Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Esperpento

10/01/2021

En una de sus manos porta un megáfono y en la otra, una pica, con una puya de metal afilada en su extremo y en medio una empuñadura de pelo y cuero, a la que se ha atado con varias bridas una bandera de Estados Unidos. Más que una enseña parece un arma, una lanza de alguna de las tribus que poblaron el territorio americano. Su imagen intimida al mismo tiempo que roza el esperpento. Lleva guantes, pero va a pecho descubierto para exhibir la tinta de los tatuajes tribales que han marcado su piel. El gorro de bisonte, de imponentes cuernos, su rostro y su verborrea se han convertido para algunos en los símbolos de una revolución que no acepta los resultados electorales y lanza teorías conspiranoicas, como que se contabilizaron votos de personas muertas hace dos décadas o que los demócratas, junto a una buena parte del mundo del espectáculo y la cultura norteamericana, protegen una red mundial de tráfico de menores y pedofilia. ¿Quién da más?   
Jack Angeli, conocido como Yellowstone Wolf y una de las caras más visibles del movimiento Q-Anon, junto a un nutrido grupo de seguidores radicales de Donald Trump se agolpan en las puertas del Capitolio, presionando cada vez más a unas fuerzas de seguridad que están al límite por la falta de efectivos y la permisividad y connivencia de algunos de los agentes. Trump acaba de instigar a sus hordas para que asalten el Capitolio, al no reconocer una vez más los resultados de los comicios del 3 de noviembre, tildarlos de fraude y tratar de evitar que el Congreso valide el triunfo de Biden, pese a que el centenar de las demandas judiciales presentadas por el líder republicano por presuntas irregularidades en el recuento de votos se ha quedado en nada.
La tensión es máxima y el grupo que rodea el Capitolio cada vez es más nutrido, pasando de cientos a miles en muy poco tiempo. De las proclamas y los gritos, pronto se llega a las avalanchas contra las vallas de seguridad, se rompe el cordón policial y muchos aprovechan para provocar que el hueco se haga cada vez más grande. La situación está descontrolada y 534 legisladores son evacuados a un sótano blindado mientras los disparos y las agresiones se suceden.
En uno de los pasillos, los manifestantes consiguen romper un cristal lateral por el que tratan de colarse. Al otro lado, un policía apunta con su arma. Ashli Babbit, veterana exmilitar que desarrolló su carrera durante 14 años en el Ejército, trata de saltar al interior, pero, sin que nadie lo espere, es abatida. Babbit fue una de las cinco víctimas mortales del asalto, uno de los momentos más negros de la Historia de EEUU y, por ende, de una democracia que emana de la voluntad popular.
Los hechos, acaecidos el pasado miércoles, son la consecuencia de la estrategia de un Trump que no ha dejado desde la misma noche electoral de lanzar acusaciones sobre un pucherazo, echando cada día más leña al fuego, empujando a las calles de un país dividido a sus acérrimos correligionarios.
Horas después de la invasión del edificio que alberga las dos Cámaras de representantes de EEUU, se validaba el triunfo de Biden y su oponente, con sus cuentas en las redes sociales bloqueadas desde donde no ha parado de dejar la llama de su conspiración siempre encendida, asumía el fin de su mandato y aceptaba la puesta en marcha de una «transición ordenada».
La cascada de dimisiones en el Gabinete del republicano no se hicieron esperar pero, sin embargo, la mitad de sus votantes respaldaba la violenta irrupción en el Capitolio, entre los que se encuentran aquellas sectas como Q-Anon, que defienden delirantes teorías de la extrema derecha más friki y radical y que ya tienen un representante en el Congreso. Las horas más surrealistas de la democracia norteamericana generan estupor, con unos protagonistas que no representaban el espíritu y las señas de identidad de una población estadounidense multicultural, sino que retrotraen a las épocas y a las tradiciones más enraizadas de la América profunda.
Muchos hoy se siguen haciendo preguntas sobre lo acaecido. No entienden cómo un lugar tan supuestamente controlado, que es considerado como un auténtico búnker, pudiera ser asaltado por una multitud que consiguió superar fácilmente todas las medidas de seguridad, llegando incluso a la tribuna ataviados con banderas norteñas o entrando en el despacho de Nancy Pelosi sin problema alguno, dejándo un amenazante mensaje en su mesa: «No nos rendiremos». 
Gracias al vilipendiado periodismo, cuyos profesionales sufrieron la ira de los asaltantes al grito de fake news, se ha podido conocer de primera mano unos hechos que capitaneó el excéntrico Yellowstone Wolf y de cómo el caos se apoderó por momentos de un país que vive instalado en la confrontación ideológica y las tensiones raciales. Este episodio constata que la democracia está más viva que nunca, que nadie puede imponer sus ideas a través de la violencia, a la vez que alerta del peligro de los populismos, capaces de sacar en cualquier rincón del planeta la cara más inquietante del ser humano.