¡Feliz Pascua de Resurrección, queridos lectores! He leído esta mañana un tweet que me ha sacado una sonrisa de una manera inmediata. Se preguntaba cómo era posible que veintiún días de abril hubiesen pasado en dos horas. Me ha parecido realmente magnífica esta breve reflexión. Entre preparativos nazarenos, bombardeo informativo sobre la bonanza del periodo vacacional y poco más, prácticamente damos por concluido el mes abrileño que ha permitido, por fin, que la ciudad vista sus galas nazarenas tras más de mil días (en algún caso casi se han duplicado) en los que hemos estado huérfanos de incienso y horquilla. Poco más hay que añadir a lo ya dicho durante estos primeros días de Pascua. Se han usado tantos calificativos que solo he encontrado uno que proponerles a ustedes (inventado eso sí por una de esas buenas personas que contemplan la vida desde la cima de la experiencia y que me permito tomar prestado), aluciflipante, la Semana Santa de 2022 ha sido aluciflipante.
Hemos disfrutado de unos desfiles con una altísima participación de hermanos, las calles se han visto repletas de espectadores incluso en aquellos tramos en los que tradicionalmente la asistencia ha sido menor, hemos encadenado los sucesivos momentos emotivos que se han producido en todos y cada uno de los desfiles generando un clima tan especial que será muy difícil que volvamos a sentirlo. Habrá otras semanas santas, pero no serán esta, desde luego.
Y una vez concluido el tiempo en el que Cuenca se viste de nazareno y se engalana como para una boda, una vez finalizado el tiempo en el que el tiempo se detiene, volvemos a la dura realidad. Cae el velo rasgado de la Cuenca Nazarena para dar paso a la realidad de una ciudad que, centrada en celebrar, aparca momentáneamente proyectos, mejoras y arreglos que siguen pendientes por más que algún repostero perezoso o alguna túnica aún cuelgue de los balcones.
Cierto es que la necesidad que tiene el ciudadano de ver sus problemas resueltos es inversamente proporcional a la velocidad que cualquier gobernante desarrolla para resolverlos. Y así, aunque seguramente se vayan dando pasos, todos aquellos visitantes que hemos tenido esta pasada semana han podido leer (unos con sorpresa y otros con hilaridad) ese cartel que reza aquello de: «Reparación del socavón ya, no nos sobra ningún niño». O habrán visto ese grandísimo agujero donde se ubica actualmente el tradicional mercadillo. Al menos podrán creer que ha sido una cosa más o menos reciente, desconociendo que las tradicionales vallas conquenses rodean este hueco, casi, casi desde tiempo inmemorial.
Dejo para el final el esperpéntico aspecto de determinadas zonas del casco antiguo tras el paso de las procesiones y, en esta ocasión, no es imputable a la desidia municipal (al menos no todo) más bien lo es a la falta de educación de los que subimos a disfrutar del casco sin respetar a lo que allí viven. Las imágenes del barrio del Castillo tras el Domingo de Ramos o de la Plaza Mayor tras el desfile del Lunes Santo rozan lo vergonzante, y eso, querido amigo, sí que es aluciflipante.