Personajes con historia - Diego Rodríguez

El desconocido, valiente y malogrado hijo del Cid


Antonio Pérez Henares - 23/05/2022

Aunque tras las nuevas pautas y disparates contra la Historia de España y su enseñanza a las generaciones, de aquí a poco, nadie sabrá ni siquiera cómo se llamaba el Cid, hoy el personal aún alcanza a decir que Rodrigo y hasta que era de Vivar. También que su mujer se llamaba Jimena, pero en cuanto entramos en sus hijos la cosa se complica mucho.

Muchos no dudarán en decir que tuvo dos hijas, que es verdad, pero al mentarlas, serán muchos los que las nombrarán como Doña Elvira y Doña Sol. Pero no era así. El Cantar es lo que tiene, su fuerza tremenda ha consolidado los nombres que se inventó el juglar. Sin embargo, sus verdaderos nombres no fueron esos y ni sus maridos los pérfidos infantes de Carrión. La una se llamó María, que se casó con el infante navarro Ramiro, y cuyo hijo, García Ramírez, fue rey de Navarra, restaurador de la dinastía y abuelo de Sancho VII el Fuerte, el gigantón de las Navas. La otra, Cristina, contrajo matrimonio con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III, tuvo una hija que fue condesa de Besalu y murió joven sin descendencia masculina.

Eso ya se conoce menos. Pero aún peor fue lo del hijo. Pues Rodrigo sí lo tuvo. Un varón que fue la alegría y la gran tragedia de su padre, pues falleció antes que él. Diego se llamó y fue un valiente y esforzado guerrero que llegó a luchar al lado de su padre y que en combate y en plena juventud vino a morir, para aflicción del gran adalid cristiano y de su madre Jimena. Muy poco sabemos de él, aunque es justo reconocer que en los últimos años, tanto en su Burgos natal, así como en el solar paterno de Vivar y en la ciudad y castillo de Consuegra (Toledo), donde sucumbió, se ha comenzado a rescatar del olvido.

Los molinos de Consuegra (Toledo)Los molinos de Consuegra (Toledo)Sabemos que vino a nacer allá por el año 1075 y que sus padres estaban por aquella fecha en la ciudad castellana, así que es lógico atribuirle allí su llegada al mundo.

El Cantar no habla de él. La historia, aunque poco, se conoce algo más con Gonzalo Martínez Díaz (El Cid histórico). Por ella puede asegurarse que estuvo ya al lado de su primogénito en la peripecia del segundo destierro y cabalgó a su lado en toda la ofensiva en el Levante, que acabó por apoderarse de la ciudad de Valencia y convertirse en señor de todo su alfoz. 

Fue tras aquella conquista cuando las desavenencias con el Rey Alfonso VI se diluyeron, se levantó el castigo y comenzó un cierta colaboración.

Las fronteras castellanas estaban siendo atacadas cada año por los poderosos ejércitos almorávides, ahora al mando del muy capaz emir y general Ben Tasufin. Su obsesión era recuperar Toledo, algo que a la postre y por la tenaz resistencia del capitán general de aquellas fronteras de Alfonso VI, Álvar Fáñez, primo hermano o hermanastro incluso de Rodrigo, y por tanto pariente de Diego, no pudo conseguir.

Pero los almorávides, excepto en los ataques al de Vivar, triunfaron en reiteradas batallas contra los castellanos, Sagrajas primero, Consuegra después y finalmente la gran matanza de Uclés. Fue en Consuegra, en agosto de 1097, cumplidos ya los 22 años, cuando Diego pereció. Una muerte heroica y una espina más en el costado de su padre, pues fue el peor enemigo de éste, el conde García Ordóñez, a quien se achacó buena responsabilidad en ella al no haber protegido, como hubiera debido, el flanco de la mesnada cidiana, que en aquel infausto día Rodrigo había dejado al mando de su hijo, quedando él guardando Valencia. 

Las curtidas tropas de Rodrigo habían acudido con Diego en cabeza a ayudar al Rey Alfonso que se aprestaba a combatir a los fanáticos africanos de negros turbantes e interceptarlos en las proximidades de Consuegra, cuyo poderoso castillo les ofrecía, además, protección si las cosas venían mal dadas, como así sucedió.

Un ejército musulmán superior

El emir Yusuf ibn Tasufin supo frenar el embate de la caballería pesada castellana y envolverla con sus rápidos jinetes del desierto, acabando por obtener un incuestionable triunfo y volviéndose a repetir la situación de Sagrajas el año anterior, cuando se produjo el primer encuentro campal. Alfonso, muy confiado en su victoria, había levantado el cerco al que tenía sometido a Zaragoza tras haber tomado Toledo el año anterior y se lanzó contra las tropas que, tras desembarcar en Algeciras, habían ido subiendo península arriba. Tanto en aquella batalla como en ésta de Consuegra el Ejército musulmán se mostró superior en táctica y capacidad y las bajas cristianas fueron muchas y dolorosas.

