Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


El ángel de Natalia y Denisa

08/10/2020

Se ha muerto Adolfo, el ángel de Natalia y Denisa, uno de los hombres que más me enseñaron en la vida sin apenas abrir la boca. Era tímido y no se daba importancia, como hacen los grandes. Un lord inglés, un caballero de humor británico que mostraba su inteligencia a través de la mirada que filtraba por los cristales de sus gafas. Lo veía por las mañanas en la Fábrica de Armas, cuando llevaba a Denise al colegio. Su bufanda lo envolvía en un halo de bonhomía, que acompañaba siempre con la lectura de un libro. Era una estampa curiosa a primera hora del día. Un padre llevando a su niña en el carrito, porque Denise no podía moverse, mientras acompasaba su andar con los ojos clavados en unas páginas amarillas. Cuando te veía, alzaba la vista y regalaba una sonrisa de las que el mundo entero cabe en ella. Y es que Adolfo creó para sí y para quienes lo conocíamos un universo entero, de los buenos, único y verdadero, un reino donde mandaba la bondad y ordenaba la sabiduría. Por eso Adolfo se dio a Natalia y Denise, dos niñas con discapacidad que adoptó con su media naranja, su media vida, su alegría de vivir, otro gigante envuelto en piel de mujer con quien construyó el edificio más hermoso que un hombre puede levantar, el amor desbordado y elegante, la entrega máxima, la simbiosis perfecta... Adolfo y Natalia se entregaron a sus dos hijas que no nacieron de su vientre, sino que germinaron de su corazón. Y así se escribe el mundo, los renglones más bellos, la sinfonía más acabada, la música del alma que permanece en el tiempo aunque no salga en los telediarios.
Adolfo padeció un cáncer que se le aceleró en los últimos meses. Contrajo además el maldito bicho que terminó días antes con su vida. Se ha roto el tronco que fue tan fértil, hendido por el rayo inesperado con el que nunca nadie cuenta. Y tan pronto, tan desgraciadamente pronto, tan tremendamente injusto. Aprendí de él que hay que ser lo suficientemente inteligente y humilde no para amar, sino para ser amado y dejarse amar sin condiciones.
Un abrazo de Natalia o Denise valía los tesoros del mundo, el potosí de la plata, la vida entera por descubrir. Tenían una vida fácil y decidieron complicársela sin más, porque encontraron el verdadero sentido, el auténtico camino, derramarse, desprenderse, volcarse. Y lo hicieron con todo el amor del mundo, con la mayor grandeza que alberga el alma humana. Ama y haz lo que quieras, San Agustín. Ya pudiera tener todos los tesoros del mundo, que si no tengo amor soy como campana que resuena o címbalo que retiñe, San Pablo. Ama, entrégate, desgástate, deja las suelas de tus zapatos y coge sobre tus hombros a quien te necesita, Adolfo y Natalia.
Un cura me contó un día la historia de un hombre que murió y al subir al cielo, contempló su vida en forma de pasos sobre la arena de una playa. Durante toda su existencia, iba acompañado de otras pisadas que curiosamente se borraban en los peores momentos que pasó. Al preguntar qué sucedía, Dios le explicó que era Él quien lo seguía en la arena. Inquiriendo por qué en los momentos duros lo dejó solo, sin sus pisadas al lado, Dios le dijo: «No eran tus pisadas; eran las mías, que soportaban las tuyas». Siempre hay alguien que tira.
La vida se trunca y nadie sabe ni comprende por qué. Natalia sacará fuerzas del corazón y la inteligencia para evocar a Adolfo cada día, que seguirá creciendo dentro de ella. Y su amor puro, el que Adolfo entregó a sus hijas sin miramientos, reverdecerá en el abrazo que cada mañana den a su madre antes de marchar al cole. Gracias, Adolfo.