Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


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31/03/2020

Anoche recé. Al menos lo intenté, aunque tampoco tengo claro que lo hecho fuese declamar una oración de las que persigue contactar con un ser superior. Nunca he sabido muy bien en qué consiste eso de rezar. De jovencito torné mis hábitos infantiles. Desde entonces, si alguna vez he decidido implorar la mediación de alguien para conseguir algo que por mí mismo no podía lograr, siempre me he dirigido a personas que un día estuvieron a mi lado, aunque ya su olor, caricias, sonrisas o manos no estuviesen físicamente a mi lado. Sé que me profesaron cariño en vida y nunca he dudado de que allá donde estén, si es que están en algún sitio, lo sigan haciendo. Otras veces, las más, les he enviado mi agradecimiento por lo vivido. También a veces les he hecho partícipes de mis alegrías. Sé que eso les alegra. Ayer estaba un pelín desilusionado aunque voluntariamente esperanzado. Cierto es que ese cruce de sensaciones lo llevo sintiendo desde hace ya jornadas y temo que seguirá en mí muchas más. Ahora necesito aferrarme a los pasitos pequeños que entre todos vamos dando, aunque sea consciente de que hay losas, montañas enteras incluso, que nos caen encima. Mi oración de ayer, como lo será seguramente la de hoy, no pretende conseguir solamente el bienestar para quienes por estos fangos retozamos. Eso, si lo conseguimos, será producto de todos, resultado del esfuerzo de los más, fruto del bien hacer de los muchos que no tienen al conformismo ni a la dejadez como compañeros de viaje. Anoche pedía porque la rabia no se apodere de mí, porque el asco más imbatible no anide en mis sentimientos, porque la paciencia más ansiada que nunca antes desee con esta intensidad siga siendo fiel aliada. Ayer rogué que la mezquindad de algunos no me derrumbe emocionalmente, que la sinrazón de otros no me desespere y que, como suelo hacer, vea siempre luz aunque se limite a un fino haz.