Editorial

Prevención y formación para luchar contra las ciberadicciones

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Las nuevas tecnologías de la comunicación, sin duda han supuesto en los últimos veinticinco años un avance trascendental para facilitar y simplificar complejas tareas y procesos en todos los ordenes de la actividad, también para acceder a Internet, estar permanentemente comunicados, ampliar las expectativas de ocio o contar con todo tipo de información en tiempo real, pero es evidente que el uso excesivo, incontrolado y compulsivo de estas herramientas está provocando, especialmente en personas y colectivos vulnerables, peligrosas ciberadicciones, con características muy similares a las químicas.

Un informe de Cáritas explica que hace cuatro años las necesidades para cubrir eran las básicas, sobre todo de alimentación. Pero ahora, la organización y sus voluntarios se encuentra con nuevos fenómenos como las adicciones a los videojuegos y a las redes sociales.

Es cierto que la tecnología ha creado un impuesto psicológico. De hecho, tres de cada 10 españoles se declaran absorbidos por ella y muestran su dificultad para desconectarse de ella. Yes que ha surgido la exigencia de un uso continuado del móvil, ordenador, tableta, correo electrónico y redes sociales, que, no pocas veces, se extiende fuera del horario laboral e invade la vida personal. Al estrés tecnológico, hay que añadir que renovación constante de la tecnología para la que no siempre estamos preparados.

A pesar de la demanda asistencial, tanto entre adolescentes como en adultos, no existe unanimidad plena a la hora de considerar las ciberadicciones como una enfermedad en sí misma, porque a veces se solapa con otras patologías, pero sí hay un consenso generalizado sobre cómo afrontar este problema que tiene un sinnúmero de aristas y realidades. Es evidente que junto a un diagnóstico precoz y un correcto abordaje psicoterapéutico cuando se presenta el abuso o, su siguiente manifestación, la adicción, también es clave la prevención, es decir, adelantarse a lo que está por venir. Otra herramienta clave es la formación y es ahí donde se tienen que implicar no solo las administraciones públicas y entidades sociocomunitarias sino también la comunidad educativa y, en especial, la familia. No se deben prohibir, pero sí fomentar y enseñar el uso responsable, establecer y consensuar normas de uso de las nuevas tecnologías y de la redes o supervisar y controlar contenidos… Otro frente, importante, es la propuesta de actividades lúdicas alternativas -lectura, música, salidas familiares y con amigos, deportes…- que promuevan la sociabilidad, eviten sedentarismo y potencien estilos de vida saludables.

Parece evidente que queda mucho camino por recorrer, pero es evidente que toda la sociedad debe involucrarse de una forma proactiva en esta lucha contra las ciberadicciones.