Editorial

Rusia toma la delantera en la guerra de las vacunas para recuperar prestigio

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Más que a la imprescindible búsqueda de una herramienta eficaz -y universal- contra el coronavirus, las noticias sobre los avances en el desarrollo de una vacuna parecen responder a una lucha de poderes a escala mundial. Se trata al final de probar quién es el más fuerte, el más rápido, el más listo, el que mejores científicos tiene y el que mejor optimiza sus recursos. No debería ser así, no tendrían que caber la vanidad ni la vanagloria en la lucha contra la covid-19, sino la aplicación de los protocolos más estrictos para garantizar que el resultado es eficaz y efectivo, que tiene unos costes asumibles, que presenta pocos o ningún efecto secundario y que va a estar al alcance de todos los países y personas. La ciencia tiene sus tiempos y, en estos momentos, pese a la urgencia que imprimen los rebrotes de la pandemia, de lo que se trata es de poner en el mercado una vacuna debidamente probada, de forma que su seguridad y su eficacia estén garantizadas.

El presidente Putin anunció ayer que su país es el primero en el que se autoriza una vacuna contra el coronavirus, que podría estar disponible a partir de enero para los ciudadanos rusos. Se denomina Sputnik V, en una especie de guiño a la carrera espacial en la que Rusia se adelantó a los Estados Unidos al situar en órbita el primer satélite. Todo apunta a que su afán es liderar esta nueva carrera sanitaria, recuperar prestigio para su élite científica y situarse, de este modo, en cabeza de una guerra que no tendría que ser tal. Asegura que ha sido probada y ha llegado a poner a una de sus hijas como sujeto de esa prueba para afianzar la veracidad de lo dicho. Sin embargo, la mayoría de los expertos se muestran escépticos ante este anuncio porque Rusia no ha cumplido los requisitos propios de la investigación científica, como es la publicación de los resultados. No hay datos ni se conocen los detalles, lo que viene a significar que hay que fiarse de lo dicho y creer a pies juntillas que estamos ante la panacea.

En la lucha contra el coronavirus las cosas han de ser mucho más serias que todo eso. Ni caben improvisaciones ni tampoco falsas esperanzas. Es legítimo que cada país intente dar con la ansiada vacuna, pero no para mantener en secreto el desarrollo de sus avances o para callarse los resultados, sean estos mejores o peores. Dadas las dimensiones de la pandemia y el peligro que corre el mundo entero frente a un virus mortal y una debacle económica, debería imponerse el sentido común, ese que empuja a compartir los hallazgos y a mejorar a base de conocer y comprobar lo que la comunidad científica va descubriendo en cada lugar y en cada momento. Las medallas carecen de sentido cuando no es el prestigio, sino la vida, lo que está en juego.