Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


Álvar y Miguel

23/05/2020

Este 21 de mayo estaba prevista la salida de mi nueva novela Cabeza de Vaca que finalmente, por causa del coronavirus que no ha dejado nicho sin herida, llegará a las librerías el próximo 18 de junio. Este pasado miércoles, día 20, se cumplió el cuarto aniversario de la muerte de mi maestro y amigo Miguel de la Quadra Salcedo, a quien he dedicado esta obra. La razón en muy de peso y justicia, pues fue el quien me descubrió al personaje y con quien seguí sus pasos por el sur de EE.UU, desde Florida a Nuevo México y luego por todo el norte, costa de Pacífico, Guadalajara y México DF de la gran nación hispana. Fue en la Ruta Quetzal del año 2000, para más señas.
Al ver la portada de la novela, obra del genial pincel de Augusto Ferrer Dalmau, a quien agradezco ese inmenso regalo, caigo en la cuenta que Miguel y Alvar diría yo que se dan un aire, que tienen algo en común, como de familia. Y que a lo mejor es que ambos lo fueron, de la mejor extirpe de exploradores y aventureros que en el mundo han sido.
A Miguel tuve la inmensa suerte de tratarlo, disfrutar su amistad y que me dejará acompañarle en siete de sus Rutas Quetzal, un obra maravillosa, truncada con su muerte, y que confío que un día encuentro que quienes la vuelvan a poner en marcha. A Álvar lo he conocido a través de sus escritos y su memoria que aún sigue vive en lugares por los que dejo huella profunda de su pasos y mi libro es un intento de poner en valor su aventura, su inmensa talla humana, sus descubrimientos y su compresión del mundo y las gentes, en aquel inaudito viaje, de costa a costa, del Atlántico al Pacífico, por el sur de EEUU y el norte de México, a pie, desnudo, prisionero, esclavo, buhonero y gran chamán luego de multitud de etnias y tribus, entre las que vivió nueve años. Miguel también estuvo perdido durante mas de cuatro en la selva amazónica y su reaparición, cuando todos le daban por muerto, su novia también, pues se fue a casar precisamente el día en que el volvió a España, dejó a todos estupefactos. Lo mas importante que Miguel me enseñó, y que hoy tengo como la mejor lección aprendida, es que no se era español del todo hasta que no conocía y se amaba Hispanoamérica. Y para que lo aprendiera me arrastró tras él por todo el continente y me hizo recorrerlo de arriba a abajo, de costa a costa, de manglares a nieves, de las selvas al desierto, de mares a ríos, de cascadas a lagos y de ciudades prehistóricas a malocas actuales, desde el camino de Santa Fe a la Bahía Lapataia, desde San Blas de las Californias a Nombre de Dios, desde Isla Colon a Pico Duarte y el Popocatepel, desde el Darién a Sonora, de Orinoco al mar de Cortes, del Salto del Ángel o Basaseachic a Arareko y de Ingapirca al Pastaza.
Me hizo pasar hambre, sed, andar, sudar, no dormir, acometer las cosas más inauditas que me empezaban pareciendo auténticos disparates, y a veces lo eran, y acaban por convertirse en experiencias imborrables, a comer lo que nunca pensé que comería, a conocer a gentes que jamás soñé conocer, a convivir con todos tipo de gentes y a comprender que toda civilización y cultura tenía un por qué y una lección que aprender. Me descubrió lo que, como «buenos» españoles nos empeñamos en ignorar y nos ufanamos en despreciar, nuestra historia que es común e inseparable de la suya. Supe de Blas de Lezo, de Urdaneta, de Garay, Bodega y Quadra, que era un antepasado suyo de Hernando de Soto y seguí la ruta de Cortés desde Antigua hasta Tenochtitlan y de Pizarro de Tumbes a Cajamarca, leí por su consejo a Bernal Díaz del Castillo, a Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el mejor hombre que España envió al Nuevo Mundo, a Junipero Serra y a los colones, al padre, el gran Almirante y a su hijo Hernando. Todo ello y mil historias, mil personajes, mil anécdotas, mil amigos, mil recuerdos, mil amaneceres y mil noches le debo a Miguel.
Y España le debe a Miguel de la Quadra un reconocimiento que no le dio, un Premio Príncipe de Asturias que un jurado cegato le negó, un legado que jamás pagaremos en su justa medida. La Ruta Quetzal fue la obra de su vida y por ella vivirá Miguel en el corazón de miles de ruteros, de mas de 50 países diferentes, unidos por nuestra lengua y desde su paso por los campamentos por un espíritu compartido que les «cambio la vida», como repiten cuando recuerdan, que les dio una lección de igualdad, solidaridad y de abrir sus mentes y sus corazones a lo diferente.
Como gratitud y con toda humildad he querido por ello, insisto, era de justicia dedicarle la novela de su pariente Álvar Nuñez Cabeza de Vaca. Menudos dos, Miguel y Alvar, y la que hubieran liado de haber coincidido en el tiempo. Estoy seguro que hubieran hecho las mejores migas.