Tasufin envió por delante hacia Toledo a su general Mahammed ben al-Hach y en apoyo de Alfonso llegó la poderosa caballería de Álvar Fáñez, donde formaban los temibles pardos, que antes de llegar habían sufrido ya una emboscada en la cercanía de Cuenca que les causó bastantes bajas. Diego, para gran alegría del Rey Alfonso, aterrizó prestamente en dicha cita, y la llegada de tan reconocidas tropas acabó aumentando la moral del campo cristiano.

La noche anterior, ya todos en el campamento del castillo, el veterano Fáñez reiteró una y otra vez a los capitanes presentes, en particular al conde Ordóñez, que iba a combatir pegado al joven, que cuidara de flanquearlo y que se ayudaran mutuamente en aquel ala para no consentir que los disgregaran y envolvieran. 

Para el orden de batalla, Alfonso colocó a su lado a Álvar Fáñez y a su más leal y viejo amigo, el conde Pero Ansurez, quien le había acompañado a su exilio tolenbado tras su derrota a manos de su hermano Sancho II y fundador de Valladolid.

En otro costado se desplegaron las tropas cidianas, las mejor armadas, y con la orden expresa a Ordóñez y su caballería de que le proteja ante cualquier contingencia.

García Ordónez era declarado enemigo del Cid desde que este, estando las parias en Sevilla, al rey Almomatid fue atacado por el otro que las estaba cobrando al de Granada, Abdalá, y se lanzaron contra el sevillano despreciando a Rodrigo. Grave error, Ordóñez acabó derrotado, preso y al que Rodrigo segó con su espada un mechón de su barba. Un agravio que por más que luego generosamente lo liberó, el magnate no perdonaría jamás. No faltan, pues, que con tales antecedentes, lo que sucedió en Consuegra no tuviera que ver con una miserable venganza en el hijo al no poder cobrársela en el padre. Desde luego, el transcurso de la contienda hace pensar que algo de ello pudo haber y, desde luego, Fáñez no dudó en reprochárselo amargamente después.

La infantería cristiana marchó de inicio contra la almorávide apoyada por los contingentes de caballería. Consiguieron romper los haces almohades pero, en un momento, su impulso se detuvo y entonces las reservas de jinetes de Tasufin los envolvieron. Alfonso mandó la retirada ordenada hacia el castillo. Por el lado izquierdo, el Rey, con Fáñez y Ansúrez, apoyándose los unos en los otros, lo hicieron sin demasiadas bajas y en orden. Pero en el otro flanco, el derecho, Ordóñez, sin atender a la situación de Diego y su mesnada, se dio a la fuga buscando tan solo salvarse él. Diego Rodríguez, rodeado por sus hombres y cercados por todas las tropas almorávides, lucharon hasta la extenuación, pero a la postre las masas enemigas vencieron la resistencia y acabaron dándole muerte junto a los más fieles, que aguantaron con él hasta el final.

Los supervivientes se congregaron al lado de Alfonso VI primero en la ciudad y, viendo que era indefendible, se retiraron como último recurso al castillo. Tasufin, sabiendo al Rey dentro, le puso cerco e intentó su asalto. 

Ocho días duró el sitio y los asaltos. Sin agua y apenas sin comida, los centenares que quedaban se defendieron con tal desesperación y consiguieron rechazar las acometidas una y otra vez y preservar el poderoso bastión en lo alto del cerro. Las bajas almorávides fueron tan cuantiosas y, comprobado el emir que no conseguían abrir brecha y temiendo además que aparecieran refuerzos, decidió curarse en salud y conformase con el triunfo obtenido, por lo que ordenó retornar hacia Al-Ándalus, donde a su llegada celebró una gran victoria.

Las malas noticias

En el campo cristiano, tras el alivio por haber logrado escapar del cepo musulmán, todo era tristeza y rabia en el caso de Fáñez, que no se guardó de acusar a Ordóñez de haber causado la muerte del hijo de su pariente y amigo. En Valencia, al llegar la mala nueva, la desolación se apoderó del Cid, pues perdía su único hijo varón, su heredero, en plena flor de su juventud y el final de sus sueños de crear un linaje que continuara en los tiempos. Para Rodrigo fue sin duda el golpe más demoledor de toda su vida. Años después, y muerto Rodrigo, lo mismo le sucedería al Rey Alfonso, que vería morir tras la derrota de Ucles, a su también único hijo varón, el Infante Sancho, al que esta vez García Ordóñez sí protegió infructuosamente dando su vida por él junto a los muros de Belinchon, quedando la Corona sin heredero. Sería la hija mayor, Doña Urraca, quien subiría al trono después.

 Desde el año 1997, los habitantes de Consuegra llevaban a cabo una muy lucida y cuidada representación de la batalla, que esperemos que este próximo 15 de agosto pueda volverse a celebrar.