Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


Salud mental y derechos: comenzando un camino

15/10/2019

En estos días pasados nuestra sociedad ha venido a reflexionar a través de distintos actos y conmemoraciones sobre el estado de la cuestión de las personas con enfermedad mental, discapacidad psicosocial y también, y no menos importante, sobre su entorno familiar. Cuando el desarrollo de nuestras democracias efectivas y sociales reparó en la práctica y tras una postergación histórica, en las personas con discapacidad, parece que las esperanzas de avance se ensombrecieron de raíz cuando se dispusieron sobre la mesa instrumentos inclusivos procedentes solo para determinado tipo de discapacidades. Toda la ignorancia histórica y la onerosa acumulación de prejuicios, olvidos y descuidos que colocaban a las personas con discapacidad fuera del protagonismo social, político, económico, laboral y hasta familiar, parecen irse desvaneciendo en un lento y peleado camino respecto de las grandes discapacidades ‘visibles’, motoras y sensitivas, pero no terminan de concretarse sobre otro elevadísimo porcentaje de componentes del universo de la discapacidad como son las personas con una de naturaleza psíquica o psico-social (a las que a efectos de tratamiento y atención social habría que sumar aquellas que sin esa consideración sufren episodios más o menos largos de enfermedades relativas a la salud mental). La invisibilidad o la tardía manifestación externa de este tipo de discapacidad o, en otros casos, de enfermedades mentales cronificadas, ha producido una preterición social a la hora de afrontar su integración efectiva. Pero al margen de manifestaciones externas, el factor más relevante de la actitud secundaria de los poderes públicos y los particulares para prolongar la discriminación de las personas en estas circunstancias, ha sido la incomprensión intelectual para abordar el asunto: la dificultad para el trato, para saber reaccionar ante ellos, es menos “protocolizable” que la que puede articularse para tratar con una persona ciega o en silla de ruedas. Si los poderes públicos no tienen siempre asumida una actitud, pues la diversidad de patologías de origen es múltiple e insuficientemente estudiada, difícilmente pueden saber cómo actuar, y mucho menos cómo promover la concienciación social para impedir el aislamiento y el olvido en donde más se produce: las relaciones entre particulares. En estas décadas de ligeros avances pero en las que al menos se han reducido internamientos, generalizaciones y medicaciones anulatorias, el sector de la discapacidad y sus asociaciones representativas han procurado añadir a la lucha conjunta por el derecho y la dignidad, a este colectivo, que por su propia naturaleza necesita apoyo efectivo adicional para organizarse y defender sus derechos. Por eso, la actuación coordinada del sector de la discapacidad trascendiendo a los centenares o miles de orígenes y efectos de cada calificación o diagnóstico, demuestra que en las organizaciones sociales sigue siendo una realidad que la unión hace la fuerza. Ese lema histórico no contempla, sin embargo, esta realidad con acierto porque, en este caso, el amparo de otras personas con discapacidades no invalidantes en lo intelectivo es un soporte imprescindible que añadir a la mera unión para completar una voluntad de difícil surgimiento con la misma ‘fuerza’, pero que no por ello ha de dejar de ser atendida (por fortuna se han superado concepciones clásicas basadas en las que cada ciudadano debe conformar con su empuje y personalidad sus pretensiones para alcanzar los derechos, pues ello dejaría huérfanos de todo a quienes carecen de esa posibilidad por esta causa, o al margen de este campo, por simple desconexión social basada en la pobreza o la dejación educativa). Y cómo no, el otro pilar de apoyo de estas personas, el inmediato y natural, es la familia, cuando tienen la suerte de mantenerla en su entorno, que efectúa, como se ve cada año por estas fechas, la función de altavoz y memoria. Esperemos que las administraciones recuerden estos dos pilares, el asociativo y el familiar, en sus planes de promoción, cobertura e integración, para plantear soluciones realistas.