Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


RESADeando

09/11/2021

Hace escasamente mes y medio, coincidiendo con el comienzo del curso académico, informé a mis alumnos de algo. Meses atrás había diseñado con sus compañeros, esos que les habían precedido en mi aula, la realización de Musica in scaena, una singular Fiesta de la música que debía celebrarse a principios de noviembre y en la cual ellos serían artífices cardinales. Las necesidades internas del centro, de la RESAD, habían hecho que el 85 % de mi alumnado cambiase y, por tanto, la realización de tal Fiesta peligrase. Llevarla a cabo en el teatro principal —Sala Valle Inclán— de nuestra Real Escuela Superior de Arte Dramático, el hecho de que yo pretendiese que fueran ellos mismos los orfebres vitales de la misma, que estuviese abierta al público en general y que a su vez aunase música, teatro, danza… eran retos motivadores pero a su vez trabas para recorrer un camino que habríamos de abordar en pocas semanas salpicadas, encima, de festividades que impedirían tener clase y por tanto ensayar. No tenía claro que pudiésemos realizarla. Sin embargo, la confianza plena en mis chicos, como suelo aludir a ellos, me empujó a, una vez más, entregarme de nuevo y de lleno a ese espectacular y maravilloso colectivo que tengo el privilegio de encontrar cada día en mi aula. Les di una semana para trasladarme su opinión y predisposición al respecto, siendo escasas las horas que necesitaron para informarme de su voluntad férrea de ir a por todas. Una ocasión así no estaban dispuestos a perderla. Desde ese momento, las maquinarias humana y técnica se pusieron al servicio de la imaginación y sensibilidad artística que, no precisamente en este colectivo, escasea. Desde principios de octubre, casi a la vuelta de la esquina, he ido viendo cómo las caras se les iluminaban cuando hablaban de subir al escenario textos de Lorca musicados, canciones de musicales en boga, melodías compuestas por ellos mismos e interpretadas mientras tocarían instrumentos o bailarían, cantinelas populares coreografiadas vigorosamente,… Y también he ido viendo de qué manera estos chicos, los míos, con esas tremendas dosis de sensibilidad que transmiten y que me cautivaron cuando les conocí, a veces han tenido que enjugar lágrimas por lo que ellos calificaban de impotencia no siendo sino un exceso de responsabilidad, moneda no común, precisamente, en muchos de sus compañeros de generación. Vestuario, luces, maquinaria, sonido, instrumentos musicales, maquillajes y un largo etcétera fueron focos que iluminaron un camino que, a su vez, se dibujaba a modo de montaña rusa con bajadas vertiginosas y retos motivadores. Y llegó el soñado día 4, ese en el que setenta jóvenes, increíblemente vivos, demostraron que lejos de ser meros estudiantes de teatro y de la presencia de la música en él, son ante todo artistas que viven el arte en carne propia y que están dispuestos a, hoy, mañana y siempre, no dejar que nada les impida vivirlo en su máxima expresión. Y el Teatro vibró. Aplausos, gritos de júbilo y la explosión de aliento unánime por parte de participantes y público, incluido un nutrido grupo de esos antiguos alumnos míos que meses atrás contribuyeron a dibujar un sueño que finalmente no han podido vivir en primera persona, hizo que yo revalidase el orgullo que me invade diariamente al tener a esos jóvenes en mi vida, sensación que especialmente se puso de relieve cuando, todos en el escenario, como si de una única voz se tratase, estrenaron una vigorosa tonada—RESADeando— en la que la ilusión, la fuerza, los sueños, la música, el escenario, la vida… nos unieron entonando el flamante himno oficioso de mi aula de música.
 

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