Javier Caruda de Juanas

Javier Caruda de Juanas


Hora de actuar

07/04/2022

Como pueden imaginarse tenía previsto darle a la columna de esta semana un aire más nazareno, habida cuenta que el jueves próximo, santo al que apellidamos del amor fraterno, estaremos ocupados en ampliar la vasta colección de recuerdos cofrades, esa que lleva parada dos años y casi mil días, formando parte de los diferentes cortejos procesionales que volverán a tomar la calle y a anestesiar la realidad durante una decena de días.
Pero hay veces que, parafraseando a Joaquín, la vida pasa por la calle como un huracán, te golpea el mentón y te provoca un estado de shock del que te cuesta despertar. Siempre he creído que la especial orografía que rodea a nuestra capital, de alguna manera, produce un aislamiento que influye decididamente en la forma de vida tan especial que tenemos. Sobrevuela siempre esa sensación que nos lleva a pensar que más allá de Cabrejas o de la Tórdiga viven la modernidad, el progreso y, por el contrario, como vigilantes decimonónicos de ritos y costumbres nos empeñamos en mantenernos lejos de cualquier influencia. Esto también podría servir para todos esos males de una sociedad enferma de corazón que contemplamos en medios de comunicación nacionales con mucha más frecuencia de lo que vemos aquí, entre nosotros. Por esto, se me hace aún más doloroso que una de nosotros haya sido asesinada por uno de nosotros, dejando al albur de un futuro sumamente incierto a dos de nosotros, sufridores de las cuitas conyugales. A partir de aquí, y durante un tiempo, se sucederán declaraciones de luto, manifestaciones de apoyo y todo tipo de movimientos para compartir el dolor y pasar el trance de reconocer que, a pesar de los esfuerzos, algo estamos haciendo mal como sociedad y como individuos, por supuesto.
Indagaremos sobre si tal o cual protocolo funcionó o no, si las medidas adoptadas y el control de su cumplimiento eran las adecuadas o no. Este trabajo, necesario, ha de servir para perfeccionar aún más un marco de actuación que proteja mientras que esperamos los frutos que puede y debe dar el compromiso social de revertir esta lacra de la violencia (de género, machista, de familia, póngale el complemento que quieran) sembrando educación para recoger individuos más formados, más comprometidos con la sociedad de la que forman parte, mejores personas en definitiva. Arduo camino este en el que las buenas intenciones, los buenos propósitos, se topan con las urgencias destapadas cuando salta a la opinión pública un nuevo caso de violencia porque, no nos engañemos, el problema lo tenemos aquí y ahora. Más allá del apoyo de la administración a los hijos de la asesinada, nos topamos con que, por un acto de egoísmo, dos niños, cualquiera que sea su edad, han visto destrozada su vida, para siempre, sin vuelta atrás. ¿Cuántos proyectos en común cercenados? ¿Cuántas vacaciones no disfrutadas? ¿Cuántas horas de juegos perdidas?
Quizá, mientras esperamos la cosecha de la educación, deberíamos plantearnos corregir cuanta normativa sea necesaria para dejar de facilitar la vida de estos violentos mientras que hacemos buena la frase de Ban Ki Moon: «Cuando seas testigo de la violencia contra mujeres no te quedes de brazos cruzados».