Javier Caruda de Juanas

Javier Caruda de Juanas


Hacia una nueva Dubrovnik

04/11/2021

No hace muchos días que veía un programa en una cadena televisiva sobre la ciudad croata de Dubrovnik, la perla del Adriático. Popularizada recientemente por la serie Juego de Tronos está sufriendo en sus propias carnes aquel dicho tan nuestro de engordar para morir. Y es que uno de los vecinos explicaba que el casco histórico de tan bella ciudad había pasado de tener censados alrededor de 12000 personas a tener poco más de 700 lo que, de facto, supone la creación de una especie de parque temático exclusivo para los millones de personas que cada año llegan a las costas ragusianas para disfrutar de tan bella ciudad.
Varias son las circunstancias que compartimos con la antigua Ragusa. Ambas somos ciudades de pequeño tamaño, compartimos el honor de haber sido reconocidas como Patrimonio de la Humanidad y sufrimos las incomodidades de un turismo masivo que amenaza con expulsar a los lugareños de los espacios emblemáticos.
Digo esto porque en poco más de quince días hemos visto nuestras calles y plazas a rebosar por dos veces. Que conste que no está mal, pero parece que debemos conformarnos con repetir aquel mantra que, desde hace un tiempo casi inmemorial, adjudica a nuestra ciudad el turismo como único recurso posible teniendo que asumir con una sonrisa las incomodidades de los parkings llenos, entre otras. Esta conquista turística del popular vaticano solo oculta por unas horas la realidad de un barrio que languidece camino de convertirse en el Medievo Park de Castilla-La Mancha.
El puente de Todos los Santos nos trajo agua en abundancia, un cansino cambio de hora (a la espera estoy de que alguien me convenza sobre los beneficios del mismo) y un nuevo roto en la costura de la ciudad alta. Sí, durante tres días hubo aglomeraciones, bullicio…para después volver a la normalidad de un barrio que tiene cada vez más limitados sus servicios, cuyas casas están dejando de ser hogares para convertirse en alojamientos con el tipismo propio de este siglo XXI, transformándose cada puente, cada día festivo en una ratonera para los que aún mantienen fuerzas para vivir en este enclave, rompiéndose el hilo que unía un vecindario tan particular.
Caminamos por ese incómodo filo de la navaja del equilibrio entre economía y vida vecinal. Seguramente, como consecuencia de la ausencia de industria volvemos nuestros ojos al turismo en exclusiva dando como buena la incomodidad que supone pasear un día de verano o un festivo por la Plaza Mayor (bueno si se puede llamar pasear a caminar esquivando sillas, mesas y coches) con el fin de sentir que esta ciudad sigue viva. No sé, quizá nuestros munícipes locales y regionales debieran hacer una reflexión sobre el tipo de ciudad en que quieren convertirnos ya que parece que nuestra opinión poco o nada puede hacer.
La única realidad es que como no se adopten medidas ejemplares que potencien y faciliten la vida diaria en el casco y minimicen las incomodidades ocasionadas por el turismo vacacional o de puente nos iremos acercando cada vez más a ser la Dubrovnik manchega.