Todo está consumado

L.O.
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Cuenca guarda un reverencial silencio ante el Santo Entierro, glorioso epílogo a un Viernes Santo que se recordará durante años

Todo está consumado

La algarabía y el rugido de Las Turbas con las que Cuenca amaneció en este Viernes Santo histórico dieron paso durante la jornada a una Procesión 'En el Calvario' esplendorosa, bendecida por un sol primaveral y con multitud de gente durante el recorrido. Faltaba, no obstante, el epílogo a un día que se recordará durante años, el Santo Entierro que iba a completar su recorrido más de 1.800 días después. La lluvia dos años y la pandemia otros dos habían impedido su salida procesional. Hasta este 15 de abril. Si el rugir de los tambores y clarines característicos del amanecer del Viernes Santo de Cuenca, marcó la mañana, el silencio más absoluto se adueñó de Cuenca cuando la noche caía sobre la ciudad de las Casas Colgadas. Cristo, quien da sentido a esta semana de Pasión, yace muerto. Todo está consumado. Solo queda el recogimiento.

Desde la Santa Iglesia Catedral Basílica, monumental como siempre, pero contagiada en su centenaria piedras del patetismo del momento, salió la procesión del Santo Entierro. Un elegante cortejo fúnebre en el que están presentes las 33 hermandades que dan vida a la Semana Santa conquense. Sus guiones y sus representantes abren el desfile por detrás de la Banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías. La Seo abrió sus puertas para la salida del paso más simbólico, el de la Santa Cruz, símbolo de la fe cristiana. Nada más recio, simple y poderoso que esa cruz, esa que reivindicó el sacerdote y periodista Antonio Pelayo en su pregón del Viernes de Dolores. Silencio en la Plaza Mayor ante el símbolo que recuerda que Cristo dio la vida por nosotros.

Tras el largo cortejo de hermanos de la Hermandad de la Cruz Desnuda de Jerusalén aparece desde el interior de la Catedral la Congregación de Ntra. Señora de la Soledad y de la Cruz, del M.I. Cabildo de Caballeros y Escuderos de la Ciudad, que acompaña al paso de Cristo Yacente, obra de Marco Pérez. Sobre un catafalco con cuatro blandones se nos presenta al Señor Muerto que se apoya sobre una roca. Los Caballeros Capitulares con sus hábitos de procesión, dan prestancia noble a tan magnífica talla. Si el silencio de la Plaza Mayor a la salida de la Santa Cruz conmovía, el que reina al paso de Jesús muerto corta la respiración. Ahoga, asfixia, acongoja.

Cerró el cortejo la Santísima Virgen de la Soledad ante la Cruz. Una Madre, la de Cristo y la de todos, que nos hace partícipes a todos de su pérdida desde su emoción contenida. Una auténtica lección de vida.

En su tercera participación del día, el Coro del Conservatorio volvió a protagonizar uno de los momentos más emotivos, con el canto del Miserere en San Felipe Neri. No fue el único momento musical del Santo Entierro, ya que el Coro de Cámara Alonso Cobo quiso engrandecer aún más esta Procesión con su intervención en San Vicente ya cuando el cortejo fúnebre vislumbraba su final.

Tras los pasos protagonistas de este Santo Entierro, un reguero de autoridades, comenzando en este caso por el Obispo de la diócesis, quien preside por norma este cortejo, seguido de los representantes del Cabildo Catedralicio, la Junta de Cofradías, el Ayuntamiento, la Diputación Provincial, la delegación del Gobierno de España y de la Junta de Comunidades, y el resto de autoridades locales, provinciales, autonómicas, nacionales y militares.

Con un silencio imponente y de respeto que contrasta con la madrugada de este mismo día, el defile prosiguió por Alfonso VIII, Andrés de Cabrera, San Juan y Palafox para llegar a la Plaza de la Constitución por Calderón de la Barca. No hubo calle en la que el cortejo no estuviera acompañado por centenares de fieles que, en un respetuoso silencio, contemplaron el Santo Entierro que girando por Fray Luis de León llegó por los Tintes hasta la Puerta de Valencia para volver a ascender hasta El Salvador, donde se guardaron, pasada la medianoche, el Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad. La Santa Cruz prosiguió su camino para dar por concluida su estación de penitencia en San Andrés. Ahí sí, el Viernes Santo acabó. Una jornada histórica en una Semana Santa que está escribiendo un página de oro en la Historia de Cuenca.