Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Carencias

05/11/2019

Hace tiempo que no lo veo. Pregunté por él y me hablaron de su delicada salud. Varias llamadas a su móvil, sin contestar ninguna, acrecentaron mi preocupación. Enterado de que vive en una residencia, un día me acerqué para visitarlo. Ya en Recepción, indicado mi interés por verle, la «sujeta» que me atendió me trató con muy mejorable educación haciéndome sentir poco menos que un delincuente. No me dejó verlo y tampoco le avisó de que yo estaba allí. Menos aún me preguntó en qué residía mi interés por visitarlo. Una vez conseguido, días después, el teléfono fijo de dicha residencia, llamé y alguien descolgó en la habitación de mi apreciado amigo. Finalmente pude hablar con él. Con la educación exquisita que siempre le ha caracterizado, le hablé de mi visita de días atrás, deshaciéndose en disculpas sin tener él nada que ver con el asunto. Concertamos vernos dos días después y charlar un rato. En la fecha y hora convenidas, nuevamente me desplacé hasta mi ciudad natal presentándome allí otra vez. Al preguntar por él, la misma «señora» me preguntó si yo era «el de Madrid». Le dije que era de Cuenca pero que sí, que residía en Madrid. Sin dejarme terminar de responder y sin mirarme a la cara, me dijo que no lo podía ver y que me olvidase «de todo; pero de todo, todo y para siempre». Ante mi desconcierto y preguntas lógicas, no se dignó a darme explicación alguna. Sentí repugnancia por ella. No me pareció que fuese digna de llevar el hábito con el que cubre su cuerpo. Desde niño siempre he sentido un profundo respeto por aquellos que, de una forma u otra, centran su vida en servir a los demás desde cualquier institución religiosa pero, esta maleducada y grosera, me hizo, por primera vez en mi vida, entender porqué algunos no encuentran razones para tener mis mismos principios, esos de los que ella misma dio muestras de carencia.