Todos los augurios se materializaron el pasado martes en la noticia que ningún periodista de Cuenca que se precie quiere contar: la Semana Santa suspendía sus procesiones en 2021. Era un secreto a voces, pero ningún conquense se conformaba a que había un alto porcentaje que las imágenes y los cofrades se quedaran, un año más - y ya dos- bajo techo. La Junta de Cofradías reunió a su junta de diputación, donde tienen representantes las 33 cofradías, y tomó la difícil decisión. La suspensión de las procesiones es dolorosísima, pero es coherente con el momento que estamos atravesando. Aunque mejore la situación epidemiológica, en el mes de marzo, el Covid-19 aún estará entre nosotros y es tiempo de continuar con la prevención para que no haya una cuarta oleada que dé al traste con todas las ilusiones de recuperar nuestro estilo de vida o, al menos, poder disfrutar de una nueva normalidad.
Ahora, la llama de la Semana Santa debe permanecer intacta en el seno de cada uno de los cofrades que participan en sus actos, porque, aunque no haya procesiones, sí que habrá otros actos religiosos que conmemoran la muerte y resurrección de Jesús. Además, la Junta de Cofradías, encabezada por su presidente, Jorge Sánchez Albendea, consiguió que la Catedral albergue una exposición de arte religioso de ámbito nacional, lo que, a buen seguro, atraerá una buena cantidad de visitantes hasta la ciudad de las Casas Colgadas, siempre y cuando lo permitan las restricciones de movilidad que hoy están vigentes.
Y la suspensión de las procesiones no sólo pone en jaque al movimiento cofrade en sí, pone en riesgo la economía local, ya que tiene en la Semana Santa uno de los filones de ingresos ante la llegada de miles de visitantes durante esos días para presenciar las procesiones en un marco incomparable. Es el puente festivo por antonomasia que los empresarios de la ciudad, sobre todo, hosteleros, tienen marcado en el calendario como clave para conseguir que las cuentas de explotación de los negocios puedan acabar en verde al final del año. En 2020 ya se perdieron todos esos ingresos y en 2021 se perderá buena parte de ellos. Toca aguantar el tirón y esperar a que el ritmo de vacunación se acelere y la dichosa tercera oleada se diluya para que la realidad sea diferente. Ahora, las calles respiran un halo de tristeza extraño, con los bares y las cafeterías cerrados, unos establecimientos que aportan a la ciudad un rayo de alegría. Es triste ver la calle San Francisco desierta a la hora de las cañas o el casco histórico desierto, como si de una ciudad fantasma se tratara. Pero la situación sanitaria así lo exige, mientras que no se consiga doblegar la curva de contagios y los centros hospitalarios de la gran parte del país, incluido el de la Virgen de la Luz, tengan una presión al alza.
Ahora, cuando el horizonte a medio plazo se perfila grisáceo, es tiempo de ser optimistas y pensar ya en la Semana Santa de 2022, cuando las tallas de Luis Marco Pérez, de Coullaut-Valera o de José Capuz vuelvan a llenar el serpenteante trazado de Alfonso VIII con su majestuosidad, acompañados por miles de cofrades ataviados con sus coloridas túnicas de pasión. Entonces, seguro, que todos estos meses de pandemia comenzarán a disiparse en la memoria de todos y cada uno de los conquenses y se recordará estos años sin procesiones como unos de los peores que superó la ciudad.