Jesús Fuero

TERCERA SALIDA

Jesús Fuero


Los muertos no hablan

14/09/2020

El mundo entero está en crisis, es lo que nos dicen en las teletrinas. Y nosotros, ciudadanos del mundo, vivimos otra realidad. Todos estamos hartos de ponernos la dichosa mascarilla, y aun así no logramos divisar el fin de tanto sufrimiento, que muchos conocidos se han muerto y ni siquiera los pudimos acompañar cuando el dolor era reciente. Los del ego subido lanzaron boutades y se pusieron estupendos, «hemos derrotado al virus» cuando la mayoría de los sanitarios que han luchado en el frente de batalla permanecen mudos, acaso porque no les dejan hablar o por desconectar de la locura de su día a día en el hospital. Nos roban los muertos y la agonía por la que han pasado los enfermos. Mudos parecían mis abuelos cuando les preguntaba por el frente de la guerra civil en que habían combatido. La memoria civil quiere que los desmemoriados de hoy recuerden los nombres de ayer, mientras los muertos de 2020 hoy solo son cifras aritméticas que no evocan a nadie, faltas de emoción, de historias y agonías personales. «Los muertos han sido escamoteados con limpieza de virtuoso carterista», decía G. Albiac.
En esta pandemia nos hemos jugado, y seguimos jugándonos la vida todos los días, porque no sabemos que cara tiene la muerte, ni quien lleva la guadaña que nos haría caer en el olvido peor que existe, el de morir solos y desamparados. La muerte es evitable a veces, lo es cuando tiene rostro y se tienen los ojos abiertos, cuando se le ve venir y se está a tiempo de escapar, cuando alguien si los cerramos inconscientemente vela por nosotros como veló nuestra madre en la niñez, como esas abuelas que la sustituían cuando el cansancio agotaba a la madre más generosa del mundo. Insisto en recordar que nos sentimos desamparados, y eso que dicen que tenemos una de las mejores coberturas sanitarias del mundo. A la vuelta de vacaciones esa pelota que nadie quiere ha caído en el tejado de las autonomías, y bajará por el canalón, y como en los bolos no sabemos a quién derribará cuando llegue a la pista en la que el que la lanza juega mientras los demás nos jugamos la vida.
 Todos sufrimos el desamparo, la incertidumbre de no saber los pasos se van a dar para acabar de una vez con esa duda y sospecha que tenemos todos, sobre lo que se va a hacer para atajar definitivamente esta situación de ahogo físico y de otro ahogo innombrable, ante la impotencia de vivir la incertidumbre del día a día, que para muchos se traduce en un ahogo económico, por no poder trabajar o por haber perdido el empleo. Ahogo sobrevenido será el de ver menguado el sueldo y la cuenta del banco, gracias a unos recortes que podían haber sido mucho menores. Se han recortado los espacios de libertad al tiempo que hemos tenido que aumentar las distancias con vecinos y seres queridos. El elemento social, esa parte que caracteriza al grupo humano, y la atracción humana que se vive en las cortas distancias son la base de la supervivencia, y nos niegan el abrazo, la cercanía, esa caricia tan necesaria para la salud del hombre. Cuando los jóvenes hacen botellón, van a una discoteca, al gimnasio, o a un campamento de verano no sólo es para divertirse, forma parte del ADN que los impulsa a acercarse a otros. Allí descubren su primer amor, ponen en evidencia que han cambiado, que se sienten más guapos y quieren experimentar esa cercanía en la que se valora su aceptación en un grupo determinado, o ven como algún amigo o desconocida les lanza esa mirada que invita a un acercamiento más profundo, y no me refiero al espiritual… ¿Acaso descubrir y dejarse descubrir por el otro no forma parte esencial de la vida humana? A los que ya tenemos hijos adolescentes no se nos debe olvidar que nosotros también fuimos así, a veces inconscientes e inmaduros, que cometimos muchos errores, y que aún nos queda mucho por aprender.
Rebelarse es bueno, manifestarse es bueno, y teóricamente se hace porque somos inconformistas y no nos gusta lo que sucede, aunque a veces no nos afecte en lo personal. Ahora hay muchas cosas que no nos gustan, empezando por el desgobierno, y no nos ha de extrañar que no nos dejen manifestarnos, a no ser que sea contra algo que a ellos no les afecte. Los muertos no hablan.