Jesús Fuero

TERCERA SALIDA

Jesús Fuero


Tras la crisis sale un libro

28/04/2020

Tras la crisis que nos ha dejado el corona virus una cosa tendríamos que haber aprendido, al menos una, que yo espero que la mayoría salgamos alfabetizados y expertos bachilleres que comprendamos lo que ha hecho Pedro en una casa que no es suya más que nuestra. Ahora que ya pasado el tiempo de hacer tiempo, y hemos tenido tiempo de leer el nuevo libro de Las medias verdades, ese de las medias tintas, que las hay rojas, azules y negras, no nos quedemos con la negra, que es la que los extranjeros escriben de nosotros, y también forasteros independentistas que no se sienten españoles, aunque chupen de la sangre roja de sus ciudadanos o de la azul que se siente orgullosa de su historia, si no la grande y libre, si la del imperio de Carlos V o Felipe II, aunque también los hubo afrancesados, o lo que es peor «amigos de franchutes» cuando no convenía. No quiero ir a hablar al cura de don Pedro, porque sé que se sofocará si tuviera que confesarme que Pedrito dejó sus estudios de eclesiástico sin haber entrado en capilla, y por lo mismo tampoco acabo sus estudios de moroño, para no tener que dar la cara por la tesis que hizo una tesitutora el otro día. No sé si os acordáis, que cuando vino de hacerse las cejas y del peluquero, se puso guapo, se dio unte, para le dieran la capellanía, el altar y una cofradía, todo en un mismo día, ¡cualquiera de la cofradía se le oponía, que lo mismo se quedaba sin silla! Burlón y substancioso bachiller lo es para las fiestas ajenas en que siempre es el protagonista. Él es el del discurso del vaho, sin sustancia pero empaña. Habla despacio para que no se vean las guijas de su boca, esas que se pone para ajustar el ritmo de su alocución, que no quiere parecer apocado en sus asuntos que son los nuestros y los de su rey; que no le gusta que salgan otros a plaza pública a contar cosas que su estatua marmórea afee, ni que los palomos cojos y las palominas se posen en el rictus de su sonrisa. Las circunstancias le llevaron a pedir consejo a sus dos amigos, uno invisible y redondo como el bosón de Higgs y otro que no consigue que sea invisible, un fauno con coleta y giboso. La decisión de Pedro entrañó no pocos riesgos. ¿Qué pensaría su cuadrilla, inepta, desmañada, o un gañan en su recreo leyendo ese el libro de Las medias verdades viéndose motejado en él de sandio, bobo o bovina, repelón, porro o zopenco, miserable, taimado, simple, sucio o cerril? ¿Qué ocurriría cuando se topase con aquellos que sólo perseguían sobrevivir a costa de su trabajo y que por su codicia o su soler­cia no pueden llevar a casa una barra de blanco pan, y unos huevos? Los desengaños presentes que hemos padecido por su desdén deben amargarle el resto de su vida, cuando vea que sus colaboradores, su cuadrilla, lo tenían a ve­ces por el hombre más simple del mundo, previsible por su soberbia. ¿Cómo explicarle las cosas que le han dicho a las espaldas sus colaboradores, que no puede haber injuria en que se sepa lo que se ha dicho con discreción para no agraviar? ¿Cuántas decepciones cuando tras una vida cegada por la ambición de escribir un buen libro en el que reflejar el mérito de una vida, aparezca la tristeza en el rostro de su desvalimiento, cuando negros presentimientos lo acerquen al final y descubra que todo en él es vacuidad solapada, malicia, y la conciencia martillee sus meninges? Al César le decían constantemente: «Recuerda que tú también eres mortal». Yo, por si sirve de algo, también.
Al principio, Pedro manifestó su deseo de aprender a leer para poder escribir algún día el epítome de sus aventuras, el bachiller dejó correr el tiempo, porque jamás pensó sinceramente que sería capaz de terminar la cartilla de Rubio. Lo que no pensó él ni pudo creerse nadie es que el ordinario Pedro la leyese de corrido en menos de dos congresos. Y su opositor, desolado, como buen académico, preocupado, comprendió que no podía hacer nada. Se preguntó: ¿Se amostazará, dejará de hablarme? Él tiene buenas hechuras, y en cuanto pase el tiempo el mío llegará. Aunque no estaría de más que yo le preparase el terreno, avisándole. Pero el ínclito no esperaba que llegara tan lejos el impostado que a él la oportunidad le robó. Este libro, a la hoguera...