Las tensas relaciones entre Felipe VI y Juan Carlos I

Carlos Dávila
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El Rey Emérito puede hacer lo que quiera, es su decisión y esta no afecta en absoluto al normal desarrollo de la institución que es la Monarquía

El próximo lunes, padre e hijo volverán a verse tras varios años de distanciamiento. - Foto: Román Ríos

Cuánto me cuesta escribirlo así, pero es la verdad que conozco y no vale ocultarla para supuestamente reforzar, como piden algunos cortesanos, la institución fundamental de la Corona. La Casa del Rey, la que no hay confundir con la Casa Real, no hace nada ya, a estas alturas del partido, para vender la cierta normalidad en los vínculos familiares que desde hace años, más de cinco, permanecen rotos. No se disfraza la realidad. Y esa no es otra que la siguiente: la actual Casa del Rey con su jefe a la cabeza, Jaime Alfonsín, ya no quiere disfrazar la situación porque su intención era, y sigue siendo, que Don Juan Carlos I no volviera, que no vuelva a España ni para acudir al dentista, menos aún para participar en una regata porque ya no tiene ni edad, ni cuerpo para ello. La Casa citada se refugia, como si de la Biblia se tratara, en la textualidad de la carta que el anterior Monarca escribió a su hijo cuando se marchó de España y en la que se comprometía a dos cosas: a ejercer una vida privada que a él únicamente competía y a no ser factor comprometedor para la persistencia de la Monarquía en España. 
Hoy, la Casa del Rey insiste precisamente en este segundo punto: Don Juan Carlos puede hacer lo que quiera, es su decisión y esta no afecta en absoluto al normal desarrollo de la institución. Es una forma de afirmar sin ambages que 'Papá puede hacer lo que quiera porque ya no forma parte de la Familia Real'. Tan crudamente como esto.
Por eso en estos días ha venido indicando que no tenía información alguna sobre las intenciones del padre de visitar San Jenjo, que así se escribe en el español de toda la vida, no en esa galleguización absurda que se utiliza oficialmente. Si algún día se publicaran las reacciones de la Casa a las últimas iniciativas de Don Juan Carlos, el país quedaría profundamente conmovido. Únicamente emplearé esta referencia: los encargados de la Casa advierten que el rastro fiscal del contribuyente Juan Carlos de Borbón y Borbón todavía está siendo seguido muy detalladamente por la Agencia Tributaria. En frase más o menos textual significa algo así: «Estas ventanas no están cerradas». Y en román paladino: que se quede donde está, que continúe con su domicilio fiscal en Dubai y no lo traslade a España porque en ese caso, la voraz y pantagruélica Agencia que maneja selectiva y sectariamente el dúo Sánchez-Montero, puede preguntar: ¿con qué dinero se está pagando el retiro de lujo del mencionado contribuyente?
Ya se ve pues que, fuera de las respuestas convencionales, los vínculos familiares e institucionales entre el hijo y el padre están absolutamente rotos. Naturalmente que no conocemos los términos de la conversación que el primero tuvo con el segundo recién llegado a Dubai, pero, de verdad; ¿hacían falta siete horas de avión para descolgar el teléfono? ¿Es que en Madrid no funcionan los móviles o acaso los vigilan Pegasus o Sánchez? Y además: dada la sobriedad, por no decir parquedad obligatoria, con que en los últimos años se han producido este tipo de relaciones, ¿hay que suponer que esta reciente llamada ha sido para rehacer afectos? De ninguna manera. Por necesidad, aporto esta pista: cada vez que en España se desata el debate sobre dónde debería vivir Don Juan Carlos en sus esporádicas visitas a España, desde el entorno de Felipe VI se contesta más o menos así: quien fue a Sevilla perdió su silla, o más rotundamente: es mejor que no duerma en la Zarzuela a que duerma en Alcalá-Meco. Ya saben que en esta localidad madrileña se encuentra una de las cárceles más conocidas de España. 

Montero, a la yugular

Pues así están las cosas, y como en las famosas despedidas televisivas de Buruaga, así se las estamos contando. Al viejo Rey no le han servido ni siquiera las decisiones judicialdes favorables para considerar aconsejable su regreso a la nación que rigió durante cuatro decenas de años. Su sucesor, si hacemos caso a los síntomas, no ha favorecido, ni está abundando en la vuelta del padre y en ese menester cuenta con el favor y la complicidad del Gobierno al que la Monarquía le parece solo un mal por hora necesario. En país alguno occidental con la Corona felizmente reinante, ¿se ha visto que el Gobierno de Su Majestad arremeta, aunque solo sea en una parte, contra la propia Institución Constitucional? En ninguno. Aquí sí. La última, la inútil y peligrosa ministra de la Regla, Irene Montero que está aprovechando la contingencia para tirarse a la yugular de la Monarquía y pedir directamente su abolición. 

Al Emérito se le ofende para intentar minar su resistencia histórica"

Hace algunos meses escribí precipitadamente que «al Rey se le está poniendo tan bajo, tan bajo que un día no se le va a ver»; rectifico, lo acertado es proclamar ahora que ya ni siquiera se le ningunea (solo se le ha dejado para bodas, bautizos y comuniones), se le ofende directamente para intentar minar su resistencia histórica y conseguir su renuncia al trono, por las buenas o por las malas. En eso estamos ahora mismo. No sorprende mucho que en tal tesitura menudeen las descalificaciones al antiguo titular de la Corona. Lógico es que vengan del leninismo feroz que nos asfixia, del presidente oprobioso que aún dice gobernarnos, o de ese pírrico 0,2 por ciento de la población que, en la consulta barriobajera del pasado fin de semana, se pronunció por la República, pero: ¿es inteligible que las diatribas, en la segunda acepción que inscribe la Academia de la Lengua, procedan de las cercanías del Rey reinante? Personalmente escribo esto: no es que no lo entienda, es que me resulta aberrante. Personalmente también confieso que me he quedado corto, aunque no lo modifico, en el titular de esta crónica. Si estuviéramos hablando de las discrepancias o luchas en el seno de un partido, el titular sería este: El sucesor del presidente le ataca duramente. Tal cual. ¿Todo esto es mejorable? De corazón: espero que esta visita lo consiga. Mejor para todos.