De pupilo a maestro

Leo Cortijo
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Durante casi una década, Rodrigo García destacó de forma notable en un deporte tan exigente como el triatlón, algo que ahora enseña con maestría a niños de entre cinco y doce años en el Club Trischool Cuenca

De pupilo a maestro - Foto: Reyes Martí­nez

La historia deportiva de Rodrigo es una de esas que comienzan a escribirse muy pronto, siendo un niño. La precocidad y una gran capacidad innata como puntos de partida. Con apenas 13 años empezó a destacar como una de las promesas más sólidas en un deporte de máxima exigencia, el triatlón, y especialmente en la disciplina cross. Ahí es donde cosechó numerosos éxitos en escalafones inferiores. Campeonatos de España en la categoría junior y en sub-23 avalaron su valía, aunque su meta más alta fue un bronce en el campeonato del mundo, que se dice pronto.

En esas primeras etapas, a las órdenes de entrenadores como Ramón Gómez Iniesta, formaba parte del antiguo club de triatlón de la ciudad, por entonces Hoces de Cuenca, ahora conocido como Trischool. Su progresión fue a más y terminó por hacer las maletas y marcharse a Madrid para fichar por uno de los club más importantes, los Diablillos de Rivas. Cuatro temporadas en la alta competición y muchos y muy buenos resultados.

Pero como todo en la vida, siempre hay un principio y un final. Después de una lucha titánica en la alta competición, tuvo que tomar una decisión, posiblemente de las más difíciles. «Cuando la mitad de tu vida ha estado vinculada al deporte y además en el alto rendimiento, no es fácil tomar la decisión de dejarlo de un día para otro». Aunque hubo una etapa de cierta transición, las circunstancias vitales y deportivas lo precipitaron todo.

Además de tener que lidiar con un problema familiar de notable envergadura, los resultados no llegaban. «El esfuerzo era el mismo o más y las cosas no estaban saliendo», comenta Rodrigo, al que le fue «medrando por dentro» esa situación. «Me di cuenta de que mi vida deportiva quizás había acabado ya», asume con entereza y hombría, siendo consciente además de que de esto «no podía vivir» y más con la exigencia de tender siempre a la excelencia en la tres disciplinas: natación (su talón de Aquiles), carrera a pie y ciclismo de montaña (su gran fuerte).

Y así, tras prácticamente una década compitiendo al máximo nivel, colgó las botas de alguna manera... porque Rodrigo nunca para. En estos últimos cuatro años, ha seguido participando en multitud de pruebas deportivas, pero ahora, dice, «para disfrutar, como una afición y sin ningún tipo de presión». Terminó su formación como fisioterapeuta y regresó a Cuenca, de la que nunca se había separado, para empezar a trabajar. La inyección de moral llegó cuando hace unos meses, el club de su vida y donde nació como deportista, le llamó para tomar las riendas como entrenador. Está «encantado», reconoce. Y más en una ciudad como ésta, que es un «auténtico privilegio» para la práctica de este deporte.

Son tres los preparadores del club Trischool y él entrena a niños con edades comprendidas entre cinco y 12 años. Básicamente, se encarga de enseñarles las reglas de este deporte «de una forma lúdica» y por eso basa casi toda su preparación en juegos. Mucha técnica, ejercicios de coordinación y algo de trabajo de velocidad, pero nada de resistencia. A estas edades, como es lógico, «no buscamos tanto el rendimiento, son chicos que vienen a pasárselo bien», explica. Eso sí, aunque todavía no se desarrolle ese aspecto competitivo, pues sería contraproducente, los niños de mayor edad sí se «implican» en mayor medida que en muchas otras disciplinas deportivas.

Y de esta forma, el que fuera pupilo en su momento, ahora es maestro. Y eso es algo que a Rodrigo le realiza como persona y como el deportista de primer nivel que siempre llevará dentro. Está entusiasmado y feliz por poder transmitirle a los niños «todo lo que he vivido y aprendido durante todos esos años en entrenamientos y en la alta competición». Es más, quiere seguir creciendo como entrenador y ahondar todavía más en su incipiente formación. Aflora esa competitividad innata que le lleva a querer ser el mejor. A querer destacar. Primero creció en lo deportivo y ahora quiere crecer como docente. ¡Bien hecho, campeón!