Miguel Romero

Miguel Romero


Cantó el mirlo en su recuerdo

30/04/2021

El templete del parque de San Julián se ha hecho eco y un mirlo que buscaba su espacio se puso esta mañana a cantar. Me impacto su sonata porque advertía de algo trágico que ocurría mientras sus gorjeos se hacían interminables para despedir a un "buen hombre", generoso, inteligente, hábil y sencillo. Grande de las letras, a las que mimó desde su voz y pluma: en la radio donde hizo profesión, en los medios virtuales a los que llegó, entre páginas de papel verjurado o rasgando cada folio de ese blanco puro que siempre llenó de poemas e historias de desván. Libros y libros en su casa de San Pedro; libros y libros en su casa madrileña; libros y libros en cada viaje, en cada rincón de su vida, al lado, junto a la chimenea, en la cama...

¡Adiós Enrique¡, de claro apellido: Domínguez por su padre, luchador en ese cuerpo benemérito y Millán, por su madre, mujerona de talante y talento. Ese mismo escritor que hizo al lado de Carlos de la Rica, brillar el verso cuando Real Academia fundaban; el mismo que me acunó en mis primeros balbuceos literarios, cuando siendo un muchacho recurrí a él para aprender de sus muchas bondades. Me prologó libros y me introdujo sesiones, en todo ámbito al que le llamaba: en Valverde de Júcar donde hice jornadas, en Cañete preludiando las Alvaradas, en Iniesta al tiempo de Enrique, el de Villena, en Sisante cuando hablamos del judío errante, y así, tantas y tantas veces compartidas, entre libros cuando alternábamos vicepresidencia en esa Asociación de Escritores Castellano-Manchegos, donde él era un "brujo encantador de palabras". De él aprendí de todo, me enseño a ser sencillo, colocando la humildad como bandera y cuando el Taller de Amigas de la Lectura le nombraba Glauka en el 2019, me sentí premiado a la vez, por ver su rostro ennoblecido y risueño, tan agradecido de su Cuenca, la que poco le dio cuando él le dio tanto.

Hace un año y medio, me escribía el prólogo de mi primer volumen de esa Breve Historia de Cuenca y hablaba de mí como si fuera uno de sus hijos, con cariño y desdén, con delicadeza y amor, sintiendo ese espíritu que definió hace ya más de catorce años en sus "Cantos de Soledad", dedicado a su esposa, a la que tanto amó y a la que tanto ha echado en falta, año tras año: Acacia Uceta.

Él nos decía: "...siempre he buscado hacer una poesía clara, sencilla, que pueda ser entendida sin grandes dificultades por el lector. Esto sin olvidar, naturalmente, el cuidado del lenguaje, de la expresión, del estilo. Y siempre he creído también que la poesía tiene que decir algo: no la concibo sin mensaje. Creo que todos tenemos la necesidad de expresarnos con un mensaje a los demás".

Recuerdo siempre su amor intenso a Cuenca. La llevaba "chutada" en sus venas y clamaba al cielo cuando alguien rasgaba la vestiduras del Nazareno. Era católico y sentía la Pasión. Pregonó la Semana Santa y escribió para ella con trazo recto. Aquel poemario a Cuenca llamado "Barrio Alto" o "sinfonía marítima" con serigrafías del recordado Moset y que tuve la fortuna yo de presentarles en Madrid. En todos dejó su sello y le premiaron, le dieron reconocimientos nacionales como el Ondas y el Antena de Oro, pero aun ganando el ciudad de Cuenca de poesía y el Tormo de Oro, faltaba que su ciudad le hiciera un bello verso, un claro reconocimiento a su amor y causa, tal vez ahora, a pesar de que él siempre lo deseó en clave de vida porque bien lo mereció, sin duda alguna.

Por eso, yo, amigo y alumno, "uno de sus hijos literarios" le recordaré siempre y le querré eternamente porque su alma, inmensa y libre, llenó la de cada uno de los que a su lado "bailábamos con las letras", haciendo girar el torbellino de su talento y tal cual le cantara su esposa y musa, Acacia, le canto yo, haciendo mío aquellos versos de la gran poeta:

Estás latente en mí, latente y vivo,/irremediablemente prisionero,/ girando por mi pulso y mi contorno, /cautivo de mi esencia y de mi cuerpo.

Sean pues, estas palabras, mi recuerdo, mi condolencia. Una gran pérdida de cuerpo, pero no de alma, porque seguirá en la Tierra, al lado de todos los que le queríamos, junto a sus hijos, especialmente a su hija y nieta, del mismo nombre de su esposa, a la que tanto quiso y con quién tanto aprendió y disfrutó, y yo, discípulo eterno, amigo y soñador de sus sueños e ilusiones, me despido diciendo lo mismo que él dijo en su soneto contra la prisa:

Manda tu luz, Señor, a mi albedrío/ y déjame varado en la cuneta/junto a la flor, el trino y la sonrisa.

Descansa en paz, amigo y maestro.