Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Caretos

07/01/2020

Soy cotilla y lo confieso sin rubor. Mis antenas siempre orientan hacia donde la liebre salta o brincará. A veces siento pudor; las más, sin embargo, me jacto de tener en esa consabida característica mía un apero que me permite crecer, vivir y sentir cerca lo ajeno, estando donde en cada momento procede, al margen de saciar mi curiosidad. Para qué negarlo. Mis pasos me llevan siempre de punta a punta sin pausa, aunque con mi coche la prudencia sea palpable. El tiempo es oro y más si se carece de él o se puede sentir consumido antes de vivido. Me faltan días en la semana y una circunferencia con muchas más paradas de esas 60 que en cada lapso de tiempo la aguja de mi reloj realiza. Como vivir al límite no está reñido con sensatez, hace lustros que el bloqueador de velocidad de mi coche es uno de mis más apreciados aliados. Una cosa es sentir vértigo al vivir con intensidad y otra agotar insensiblemente caminos propios o ajenos. Sin embargo, reconozco también, y esta vez el bochorno no acompaña mi nueva confesión, que cuando con mi coche recorro ciudades o carreteras, la desesperación me convierte en su presa merced a una cadena perpetua que cada vez se ceba más en mí. Esos que tardan siglos en salir de un semáforo en rojo, los que van a 20 pudiendo ir a 50, los que compraron coches sin intermitentes, quienes no saben si van, vienen o simplemente están… siempre provocaron a mi curiosidad. Desde que recuerdo, una vez que me he sentido dañado por su ineptitud o falta de destreza, necesito ver sus caras para calmarme. Hasta hace años solía confirmar su pertenencia a un par de perfiles estandarizados. Desde hace algún tiempo, veo que estos carceleros de la paciencia ajena representan a un amplio colectivo cada vez más numeroso y variopinto. Y no en silencio sufro aunque me tranquilice pensar, al verlos, que no cabe esperar más de esos caretos.