Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


De fuegos y calores

27/07/2022

España ha ardido estos días por casi todos sus costados, desde Zamora a Tenerife. Pendientes ahora de Ruidera, Humanes, Almadén... En Europa prende la mecha en lugares insospechados. Los británicos, a los que les resulta tan extraño el aire acondicionado como a nosotros tener una pala en casa para quitar la nieve de la puerta como hacen los nórdicos, no soportan unas temperaturas insólitas por esos lares. «El cambio climático mata», dice Pedro Sánchez proclamando una obviedad que, sin embargo, en su boca resulta como tirar un balón fuera, a la grada más estratosférica, mientras se fotografía con un bosque calcinado de fondo. En Madrid muere un operario de la limpieza en un golpe de calor y volvemos a hablar del cambio climático y no de la mejor organización de un servicio municipal hace años externalizado. No dependía directamente del Ayuntamiento, dice el alcalde. Balones al graderío.
El asunto mollar es qué hacemos con el cambio climático, que es un problema mundial y acojonante, aunque algunos lo nieguen, pero también qué hacemos con nuestros montes. Aseguran los que viven en zonas de alto valor forestal que desde que el viejo ICONA murió en favor de la gestión autonómica los montes están más sucios, no se limpian. La máxima está clara: Los incendios se previenen en invierno, al menos en gran medida. La prueba es que en un país como el nuestro, bien dotado de medios técnicos para la extinción de incendios y con un contingente militar creado para actuar en estas tragedias, las llamas devoran en veranos como este de olas de calor sucesivas miles de hectáreas. Políticamente resulta muy rentable la imagen de los aviones cargando agua  en pantanos y descargándola espectacularmente desde el cielo hacia el brutal incendio. Los expertos, en cambio, sostienen que este tipo de medidas tienen una efectividad limitada, aunque son efectistas. Más que extinguir hay que prevenir. Limpieza de bosques, practicas ganaderas tradicionales, aprovechamiento de los residuos forestales, talas controladas de arbolado sobre todo en zonas próximas a lugares habitados, creación de cortafuegos. Todo un mundo por conquistar o reconquistar que ahora se nos presenta como un camino sembrado de incertidumbres. Nuestros dirigentes nos dirán que hay que reflexionar y tomar medidas una vez que pase el verano. Posiblemente hasta la próxima tragedia. Mientras tanto, el cambio climático, tan cierto como recurrente para solventar la emergencia, volverá a ser el comodín perfecto que lo mismo sirve para explicar un incendio que la muerte de un empleado de la limpieza.
Y  lo cierto es que, como el cambio climático, los incendios forestales son un problema político a tener en cuenta de forma prioritaria. Los intereses partidistas y las excesivas rigideces autonómicas dificultan su solución en nuestro país habiendo, como hay, un consenso técnico sobre qué es lo que se debe hacer, y la solución en este caso no pasa por invertir en más aviones sino en una gestión inteligente de los entornos rurales. Lo que antes se hacía de una forma natural con prácticas ganaderas y agrícolas que han ido desapareciendo se debe implementar ahora con medidas de tipo legislativo y movilización de recursos humanos. Nunca nadie se va a llevar una medalla por evitar un incendio, pero las próximas generaciones lo agradecerán eternamente.
Hace ya diecisiete años el pavoroso incendio de Guadalajara que acabó con la vida de once personas y se llevó por delante cerca de trece mil hectáreas del Alto Tajo, tuvo como consecuencia positiva la creación de la UME o la prohibición de las barbacoas en exteriores, también que Castilla-La Mancha se colocará a la cabeza en cuestión de prevención de incendios.  Hoy el problema adquiere dimensiones nacionales, europeas y mundiales. La solución se debe ventilar en esos ámbitos sin tirar balones fuera. En primer lugar a nivel nacional, poniendo en marcha aquello de la cogobernanza. La gestión forestal es un problema que urge y que enlaza finalmente con asuntos tan acuciantes como los de la despoblación. Del bosque nace el libro y el violín, algo que no deberíamos perder de vista en la era digital. Del bosque también sale la madera de nuestros muebles y la biomasa que produce energía. Todo  mucho más provechoso que ser combustible para las llamas que terminan calcinando nuestro territorio verano tras verano. Se trata de crear vida o provocar muerte y destrucción.