Miguel Romero

Miguel Romero


El halo poético de Acacia Uceta

23/06/2021

En la plazuela de esa calle de Ronda, casi al final, junto al rincón que se llamará de "Antonio Pérez" y al pie de esas escaleras de trazado incierto que nos elevan hacia la plaza del Trabuco, se encontraron este domingo don Fernando Ruiz de Alarcón y la poeta Acacia Uceta.

Sin duda, describir el diálogo de dos personajes ambientados en dos épocas casi antagónicas, es un poco difícil para describir sus respuestas, pero sin duda, lo que aquel canónigo del 1622, el mismo que compró este terreno para donarlo a la Congregación Carmelita y que hicieran su cenobio, pudo decirle a esta mujer del siglo XX, soñadora y esposa del periodista Enrique Domínguez Millán, tiene mucho que ver con la realidad de un presente sin poética, casi volcado al sucio juego de la política que apenas deja honestidad entre rincones.

Por eso, Ruiz de Alarcón, apellido noble de estirpe de señoríos de allá, entre Alarcón, Valverde o Las Valeras, tal vez Covarrubias que por aquí también tuvo solar, y que escribiera ese Diccionario de la Lengua Castellana, estando de canónigo en Cuenca, no supieran que al facilitar este edificio de planta poligonal, con claustro, dependencias, capilla y coro, su lenguaje, su tono métrico y su conocimiento filosófico, iba a enriquecer a todos cuántos por allí pasasen, para visitar la Fundación Antonio Pérez o para escuchar el verso de una Acacia Uceta que vino desde Madrid, y se quedó en Cuenca, como todos, en esta ciudad mágica donde el Arte encierra seriedad y fantasía.

Raquel Carrascosa nos hizo Semblanza de esa mujer, especial y sublime, doctora en el verso, hija de quien supo pintar los rincones de la Cuenca alada: su padre, ese Rafael Uceta que colgó balcones con trazo firme para descolgarlos su hija a base de poemas maravillosos.

Al lado de Raquel, Tirso, Pepe, Julio y un servidor recitamos poemas de Acacia, recordando su impronta solemne, escuchamos el "canto agradecido" de su hija Acacia Domínguez Uceta, allí presente, aplaudimos a raudales, revivimos su magia y sentimos, al lado de la voz inigualable y su música crecida, de Miguel Ángel Moraga, siempre ahí en música viva y sueño volado, cantautor, soñador y maestro compositor. Todo un lujo para quienes ocupamos sillas en espacio artístico, rodeado de óleos y misterio, de canto y solfa, de amistades y sueños.

Por eso Acacia Uceta estuvo allí, nos vio, nos aplaudió y nos invito a seguir pensando que la poética es la dueña de la libertad y que para ser libres hay que acunar versos.