Ana de San Agustín, fundadora de monasterios

Luz González
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Ana de San Agustín, fundadora de monasterios - Foto: Picasa

Además de tener una calle en la capital conquense, hay calles con su nombre en algunos pueblos de la provincia, por ejemplo, en Valera y en Villanueva de la Jara, donde realizó fundaciones de conventos carmelitas. Si bien, en este último pueblo, en el nombre de la calle se antepone el adjetivo de Venerable al de Ana de San Agustín.

La venerable mujer de la que hablamos había nacido en Valladolid en 1555 y no fue sino hasta 1975, con 20 años, cuando entró en el Carmelo de Malagón. De allí la trajo santa Teresa de Jesús con ella para fundar convento en Villanueva de la Jara, junto con otras tres monjas, a las que consideró más apropiadas para organizar el nuevo monasterio de la Orden. Las eligió por sus virtudes y dotes organizativas, no solo por su religiosidad, que la santa era muy práctica y quería que el trabajo de fundar no fuera en vano y acabara como el de Pastrana, que se vio deshecho por la intromisión de la princesa de Éboli.

Hasta 1776, más de cincuenta años después de su muerte, que tuvo lugar en 1624, no recibió el título de venerable, de manos del papa Pío VI. Aunque el pueblo le había dado fama de santa desde mucho antes, por sus bondades, su amor al prójimo y por los milagros que hacía. Según sus palabras, los milagros se debían a que «todo lo que le pedía a Dios se lo concedía por la mucha fe que ponía en su ruego».

Hay multitud de retratos suyos y una biografía de casi trescientas páginas, titulada LaVenerable de la Mancha, Vida de Ana de San Agustín. La santa no se equivocó con ella porque este monasterio es de los que más larga vida ha tenido y sigue teniendo en la actualidad.

En 1600 fundó otro convento de monjas carmelitas descalzas en el pueblo conquense de Valera de Abajo, donde estuvo 16 años, hasta que quedó en condiciones de funcionar sin su ayuda. Entonces volvió de nuevo al de Villanueva de la Jara, al que había llegado en febrero de 1580 con santa Teresa y seis monjas más. Allí permaneció hasta su muerte. Su cuerpo incorrupto está enterrado en la iglesia de aquel convento que mandó construir siendo superiora. 

Compartió con santa Teresa la devoción al niño Jesús. En todos los Carmelos hay imágenes de la infancia de Cristo, con distintos nombres. En el monasterio de Beas de Segura, en Jaén, le llaman el Mancheguito a esta imagen del niño Jesús, mientras que la que hay en Villanueva de la Jara, se le llama el Fundador. Esta imagen del Fundador fue un regalo de los carmelitas descalzos del Convento de Santa María del Socorro de La Roda (Albacete) a santa Teresa cuando fue a fundar el convento de Villanueva de la Jara.

Esta imagen tiene mucho que ver con los milagros relacionados con Ana de San Agustín. El mismo día de la fundación, en una procesión que se hizo con el Santísimo Sacramento, cuenta ella misma que vio en medio de las andas al niño Jesús hablando con Santa Teresa, y que esta le pidió que no se lo dijera a nadie. «Con la dicha madre Teresa de Jesús, que iba detrás de todas las dichas monjas, iba un niño hablando con ella, el cual le pareció a esta testigo que era sin duda un niño Jesús, que el prior del convento del Socorro [...]le había dado a la dicha santa Madre, porque se le parecía mucho. Y preguntando esta testigo a la misma, que qué le decía el niño Jesús, que le habían dado en el dicho convento del Socorro, que esta testigo había visto iba hablando con ella en la dicha procesión, le respondió: hija, yo le mando en virtud de santa obediencia no lo diga a nadie».

Otra monja, la hermana Josefa de la Encarnación, del Convento de la Purísima Concepción de Alcalá de Henares, cuenta que la santa Madre le había dicho reprendiéndola: «calle, que esas cosas no se han de decir así; lo que ha de hacer, que siempre que se le ofrezca necesidad de dineros para proveer el convento, es acudir al Niño Jesús, y pedirle que se los dé, que él le dará todo lo que fuere necesario».

De esta manera, obedeciendo lo que le había dicho la santa, cuando no tenía dinero para comprar alimentos para la comunidad recurría al Niño Jesús y siempre se lo concedía. Acto que se repite en muchos otros conventos del Carmelo por los que a llaman a la imagen del Niño Jesús, el Provisor, ya que las provee de lo necesario.

Por ejemplo, una vez que no tenían con qué pagar a unos obreros que les habían reparado una tapia del convento, el Niño Jesús se bajó de la hornacina y le dijo a la monja que lo siguiera al huerto. «Yo le seguí, yendo a aquel soberano niño andando delante de mí llevóme a un huertecico que había y con su santísimo dedo me señalo un agujero de donde saque alguna cantidad de dineros que deseábamos y quedó para gastar algún tiempo». 

La identificación con la imagen es tan grande que la echa de menos cuando se la llevan los monjes del Carmelo por algún tiempo. Para curarse la nostalgia de su ausencia, Ana le hace estos versos y se los entrega a su confesor para que los ponga a los pies de la figura:
«Niño, no estéis descuidado
del corazón que heristeis
pues amando le rompisteis
amando ha de ser curado»
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Cuentan que esa misma noche el Niño Jesús se le apareció a la venerable con su copla en una mano.

Además de estos casos considerados como milagros, Sor Ana relata otro milagro que me parece mucho más emocionante y tierno, nada que ver con la economía del convento, sino más personal. El Niño Jesús le ofrece unas flores que eran las mismas que había en el jardín de su casa cuando ella era pequeña y se las ofreció a Él en un acto de devoción infantil.