Editorial

El lenguaje político sobre Cataluña debilita cualquier opción de solución

-

El debate político en España ha vuelto a quedarse parado en torno a Cataluña, una circunstancia que da la idea de que se trata de un problema sobre el que se debe hablar y, más allá de eso, sobre el que se deben aportar soluciones. Ni Cataluña, ni mucho menos el conjunto de la nación española, pueden seguir condenados a que buena parte del discurso que plantean los partidos lo acapare esta comunidad autónoma sin más fondo que la confrontación política. Si, por lo que sea, ha de seguir formando parte del debate, que sea porque unos y otros ponen sobre la mesa soluciones para resolver un problema evidente y no solo para que sirva de arma arrojadiza entre quienes proponen y quienes se oponen.

España es mucho más que Cataluña y deberían ser los líderes políticos del resto de comunidades, sin distinción de signos, quienes den un golpe en la mesa y exijan que en sus respectivos partidos trabajen en una hoja de ruta constructiva sobre este problema en lugar de encontrar solo munición para atacar al adversario. De lo contrario, sus problemas estarán siempre en segunda línea de interés para el Gobierno central, un escenario que tampoco es descartable que resulte interesante para aquellos líderes de perfil bajo.

Los indultos que propone el Gobierno a los condenados por los delitos del 1-O catalán son tan cuestionables como la ausencia de propuestas del resto de partidos para ayudar en la búsqueda de una solución. No obstante, quizá en el centro derecha se considera que en Cataluña no existe un problema, lo cual sería un indicador preocupante. Es innegable que el comportamiento de los cabecillas independentistas resulta inadmisible y que cualquier incumplimiento de la ley merecerá ser condenado con el código penal, pero al independentista de a pie, muy superior a su clase dirigente tanto en número como en altura moral, hay que darle argumentos sobre la pertenencia a España que no solo estén fundados en el Estado de Derecho. No hay que olvidar que gran parte de esa masa ciudadana independentista un día estuvo en el otro lado, en el de los constitucionalistas, por lo que en su naturaleza hay sentimientos que se pueden revertir. Eso sí, desde la construcción y no desde la confrontación, cuando no del desprecio, porque con esa actitud lo que conseguiremos será lo contrario, consolidar su pensamiento soberanista. Algo que, se supone, nadie quiere.

El lenguaje político sobre Cataluña ha de dar un giro de 180 grados, lo contrario de lo que ocurre. La nueva guerra generada entre Gobierno y oposición en modo acción-reacción deslegitima a ambos y agrava el problema. Tan solo resuelve problemas a unos partidos y los crea a otros, pero no desaparece el que tiene la nación. Abordar este problema solo en esa clave partidista únicamente sirve para hacerlo aún mayor.