Jesús Fuero

TERCERA SALIDA

Jesús Fuero


Articulo veraniego por adviento

17/12/2019

Al continuar con el artículo, con final ya escrito, he recordado algunas anécdotas del verano. Sea por Cervantes que me tiene algo fatigado, por los años que llevo investigando, o por no prestar atención a lo que me rodea me he perdido muchas cosas, algunas fútiles. He de reconocer que al encontrarme con un aliado, al que llamaré “Duque”, de hace más de veinte años en mis noches locas madrileñas, Duque me decía lo mucho que había trepado en su empresa, y el buen casoplón con chacha que tenía en un lujoso barrio de Madrid, y comprendí que apañado iba si le dejaba seguir. Por no ser menos, a Duque le endiñe mi último libro cervantino, y lo apabullé con algunos hallazgos, sabedor de que le importaban un pimiento, pues mi viejo camarada es muy filósofo: sólo le importa él y sus circunstancias, tanto lo debí atosigar que su acompañante se reía y al poco se fue dejándose el libro, pudiendo yo volver a acercarme a mis amigos de verdad, seguir con mis cosas, y disfrutando de las fiestas locales. Creo que el pedralbes de otra época de mi vida no me leerá. Él se lo pierde.
   Verano o Navidad son tiempos de encuentro, y cada cual los disfruta, los padece, o los descansa de las formas más variopintas. Uno tiene ganas de colaborar en algunas de las cosas que en el pueblo se hacen, de volverse solidario y compartir mesa y mantel en la caldereta que ofrece el ayuntamiento en la fiesta, o en la invitación de los quintos al día siguiente. Lo malo es que nos roban el tiempo, y el despeje de cabeza que a veces quisiéramos tener para poder dedicarnos a cosas más provechosas, de más enjundia; aunque, ¡qué buena esta la caldereta cuando la carrera de bicis termina!; o ¡una caldereta al terminar la fiesta de los gancheros junto al rio!; o ¡unas sardinitas a la plancha a las que te invita tu amigo por su cumpleaños que fue en marzo!, o ¡la paella para veinte del tío que como estaba en Levante no te pudo invitar antes!; o ¡la caldereta de las fiestas del pueblo de al lado que como van las joteras con el hijo de tu amigo a bailar te invitan!; o ¡la romería, que no sé qué manía tenemos que en vez de pedir milagros hacemos meriendas a la sombra de los pinos, ahítos de fritos, tortillas, y de gentío!; o ¡las abundantes ascuas cubiertas con forretes y chuletillas! Por estar junto a amigos o familiares se vive mejor que nunca. ¡Que buenas esas judías serranas bien reposadas que son excusa para hacer dieta, a las que se les hecha chorizo para disimular! Y claro que todo evento que se precie mínimamente debe ser acompañado con tintorro, gin-tonics, o lo que se tercie o tercio, y vale ya que ya estoy harto de recordar lo mucho que me he llenado. Como el puente pasado, en la fiesta de Mansiegona, en la que fui pregonero, ¡que buenas las gachas, y la panceta! Aunque las mañanas siempre han sido mías y de mi viejo maestro, Cervantes. No hay que ser ansiosos, ni llevarse mal con la insulina, ni con esa madre o suegra que en el pueblo te tiene siempre dispuesta la comida y la cena. 
Que duro es descansar, tener que madrugar para llegar a tiempo a la apertura del bar. Que durillo apurar la siesta hasta que las sombras comienzan a refrescar. Que duro que es darse un chapuzón cuando las sombras invaden la otra orilla del rio y los guijarros se clavan en los pies. 
Hoy (era por septiembre), en el café me he quedado más sólo que la una, cuando al llegar se me ha ocurrido contar mis experiencias cervantiles, o mejor, intentar poner al día de lo que estaba haciendo al primo de la mujer y a un amiguete manchego que se casó con una serrana, pero me he quedado compuesto y sin novia en un santiamén, y no sé si tomarlo como una prueba más de que en la Mancha no entienden al Quijote, o una prueba más de lo cansino que nos ponemos algunos con quehaceres que a pocos importan. Así que liberado en unos pocos segundos de toda conversación autocomplaciente, que yo tampoco escuchaba lo que me decían, pude leer dos artículos de un dominical que no había podido leer. Ya dejada la melancolía y las lecturas, llegó el dueño del negocio, también amiguete, y me increpo cordialmente, -¿Qué tal van las colmenas? –Las colmenas van bien, pero como no llueva la miel de otoño no la vamos a catar…