El Gobierno de los memes y los falsarios

Carlos Dávila
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De confirmarse que Marruecos fue responsable del espionaje a Sánchez y Robles, sería el mayor escándalo producido en España desde la Transición

El teléfono móvil del presidente del Ejecutivo habría sido uno de los afectados por el ‘caso Pegasus’. - Foto: EFE

Dos citas pintiparadas: tras la derrota frente al Ejército ruso ante el cual perdió no menos de 500.000 soldados, Napoleón se quejó de sus propias huestes y, en una carta al embajador de Varsovia, escribió: «De lo sublime a lo ridículo solo hay un paso». Segunda cita mucho más actual. Tarradellas, el primer presidente de la Generalidad catalana tras la Transición, lamentaba siempre en público la escasa prestancia, la falta de sentido común, que acompañaba a algunos de los comportamientos de sus colaboradores más cercanos. Los denunció así: «En política se puede hacer de todo menos el ridículo». 

Y en esas estamos. La genialidad ha parido en estos días cientos de memes, esas figuritas de chiste antiguo, que ahora se han adueñado de nuestras historias personales. A Sánchez le han retratado enchufado a dos teléfonos, mano derecha e izquierda ocupadas, que es la instantánea que en su momento divulgó La Moncloa para presentar al presidente como un hombre universalmente preocupado por el destino de nuestro mundo mundial. Ahora el meme recoge esta leyenda: «Oye, Mohamed, ¿me estás escuchando?». El meme es todo un editorial porque da por sentada una sospecha; a saber, que el responsable del espionaje al mismo Sánchez y a su ministra de Defensa ha sido el Rey moro con sede en Rabat. De confirmarse esta especulación nos encontraremos ante el mayor escándalo que se haya producido en España desde la Transición hasta la fecha. Se confirmaría que en los mismos días en que el sultán marroquí ordenaba a sus vasallos la invasión de Ceuta y Sánchez autorizaba por su cuenta que el líder del Polisario, Brahim Gali, entrara en nuestro país subrepticiamente para ser tratado en Zaragoza de los efectos nocivos del coronavirus, el Reino de Marruecos se incrustaba en nuestro teléfonos más decisivos (el del presidente y el de Robles) para conocer sus reacciones y obrar en consecuencia. 

Por lo menos, Sánchez nos ha conducido así a un ridículo pantagruélico de los que pasan a los libros de Historia. Tras la penosa explicación de Bolaños en un día festivo, han llegado sucesivas informaciones a cual peor, informaciones que caminan desde la mentira al absurdo. Y esto no puede quedar así. ¿O es que el Ejecutivo va a dar por terminado el incidente sin aclarar quién ha sido el delincuente, qué clase de delito ha cometido, qué volumen de información ha robado y hasta qué punto los documentos, los vídeos, las fotografías y los guasap comprometen de verdad nuestra Seguridad Nacional. Según alguna fuente muy cercana a La Moncloa, todavía las personas más sensatas de ese entorno -si es que existe alguna- se están preguntando quién fue el merluzo que aconsejó aquella rueda de prensa madrugadora con la que el dúo Sánchez-Bolaños quiso anular el efecto Ayuso en Madrid y más aún: demostrar a los furiosos independentistas que «somos tan víctimas como vosotros». Por lo que se deduce de lo expresado el miércoles por Robles en el Parlamento, con una rotundidad que hace imposible su permanencia en este Ejecutivo, fue Moncloa y no el CNI quien perpetró esta doble felonía: sacar a concurso público detalles trascendentales del Estado y volcar la culpabilidad de los espionajes a una institución «externa», no se sabe cuál. Un desatino, una traición.

La Constitución

Es muy risible y grotesca la actuación de Bolaños y compañía, pero no tenemos más remedio que ponernos serios y solemnes. No es lo más grave: aquí parece haberse transgredido el Artículo 102 de la Constitución que reza exactamente en sus apartados 1: «La responsabilidad criminal del presidente y los demás miembros del Gobierno será exigible, en su caso, ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo» y 2: «Si la acusación fuera por traición o por cualquier delito contra la Seguridad del Estado en el ejercicio de sus funciones...». O sea, que nuestra Norma Suprema recogió en su momento una situación que siempre pareció inaudita: que el presidente y alguno de sus ministros revelaran información que comprometiera a la citada Seguridad del Estado. ¿Qué otra cosa han hecho Bolaños y hasta Robles en nombre de su presidente? 

Además, los motivos espurios que han fundamentado sus actuaciones, lejos de ser argumento, son una utilización grosera de la política, primero para golpear a una presidenta autonómica y, segundo, para justificarse por el espionaje que ellos mismos han utilizado en el seguimiento de los líderes golpistas catalanes. Nadie, encima, cree ya una sola palabra de las que usan Sánchez y su pandilla. Se está trayendo a colación en estas fechas el famoso cuento del lobo. Ha venido y nadie en España, salvo los tragicómicos Lastra y Simancas (¡qué forma tiene este hombre de aplaudir estupideces!), apuesta un solo céntimo por la autenticidad de las denuncias del Gobierno. Lo peor que le puede ocurrir a un Ejecutivo es que se le tome a broma como si fuera la mujer barbuda de los circos antiguos. Al ridículo se suma lo mollar: la impericia, la tosquedad, la inanidad, el sectarismo, la arbitrariedad en la que se mueven Sánchez y su tropa. 

Daño infinito

El titular de esta crónica -lo creo así- se me queda corto en la intención: los memes revelan el estado de ánimo en que se encuentra mayoritariamente la sociedad española. Pero hay otro estado mucho más importante: el de necesidad. Con una pregunta casi final: ¿Cuánto daño más puede hace este Gobierno social-leninista a España? Visto lo visto, será infinito. Ya estamos en manos de la peor ralea que habita en nuestro territorio: los independentistas, barreneros de un país impecablemente democrático y constitucional, los filoterras que no hace muchos años (caso la portavoz de Bildu, Merche Aizpurúa) alentaban la ejecución a quien se opusiera a sus designios terroristas. ¿A qué grado de miseria tenemos que llegar para que este infame sujeto deje de mancillar la Jefatura del Gobierno? Contesto: nada que hacer porque es en sí mismo un ridículo desaprensivo, pero, ande yo caliente y ríase la gente. Mi persona, como aquel Joe Rigoli de la Transición, sigue. Desde Fernando VII, el felón, a la actualidad, España no había soportado una desgracia bíblica de esta magnitud: tirarnos por el precipicio.