En una ciudad pequeña, como Toledo, y en tiempos de pandemia, Freud y su interpretación de los sueños irían directamente al paro. Nada de complejos de Edipo y otros iguales de tremendos. Nada de laberintos oníricos ni saltos en el tiempo o el espacio como en películas de Hitchcock o Lynch. En una ciudad pequeña, en tiempos de pandemia, lo sueños no necesitan tratamientos sicológicos. Las pesadillas intrincadas, los sueños patológicos son más de ciudades grandes, como Berlín o Nueva York. En una ciudad pequeña, las películas ‘Terciopelo azul’, ‘Recuerda’ o ‘Vértigo’ solo sirven para comentarlas en sesiones de cine municipal.
Una ventaja de una ciudad pequeña, como Toledo, o de los pueblos vaciados, según está de moda citar, (otra inanidad de la derecha neoliberal), es que se puede trabajar en una ciudad grande y vivir en una pequeña para evitar los inconvenientes de la grande. En los lugares pequeños, como Toledo, el sueño de la mayoría es salir a la calle sin las mascarillas del miedo. Saludar a la gente conocida. Preguntar por su familia, cambiar impresiones, contar felicidades o desgracias, propias o ajenas. Vamos, compadrear sin distancias por medio. Ir a las administraciones para solucionar un problema burocrático sin tener que pedir cita previa. O al taller para revisar el coche sin avisar antes. Con la epidemia se ha impuesto actuar como en las grandes ciudades. Guardar cola en la calle para comprar el pan, entrar en la carnicería o la pescadería; llamar por teléfono al centro de salud para que nadie conteste o tratar las enfermedades por teléfono. No poder resolver asuntos ordinarios de manera presencial en el banco, en el que se tiene la nomina, la pensión o el pago de los recibos. Con eso sueña la gente de las ciudades pequeñas. Son, al fin y al cabo, sueños de una vida sin sobresaltos. Sencillas relaciones humanas.
Durante años los ciudadanos pelearon por disponer de atención cercana, tratamiento personalizado y de calidad en todos los servicios en cualquier institución pública o privada. Fue una gran conquista cívica frente a comportamientos burocráticos y distantes de las administraciones o de las grandes empresas. Los partidos políticos lo incluían en sus campañas electorales. Lo mismo emplearon las empresas privadas en su marketing. La pandemia nos ha devuelto a los peores momentos del siglo de Larra. Y, además, nos obligan a hablar con maquinas de voz mecánica que nos hace sentir sonámbulos en un espacio ocupado por fantasmas.