Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


La 'peor' cantante del mundo

29/03/2022

Con es título que encabeza este texto se representaba, hace ya un buen puñado de años, una obra de teatro a la que asistí. Confieso que en aquel momento yo ignoraba que aquella comedia, más que basada en hechos reales, trasladaba hasta el espectador lo realmente acontecido. Reconozco que fue así como caí en la cuenta de la existencia de Florence Foster Jenkins, la que parece haber pasado a la historia de la lírica como la cantante con las más ínfimas cualidades musicales y el mayor atrevimiento posible ya que llegó a actuar en lugares en los que nunca lo consiguió, ni posiblemente tampoco lo puedan lograr jamás, cantantes con unas mayores e incuestionables condiciones. No es cuestión, o al menos yo no lo pretendo, abordar aquí, ni tan siquiera de manera sucinta, los pormenores de su vida, de su formación musical, de sus fracasos artísticos o de aquellos otros de marcado carácter personal que influyeron en el devenir de los acontecimientos. Inabarcables son las fuentes con las que ahora mismo cuenta cualquiera, incluidas las cinematográficas, para iniciarse e incluso adentrarse en un personaje que, queriéndolo o no ella misma, ya será recordado por siempre jamás. Así, las películas Madame Marguerite y Florence Foster Jenkins, ambas de 2015, al igual que La historia de Florence Foster Jenkins, de 2016, tratan de esta singular anomalía, dicho sea con el mayor de los respetos, de la naturaleza humana que llegó a llenar teatros a pesar de contar con una más que cuestionable técnica vocal, un deplorable oído musical o unas destrezas artísticas, en general, que no le granjearon sino la mofa, el escarnio y el descrédito públicos. Quienes saben de su existencia son conscientes de que cuando uno toma contacto, por primera vez, con ese peculiar fenómeno de masas de la primera parte del siglo XX que fue Florence, lo primero que hace es quedarse ojiplático al constatar que la realidad vivida no fue fruto de la formación o instrucción musical recibida, precisamente, sino de una amalgama de situaciones y cuestiones que, aunadas, produjeron esas sorprendentes vivencias. No abonaré la creencia, ridícula a mi juicio y alentada por muchos, de que el dinero permite que se consiga lo que no está al alcance de aquellos que carecen de genialidad. Cierto es en algunas ocasiones, no lo cuestionaré, pero no por tener todo aquel que nuestra cantante podía ansiar para actuar en un gran teatro de la época —lo hizo en el Carnegie Holl, de Nueva York, en 1944—, conseguiría ser reconocida, valorada e idolatrada por uno solo de sus seguidores pues carecía de esos dones necesarios, no para llegar a un sitio, sino sobre todo para mantenerse en él. Sin embargo, sí llaman la atención las faltas de sensibilidad, de decoro, de respeto con que fue tratada alguien que, sin embargo, parece haber escatimado en esfuerzos de todo tipo para intentar conseguir, no con éxito precisamente, su objetivo. Aplaudo el amor que sintió por la música, así como el tesón a raudales derrochado en aras de conseguir su objetivo… aunque todo apunta a que, al no tener dos dedos de frente y, encima, haberse dejado aconsejar y acompañar no precisamente por las personas más adecuadas, lejos de ser reconocido su esfuerzo, se vio casi literalmente expulsada de ese mundo que tanto amó y por el que tanto luchó. La ignorancia es en muchas ocasiones subsanable; la crueldad casi nunca. El iletrado puede llegar a dejar de serlo; el malvado nunca lo pretende y menos aún lo consigue.