«¿Qué me diferencia a mí de los demás?»

Ana Martínez
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Una pobreza estructural heredada y sufrir el mayor grado de exclusión social son los principales problemas de la comunidad rumana instalada en el asentamiento informal de La Pulgosa, en Albacete

«¿Qué me diferencia a mí de los demás?» - Foto: Víctor Fernández Molina

Camino de la Hoya de San Ginés en Albacete. Seis de la tarde. Comienza a atardecer, pero el calor no ha menguado. Un vehículo gris aparca junto a la fuente de agua potable y el contenedor que instaló el Ayuntamiento. Bajan dos mujeres y dos hombres, todos identificados con los chalecos de Médicos del Mundo. Toca visita semanal al asentamiento informal ubicado frente al Jardín Botánico, a la espalda del Parque Científico y Tecnológico.

Se le conoce como el asentamiento de La Pulgosa y está ocupado generalmente por unas 15 familias de nacionalidad rumana, número que varía en función de las campañas agrícolas. Ese día, martes, algunas ya se han desplazado a trabajar en la aceituna en Almendralejo, en la provincia de Badajoz. Otras lo harán al día siguiente o a la semana próxima. Vienen a España con lo puesto, pero cargados con una severa pobreza estructural que quieren superar con trabajo. Emigran con la única finalidad de paliar el hambre y sus múltiples carencias y para poder vivir de forma humilde, pero con dignidad.

La tarjeta sanitaria. Elena Serban

Tiene 56 años, cuatro hijos «y muchos nietos». Vino con su marido hace 12 años a Albacete siguiendo el rastro del ajo, la aceituna, la cebolla, la uva… Pero su marido cayó enfermo, hace seis años ya, y ella apenas echa dos o tres semanas, un mes a lo sumo, en la recogida del ajo. Para ganar dos euros tiene que llenar una caja que pesa entre 10 y 15 kilos. Su media está en la docena por jornada. La escasez de recursos económicos le impide acceder a una vivienda, derecho que no tienen nada fácil por la falta de confianza de los arrendadores: «A nosotros nadie nos alquila una casa, no confían», dice Elena.

«¿Qué me diferencia a mí de los demás?»«¿Qué me diferencia a mí de los demás?» - Foto: Víctor Fernández MolinaEste campamento cuenta con una fuente con agua potable y unas casetas que hacen las veces de letrinas y duchas, construidas por ellos mismos, que contentan su forma de vivir, aunque «me gustaría estar en una casa normal para ducharme en condiciones», cuenta esta mujer que no se relaciona mucho con los vecinos del entorno por cuestiones de idioma: «No controlo el español». A pesar de ello, acertamos a entender que está encantada con la visita que cada martes recibe de Médicos del Mundo. Su dentadura está bastante dañada, pero no le avergüenza sonreír cuando nombra a Irene y a Soly, porque «nos ayudan mucho», dice, y como puede nombra la tarjeta sanitaria, el empadronamiento, el papeleo… «Todo», concluye.

Rumanía pertenece a la Unión Europea desde 2007. Sus habitantes son, por tanto, ciudadanos europeos con derecho a circular y residir libremente en el territorio de los Estados miembros. Sin embargo, los rumanos migrados a España tienen un sinfín de dificultades para conseguir la tarjeta sanitaria, sin la que no pueden ejercer su derecho a la salud ni el acceso a la atención sanitaria, a no ser que ingresen por Urgencias.

Para empezar, se les obliga a demostrar que en su país no tienen acceso a la salud porque están dados de baja en la Seguridad Social, un documento «muy complicado de conseguir por parte de esta población», asegura Soly Ibrahima, mediador intercultural de Médicos del Mundo.

Como personas con ciudadanía europea pueden solicitar un Número de Identidad de Extranjero (NIE), cuyo color determinará su acceso a otros servicios y bienes públicos. Si la tarjeta es blanca, les permitirán acceder al empadronamiento y poco más. El NIE se convierte en verde cuando la persona extranjera firma un contrato de trabajo superior a seis meses, lo que le da derecho a inscribirse en el paro, solicitar ayudas públicas, una vivienda de Protección Oficial…

La singularidad de esta población rumana que llega a España como temporera del campo complica todavía más la solicitud de la tarjeta sanitaria, pues «no tienen red ni recursos suficientes como para solicitar la no asistencia sanitaria en su país», reitera Irene Maciá, técnica de intervención social de Médicos del Mundo, una situación que afecta especialmente a las mujeres ante la imposibilidad de acceder al mercado de trabajo y figurar en las listas de la Seguridad Social. A ello se añade que muchos de ellos llegan a Albacete con la documentación de origen caducada y «moverlas hasta Ciudad Real, donde está su consulado, es muy complicado».

La situación para estas familias puede verse entorpecida con el Real Decreto-Ley 7/2018, de 27 de julio, relacionado con el acceso universal al Sistema Nacional de Salud, donde no especifica que, como hasta entonces, menores y mujeres embarazadas sí que tienen derecho a recibir atención sanitaria aunque no tengan contrato de trabajo. No obstante, en Castilla-La Mancha no hay ningún tipo de problema con ambos colectivos porque se sigue aplicando la Ley del año 2012 con normativa autonómica.

Para tranquilidad de todos aquellos que opinan y creen que los extranjeros vienen a España para abusar de la gratuidad del sistema sanitario público, «más del 90% no usan esa tarjeta, porque la inmigración es muy joven», matiza Ibrahima.

Pobreza estructural. Aurel Alecu

«No tenemos dinero para mantener a la familia y pagar una casa», explica Aurel Aleco, rumano de nacimiento que lleva seis años trabajando en las campañas agrícolas. Acaba de termina la uva y esta misma semana se ha marchado a Almendralejo con su mujer para recoger la aceituna. «Vamos encadenando una campaña tras otra hasta que termina la temporada del campo», una precariedad laboral que le impide acceder con normalidad a una vivienda digna y, a su vez, alimentar a su familia y vestirla.

A pesar de esta pobreza estructural que sufre esta población migrante, Aurel se muestra contento por vivir en el asentamiento de Albacete, sobre todo porque no hay problemas de convivencia y tienen agua y, además, reciben la visita de Médicos del Mundo para solucionar cualquier carencia relacionada con el acceso a la salud.

La población rumana asentada en el camino hacia La Pulgosa siente el estigma y la criminalización de una parte de la sociedad. El racismo aflora contra estos asentamientos y se denuncia la conflictividad en la zona, el miedo a cruzarse con ellos, la basura que generan en su entorno… «Lo que hay es una evidente falta de trabajo para la integración de estas personas y un gran desconocimiento social que genera miedo», opina la técnica de Integración Social de Médicos del Mundo, reflexión que refuerza Soly: «Si el Estado hiciera lo que tiene que hacer, lo bueno sería que este tipo de asentamientos no existieran».

Racismo y desigualdad. Bogdan Constantin

Ha recorrido media España de tajo en tajo y conoce muy bien la situación de los migrantes temporeros y sus familias. Después de 18 años residiendo en España, Bogdan Constantin no ha conseguido ni tan siquiera una vivienda digna para su familia, a pesar de que cuando dejó su país natal pensó que aquí conseguiría una vida mejor, un trabajo estable y una buena casa: «¿Alguien piensa que nos gusta vivir así, que nos gusta que las señoras se agarren el bolso cuando nos ven o que el de seguridad del supermercado no deje de mirarnos porque piensan que vamos a robar?»

Cada día, Bogdan Constantin se hace la misma pregunta: «¿Qué me diferencia a mí de los demás?»