita en octavas reales

El otro poema es de un autor anónimo y, a diferencia del anterior, adopta la forma del popular romance, esto es, la versificación de ocho sílabas, estructurada en estrofas de ocho versos que riman en asonante los pares. Su título tampoco deja lugar a dudas sobre dónde se celebró la corrida: "Romance a la fiesta de toros que la nobilísima Ciudad de Cuenca celebró el día 5 de septiembre de este año de 1685, en la traslación de su Glorioso Patrón San Julián Obispo, en un certamen de toros que el día seis se corrieron en el Río Huécar, fiesta celebrada por el sitio y concurso". El poema está puesto bajo el patrocinio del provisor Miguel Maldonado y su autor se esconde bajo la fórmula de "un sujeto muy erudito" protegido del canónigo Francisco Chirino Loaysa y, como el anterior, también fue impreso en Cuenca.

Queda para la posteridad (y la imaginación) intentar adivinar por qué al canónigo Muñoz y Soliva se le cruzaron los cables y puso en el Júcar lo que realmente había pasado en el Huécar. La verdad es la verdad, pese a quien pese y se modifique como se quiera. Lo que no evitará que, en el futuro, sigan apareciendo nuevas menciones a la inexistente corrida de toros en el Júcar, cuando Felipe IV vino a Cuenca. Pues miren, no: la corrida fue en la ribera del Huécar.