Ya, ya sé que pensar que, tras la pandemia, la realidad, o nueva normalidad, será mejor que lo anterior, puede parecer una ingenuidad suprema. Un deseo más que una realidad posible. Lo probable es que todo vaya a peor. No sé si los responsables del cuadro del ‘Entierro del señor de Orgaz’ (antes Conde), habrán descubierto que la masificación anterior para la contemplación del cuadro era un absurdo absoluto. Que solo servía para hacer caja. A no ser que de eso se tratara. Nadie salía de la pequeña antesala abarrotada, y con cada guía contando su historia, ni más culto, ni más religioso, ni más entusiasmado por el arte de una época, ni más emocionado con la ciudad. Como máximo, saldría sudando, si era verano, o buscando aire, si era invierno. De la primavera y del otoño no hablo, porque ya se sabe que en Toledo son estaciones estrafalarias. Pero este, el de la masificación insostenible del turismo, es solo un ejemplo que ha proliferado en los últimos años en Toledo y que tanto enorgullecía a los responsables de la ciudad. A bares y restaurantes, sobre todo.
La Covid 19, ahora, impone medidas de distanciamiento y ausencia de aglomeraciones. Y bien pudiera ser la oportunidad, surgida de la desgracia, para plantear nuevas maneras de afrontar el turismo en la ciudad; de tecnificar las visitas para evitar masificaciones insoportables; de ampliar ofertas de otros lugares y otros espacios; para superar el anecdotario en la explicación del patrimonio y para trasmitir el mensaje de una ciudad única y merecedora de la visita. A poco que se busque un diseño distinto y de largo plazo para la ciudad pueden distinguirse cuatro polos de atracción. La catedral y su entorno; el Alcázar con el museo del ejército, museo de Santa Cruz (cuando lo sea), la exposición Polo, más la judería. A ellos habría que incorporar, previo rescate, los vestigios romanos y visigodos. Cuatro unidades que podrían canalizar el turismo sin aglomeraciones. Claro, que para que esto fuera posible, serían precisas inversiones que nunca se han hecho.
Se ha elegido lo fácil frente a lo programado; la cantidad frente a la calidad; el consumo del rebaño, frente a la cultura y aventura. Una distribución semejante permitiría ordenar el flujo de grupos, con guías interconectados para poder elegir las rutas más despejadas. La nueva normalidad alumbraría así una normalidad distinta a la que nos habíamos acostumbrado en los años recientes