Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Salarios

20/02/2023

El salario es la triste realidad que ha de afronta la persona que tiene la suerte de hallar un empleo. Porque doble es la tragedia del descendiente de Adán y Eva condenado por Jehová a ganarse el pan con el sudor de su frente: primera, encontrar a alguien que se digne a darle trabajo; y, segunda, que ese trabajo le alcance para llegar a final de mes, circunstancia cada vez más frecuente, por desgracia, en el mundo que nos ha tocado vivir. De tal modo que una de las más trascendentales desdichas del hombre actual es el paso de la niñez feliz y la juventud dorada a la condición de asalariado. Sólo entonces el joven o la joven aprecian con rabia contenida cómo en un pis pas se difumina el vert paradis des amours enfantines, en especial cuando no hay papá, ni rentas ni ná de ná que le permitan vivir, si no como un maharajá, sí al menos con ese mínimo caudal que nos prometió Dios en el momento de modelarnos a partir de la arcilla original.
Cuando ocurre ese tránsito y se ve uno de la noche a la mañana metido hasta la médula en el perverso engranaje de una sociedad en la que nada, excepto el sueño, se mueve sin ese amargo lubrificante que es el dinero, lo primero que le viene a los labios es el consabido: '¡Dios mío, qué he hecho!'. Igual da que vayas preparado o que no; la sensación es de angustia al constatar el txunami que se te viene encima cuando únicamente dispones de un pequeño bajel para salvarte.
Es entonces cuando, excepción hecha de una minoría de happy few (la familia real, políticos, grandes banqueros y empresarios, terratenientes o el presidente de la Patronal), el asalariado constata lo triste de su condición humana, obligado a convertirse en un euro que gira y gira, hasta que te despersonalizas. Y es pura desesperación lo que se siente viendo a diario encarecerse la vida, en tanto que tú te alejas. Antaño eso se solucionaba con el pluriempleo. Ahora ni eso.
Pero si triste es la condición del asalariado que a costa de sacrificios va tirando, ¿qué decir del desdichado mileurista que con su sueldo base ve su condición reducida al del antiguo siervo de la gleba, por no decir del esclavo? Y es que, mientras anda espabilado y no comete la imprudencia de casarse y tener hijos, mal que bien flota. El problema es cuando intenta dar un paso mar adentro. Sólo entonces entiende con amargura las sevicias del sistema. Trabajar, trabajar para un jefe que no te pasa una y que se pasa la vida amenazándote cuando no llorándote, y tú constatas que no te llega la paga ni para el día quince. Un día te enteras que van a subir por real decreto los salarios un cuatro por ciento y respiras, hasta que ves la trampa saducea de la que eres objeto, y es que, a la vez que los salarios de los jefes suben 40, el tuyo sube 4 por aquello del incremento porcentual, como si la gasolina y el pan no subieran lo mismo para todos. Nueva amargura entonces para el desdichado, que se  atormenta al constatar que jamás saldrá de pobre Lázaro, a quien no le queda más remedio que aceptar su condición de proletario, al tiempo que los elegidos de la fortuna ven con satisfacción que su finca crece y crece,  y que la mano de obra se reduce hasta quedarse en casi nada.
Tal es la triste realidad de los salarios en España –donde impera el 'vaya yo caliente..'–, con un décalage insoportable entre quienes ni trabajando viven con un mínimo de holgura, y aquellos que, por creerse casta, nadan en la opulencia, y, para colmo, exigen – como el director del Banco de España o el ya citado Presidente de la Patronal– austeridad y control de los salarios (que no dan ya ni para sal). Esa brecha que no ha hecho más que crecer desde el advenimiento de la democracia, es una de las mayores injusticias del mundo en que vivimos, y o la corregimos o acabará volviéndose contra nosotros como un boomerang.