Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


La amiga Yolanda y la enemiga Irene

15/03/2023

Puede que equivoque mi pronóstico, porque es fácil errar cuando de la loca política española se habla. Pero apostaría que no habrá una candidatura encabezada por Yolanda Díaz, llámese de Sumar o de Podemos, si en ella van de 'número dos' Irene Montero o Ione Belarra. Demasiadas incongruencias pueblan ya la vida pública como para imaginar siquiera una opción que integre a personas cuya antipatía mutua y cuyas diferencias de concepto traspasan el muro de lo secreto para convertirse en casi clamor.
Me dirá usted: la coalición gubernamental ¿no es ya incongruente? Y tendré que darle a usted la razón, pero insistiendo en que no puede prolongarse siempre y en casi todo una situación que resulta incomprensible para el elector 'normal'. Y la señora Díaz, cauta en sus declaraciones y a la que le gusta aquilatar legalmente sus pasos sin estridencias ni abrir hostilidades, no puede liderar una opción tan disparatada como es la actual Podemos.
Forzar la pervivencia de la coalición de la investidura, que es un continuo desencuentro en temas fundamentales y también de detalle (ahora, la ley de Seguridad Ciudadana, o la de Vivienda), parece ya un despropósito dedicado a un ciudadano que hay se va acostumbrando al disparate, pero que no lo vota. Ahí tenemos, sin ir más lejos, que ya se acepta como cosa circense normal que uno de los partidos situados en el otro extremo del arco político presente una moción de censura con un candidato que nada tiene que ver con los planteamientos de esta formación, que jamás podría convertirse en presidente y cuyo único objetivo es acaparar otro cuarto de hora de protagonismo personal escandaloso. Veremos el coste en votos de este incomprensible paso de Vox.
Pero hablaba de la lista de Podemos, no de otra cosa. Supongo que, aunque los 'morados' de Montero/Belarra/Pablo Iglesias se allanasen a las presiones de la inspiradora de Sumar, a esta le interesará poco unir a su carro a gentes que claramente cotizan a la baja en el mercado político, que se han ganado la animadversión de los periodistas, de los jueces, de los empresarios, de los policías, de varios ministros, de una mayoría de gente de la calle para la que son piedra de escándalo. A Yolanda Díaz el actual Podemos le resta, no le suma. Y me parece que lo mismo piensan algunos de los aliados que Díaz ha ido recolectando en Más Madrid o en Compromís.
Irene Montero, según Necroscopia, tiene un 27 por ciento de adeptos, que creen que es buena la labor del Ministerio de Igualdad (no serán, desde luego, las campañas publicitarias, digo yo), pero cuenta con más de un 60 por ciento de los españoles, y no todos son 'de derechas', en contra. Y sigue siendo, precedida por Belarra, la figura más impopular del Consejo de Ministros, mientras que Díaz, pese a su indefinición, a sus ambigüedades y a la aparente endeblez de su entorno de colaboradores, sigue figurando a la cabeza de la popularidad del elenco ministerial.
Díaz tiene fama de inteligente, de calculadora, de no dar un paso que no haya calculado previamente hasta la saciedad. Hay comentaristas importantes desencantados de su magnetismo, y ella sabe que pierde 'fans' en los medios, como sabe que desde el entorno 'pablista' de Podemos, que sigue teniendo notable influencia en el sector 'morado', se alienta sibilinamente la candidatura de la ambiciosa Irene Montero, convencida de que es La Pasionaria del siglo XXI, o algo parecido. No, ambas no caben en el mismo gallinero. Díaz da la impresión de estar con el 'establishment', e Irene Montero, justamente la contraria: la de que es una revolucionaria de salón, o de patio de colegio, que está contra todo y que lo contrata todo gracias al generoso presupuesto de su Ministerio, que le permite asomar su incomprensible publicidad a los medios.
Son dos estilos, dos programas, dos conceptos de muchas cosas de la vida, dos éticas y dos estéticas. No irán juntas hacia el precipicio, aunque puede que tampoco acudan a las urnas tan claramente peleadas como en realidad están. Mientras, Pedro Sánchez, fascinado, mira el espectáculo desde los cielos surcados por el Falcon de los continuos viajes presidenciales. Sabe que, como ocurre con la moción de censura de Vox dirigida contra él, de las peleas y ocurrencias entre 'sus' coaligados solo puede salir ganando una persona: él, Pedro Sánchez, el eterno superviviente. Pero sabe que, en todo caso, de cómo evolucione esta dialéctica depende que él, Sánchez, siga o no en La Moncloa.