Javier Caruda de Juanas

Javier Caruda de Juanas


El otoño, Coll y un repartidor de Glovo

21/10/2021

Hay una icónica escena en Notthing Hill en la que Hugh Grant pasea por un mercado en mangas de camisa mientras que los puestos y la gente van adecuándose a los cambios que propone cada estación. Pues, salvando las distancias, pasa algo parecido en la hoz del Júcar. Podemos sentarnos en un mismo mirador y contemplar, a lo largo de un año, cómo esta cambia de color, de frondosidad, de luz…Y en esas estamos hoy, disfrutando de paseos otoñales a la vera del Júcar para contemplar el regalo del calor de estos días, de la belleza de los tonos amarillos, verdes y ocres, pero, claro, la dicha nunca puede ser completa. El pasado domingo por la mañana di con mis huesos (y mi cámara fotográfica, por supuesto) en el denominado Mirador de Coll.
Por cierto, que he estado revisando la hemeroteca y no he encontrado ninguna referencia al acto de inauguración de dicho Mirador. Es posible que no se haya hecho o que el estallido de la pandemia haya retrasado este momento. 
La realidad es que, más allá de gustos sobre ubicación y monumento, es uno de los espacios singulares que adornan Cuenca por lo que podría, o más bien debería, convertirse en uno de esos puntos obligados para visitar por propios y extraños. Me gusta el monumento de Ruibal, ese guiño al típico bombín de Coll, las máscaras teatrales, la disposición del mismo casi en anfiteatro…
Pero no quería hablarles del monumento, sí quería hacerlo de lo que hay alrededor del mismo. Les recuerdo. Domingo por la mañana, tres papeleras, una sinfonía amarilla y verde…¿qué puede fallar? Pues una vez más nos falla la educación. La primera papelera estaba completamente vacía porque toda la suciedad estaba desparramada por el suelo. Esa era la imagen de presentación de tan interesante espacio. Bolsas de establecimientos de comida rápida, envoltorios de productos de los mismos formaban una alfombra mugrienta que daba la bienvenida a todos los que, simplemente, veníamos a disfrutar de la belleza de nuestro entorno, uno de los pocos placeres por el que aún no tenemos que pagar.
Como supongo que la basura no llegaría allí por arte de birlibirloque, hay que pensar que alguien decidió pasar un buen rato al aire libre, le sorprendió la hora de llegar a casa y no le dio tiempo a recoger la casa común que es nuestra ciudad. Debe ser que en sus casas particulares hacen también lo mismo. Irán tirando por el pasillo plásticos, bolsas y papeles. Pero lo más doloroso no me pareció ese acto de incivismo. Entre las bolsas existentes había una de Glovo colgada en el mástil de la papelera. O sea, que podemos pensar que alguien encargó a alguien que le subiera la cena en bicicleta hasta la ermita de San Isidro. Triste sociedad esta que satisface su deseo basándose en el esfuerzo ciclista de alguien que se ve obligado a hacerlo para sobrevivir. En fin, este sería otro dilema.
Volviendo al tema del esparcimiento de la basura, concluiremos lo que el propio Coll decía: «Cada quien es como es y ya bastante desgracia tiene».