Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Desesperación

11/02/2020

Al llegar al aula la he encontrado, como siempre, sentada en su sitio, en su particular almena de su castillo. Suele estar ahí cada día aferrada a estructuras muy propias que la convierten en una persona singular, muy diferente a los demás. Cierto es que unos días la veo pletórica, otros baja de moral y los más simplemente enfrascada en sus tareas. La actividad intensa que desarrolla regularmente y que la lleva a enfrentarse, pero sobre todo a disfrutar, de sus estudios de filosofía, canto, arpa, derecho, idiomas (sí, en plural), teatro…, al margen de dar clases particulares a niños o de asistir a actividades culturales, la dibujan ante mí como una veinteañera no al uso, no de estos tiempos. Todo le ilusiona y en todo pone pasión. Cada día descubre nuevos retos que, críticamente, intercala con los ya presentes en su vida eliminando los que, para ella, ya no son prioritarios y le impiden avanzar hacia su objetivo fundamental: disfrutar aprendiendo y vivir la vida. Viva, jovial, simpática, ágil mentalmente… comparte con sus compañeros y profesores sus ilusiones, aunque cierto es que no siempre. Constato que ello depende de si ve que ven la vida como ella o simplemente los nota de paso por este mundo. Hoy estaba destrozada. Su cara suele ser el visor que permite conocer su estado de ánimo. Hoy estaba hundida. Un fracaso académico era impensable; nunca ha obtenido menos de un sobresaliente siendo las matrículas de honor y la gratuidad de sus estudios las anotaciones que más abundan en su currículum. Pero hoy le pasaba algo. Y grave. Haciendo mío su sentir, me he acercado a ella, le he preguntado, le he ofrecido mi apoyo. No reaccionaba; no salía de su ensimismamiento. De pronto se ha decidido a contestarme y, mirándome a los ojos con lágrimas, ha compartido la causa de su dolor inmenso: ha suspendido el carné de conducir. Máxima desesperación.